Repugnante: algo huele mal
Un coreógrafo alemán restregó caca de perro en la cara de una periodista porque no le había gustado la crítica que escribió sobre su espectáculo; más allá de los titulares, el caso reavivó la reflexión sobre el rol de la crítica, de los artistas y la época
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La noticia pura y dura dice que un reconocido coreógrafo alemán restregó caca de perro en la cara de una periodista porque no le había gustado la crítica que escribió sobre su espectáculo. El director del ballet de la Ópera de Hannover, Marco Goecke, premio nacional de danza 2022, se dirigió el sábado pasado al foyer del teatro en el intervalo de la función del programa Fe-Amor-Esperanza y enfrentó, primero verbalmente, a la especialista del diario Frankfurter Allgemeine, para luego agredirla físicamente: sacó una bolsa con excremento de animal y lo esparció sobre el rostro de Wiebke Hüster. Esto avisaba la primera notificación que hizo vibrar el celular con un caso repugnante y repudiable.
Las siguientes alertas ya hablaban de una inmediata reacción de la institución, que suspendió al coreógrafo y publicó un comunicado implacable, antes de desvincularlo con decoro; se referían también al reporte de la policía de Hannover, que no pudo confiscar las heces para su investigación y que trabaja, entonces, sobre la denuncia de los hechos; enunciaban las justificaciones de Goecke, que estalló de tanta bronca contenida (“Ella también me ha tirado mierda durante años”) y que terminó por disculparse públicamente. La multiplicación de notas sobre el tema hasta se interiorizaba en las características de Gustav, el “anciano perro salchicha” aparentemente inseparable hace 14 años del artista, partícipe necesario del caso. Esto, sin referirnos a las reacciones y comentarios que suscitó en el mundo de la danza esta escena de película, repudiable.
El último capítulo es que Goecke dijo que si él hubiera sido mujer y Hüster un hombre la historia no habría tenido semejante alcance y que el trabajo de la crítica de danza desde hace tiempo era tendencioso con su obra. Quien lea más allá de los titulares encontrará que se reavivó el debate sobre el rol de la crítica, de los artistas y el público.
Como no es un atenuante ni una justificación para la escatológica reacción, poco se mencionó sobre lo que enfureció a Goecke, es decir, el contenido de la nota que ese mismo sábado salió en el diario sobre otra obra suya, In the Dutch Mountains (”En las montañas holandesas”) que había montado para el Nederlands Dans Theater (NDT). “Al verla, uno se siente alternativamente enloquecido y muerto de aburrimiento”, escribió Hüster, que más adelante grafica eso que llama el “sinsentido” de la pieza cuando dice “es como una radio que no recibe la estación correcta”, y luego sí, con todas las letras, opina: “Es una vergüenza y un descaro…”. La prestigiosa compañía de danza holandesa compartió en sus redes sociales un comunicado en el que lamenta profundamente lo ocurrido, “contrario a los valores” que sostiene. Y como dice una cosa, dice la otra: NDT continuará trabajando con Goecke. Es decir que, sin caer en la tan en boga cultura de la cancelación, las obras del coreógrafo seguirán viéndose en ambas compañías: “Su arte incomparable debe separarse de un incidente injustificable”, consideraron en Hannover.
Con perdón de la expresión –le cabe el recurso de la cita– hay formas y formas de “tirar mierda” respecto de lo que ocurre en un teatro, de lo que genera un espectáculo y también de lo que pasa detrás de escena. Pensar que si al artista no le gusta una opinión tiene derecho a reaccionar agresivamente no solo es antediluviano sino que va en contra de la libertad de expresión. Sin embargo, algo huele mal en este ecosistema.
“Me sentí como si hubiera sido atacada por un león”, fue la comparación animal que usó la periodista en una declaración radial. De pronto, esa frase podría ser pronunciada hoy por cualquiera de las partes.
Hace días, un colega fotógrafo, sorprendido por la conducta desubicada de la directora de un espectáculo se preguntaba cómo es posible que justamente no sean los ámbitos artísticos los que den el ejemplo de lo que ya no va más. En una época que exige tener tanto cuidado con todo y de todo (pareciera que hasta de lo que se piensa, un exceso, claro), los exabruptos están fuera de lugar. Los de todos. Más que al león –todos somos susceptibles de ser presa y de ser fiera– en la jaula habría que poner a los egos.
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