Restauran y cuelgan en la Academia Nacional de la Historia un retrato desconocido de Bartolomé Mitre
Gracias a una donación del nuevo académico Carlos Piñeiro Iñíguez, el cuadro del fundador de la institución recibe ahora en la entrada al edificio
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Cuando se ingresa a la Academia Nacional de la Historia hay un nuevo retrato de su fundador, Bartolomé Mitre, que recibe al visitante desde hace un mes en Balcarce 139. Se trata de una pintura de gran formato (160 x 120 cm), firmada por E. Bach, que fue realizada alrededor de 1900 y que hasta ahora no había estado a la vista del público.
Era propiedad del diplomático de carrera y varias veces embajador (en República Dominicana, Bolivia y Ecuador, entre otros destinos) Carlos Piñeiro Iñíguez. Donó el cuadro a la entidad cuando comenzó a ocupar allí una silla en la mesa grande de la historia local. No es la primera vez que hace un aporte de su colección, pero esta ocasión es claramente especial, porque se dio en el marco de su ingreso en la Academia, donde lo verá con tanta asiduidad como en su casa. “Faltaba algo que marcara su presencia y pensé que ese era el mejor destino para un cuadro que yo tenía”, señala.
Antes, el retrato pasó por el taller de Guillermo Augusto Urbano, especialista en conservación y restauración de obras de arte. Su informe del soporte era alarmante: “...suciedad, polución ambiental, textil de algodón extremadamente sucio, sujeción pésima al soporte auxiliar bastidor, deformaciones del textil, capa pictórica en buen estado, barniz extremadamente oxidado, chorreadura y gotas de pintura de pared. Desencajado de marco, rayones y pequeñas lastimaduras abajo a la izquierda. Perímetros abrasionados”. Intervino con “bandas perimetrales con tela de lino, grano fino, tafetán 1:1 adherida con Beva 371″. Las capas de pintura se encontraban en buen estado, pero igual precisaron algunas mejoras, como una primera limpieza en seco para retirar polución ambiental y deyección de insectos, y una segunda limpieza húmeda para limpiar manchas y chorreaduras de pintura de pared.
“No hay héroes sin retratos”, dice Laura Malosetti Costa en su último libro, Retratos públicos. Pintura y fotografía en la construcción de imágenes heroicas en América Latina desde el siglo XIX (FCE, 2022). Explica que los retratos son personificaciones de ideas políticas y soportes de sentimientos de pertenencia a comunidades.
Mitre lo sabía: había escrito los monumentos biográficos de Belgrano y San Martín. Con fotografías de la pintura del tal Bach, del que poco se sabe, hizo postales y las autografió. Urbano encontró el registro de una de ellas, de 1904, con una dedicatoria manuscrita: “Buenos Aires / Diciembre de 1904 / A su querida amiga / Señora Emilia Herrera de Toro / Recuerdo de su viejo amigo”. También se reproduce en la revista Zig-Zag, año I, número 46, del 31 de diciembre de 1905. Faltaban veinte días para su muerte.
En su discurso de incorporación como académico, durante la sesión pública del 9 de mayo, Piñeiro Iñíguez describió el coraje de Mitre: “Hombre de espada y balas, de filos y bramidos de cañones, el que no temía una carga de caballería y alentaba a sus tropas en primera fila con su cabellera al viento. Podría ser sin dudas un personaje de Alejandro Dumas o hasta del mismo Emilio Salgari. Pero ese guerrero era también el que se emocionaba viendo los restos de Tiwanaku. El que abordaba la traducción de la Divina Comedia con una solvencia que nos asombra. El hombre sensible que Héctor Pedro Blomberg retrató en su libro Mitre poeta o el que auspicia la Sociedad Argentina Protectora de los Animales. Integró esa generación que con nada y desde la nada creó una Nación que en pocos años ya era relevante en el concierto internacional, era actora activa y no un espectador pasivo ubicado en la fila 40 del teatro del mundo. Formó parte de esos fundadores que cruzaron y conquistaron desiertos y montañas, capaces de citar en francés, latín, quechua o inglés, pero que estaban guiados por una sana locura más propia de gestas medievales que del racionalismo del siglo XIX. Querían transformar el desierto en vida, en creación y bienestar, y lo hicieron”.
Con su pluma de historiador, poeta y novelista, el académico señaló por qué Mitre sigue siendo una figura destacada hoy: “Fue un hombre que defendió sus ideas con todas la armas que usaba un hombre de su época, pero tuvo la lucidez de aplicar principios que hoy muchos proclaman, pero que pocos profesan. Se dio cuenta de que la unión era más importante que el conflicto, que el todo debía prevalecer sobre la parte, que el tiempo se imponía sobre el espacio y que la realidad superaba a la idea. Con estos principios, canceló las diferencias de la época, porque lo que estaba en juego era la construcción de esa entidad tan compleja llamada la Nación Argentina. Así ayudó a que apareciera Alberdi y sus bases constitucionales, Vélez Sarsfield y sus códigos, Sarmiento y la escuela, en reemplazo de la Mazorca, el degüello y las arbitrariedades de Ciríaco Cuitiño. También llegaron los acuerdos con Roca, el otro gran arquitecto de la Argentina contemporánea, con Bernardo de Irigoyen, Carlos Pellegrini y muchos más. Así de simple, así de difícil. La grandeza de los hombres públicos se ve cuándo son capaces de acordar porque el futuro nos espera, cuando se hace lo que se debe y no lo que se cree”.
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