Renán, según pasan los años
A pocos meses de presentar una nueva puesta en el Colón, el director, actor y régisseur dice que se equivocó cuando pensaba que sería un viejo sabio y sereno. Se sigue sintiendo "tan vulnerable como un adolescente"
Una tarde cualquiera de un día cualquiera de un mes cualquiera de mediados de los años 40, mucho antes de ser un actor de ojos graves y aspecto desvalido, de vestir un esmoquin en la ceremonia de los Oscar, de llevar el nombre que ahora lleva, el niño llamado Samuel Kohan -un niño triste y serio, habitante del barrio de Once- ruega que no le toque pasar por la triste humillación de siempre: ser, entre todos los chicos de la cuadra, el último elegido para formar el equipo de fútbol. Pero esa tarde, como todas las tardes anteriores, como todas las tardes que vendrán, Samuel Kohan es, en efecto, el último elegido.
En 2012, Samuel Kohan ya no se llama Samuel Kohan ni juega al fútbol ni vive en el barrio de Once ni tiene que esperar a que nadie lo elija para formar nada, pero, de alguna manera, aquella tarde sigue sucediendo. Porque su recuerdo produce en Samuel Kohan, que ahora se llama Sergio Renán, el mismo extraño, sulfúrico dolor.
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-Hola, ¿Leila?
-Sí.
-Sergio Renán habla. Te llamé al teléfono que me dejaste, pero me atendió una señora que, evidentemente, no eras vos. "Sin embargo -me dijo- yo puedo darme cuenta de que usted es Sergio Renán." Eso que tengo la voz hecha pelota. Y estuve charlando con ella como diez minutos. ¿Cómo estás, muchacha? ¿Cuándo querés que nos encontremos?
Sergio Renán propone un encuentro en un café del shopping Patio Bullrich y hay algo en su forma de decirlo -una amabilidad difícil-, que obstruye toda posibilidad de sugerir un lugar más íntimo: su casa, una oficina.
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Alejandro Kohan, el padre de Sergio Renán, llegó a la Argentina desde Rusia a los 14 o 15 años, a principios del siglo que pasó, y en la provincia de Entre Ríos conoció a Ana. Se casó con ella y ambos fueron maestros rurales hasta que se mudaron a Buenos Aires. Montaron una mercería en el barrio de Once. Vivieron en un departamento de Corrientes y Uriburu y tuvieron dos hijos, Elena y Samuel. El departamento tenía sólo dos cuartos, de modo que el hijo menor llegó a la adolescencia durmiendo en el sofá del living, sin mesa de luz, sin cama, sin escondrijo y sin armario propios. Muchos años después, ya hombre, el hijo menor hablará de su "discreción legendaria" para referirse a lo que es, antes bien, una defensa blindada de su intimidad.
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Sergio Renán -actor, director de cine y de teatro, régisseur - está sentado en el café de la primera planta del Patio Bullrich. Sobre la mesa, además de una taza vacía y un par de anteojos negros, hay un libro de Christopher Hitchens. El shopping , a las dos de la tarde de un día de semana, es una caja hinchada de ruidos que se adhieren como esporas al hilo confuso de una música impersonal, pero Sergio Renán tiene el rostro vuelto sobre el libro, la mano en la frente, como si no escuchara nada. Cuando percibe que alguien se acerca, alza la vista, se levanta.
-Ah, qué tal, encantado. Sentate, por favor. ¿Qué querés tomar? Acá lo que cuesta es que te atiendan.
Además de ser actor de renombre, Sergio Renán debutó como director teatral en 1970 con una puesta de Las criadas , de Jean Genet, que fue un éxito, y como director de cine, en 1974 con La tregua , la primera película argentina nominada al Oscar. Entre 1989 y 1996, además, dirigió el Teatro Colón, en una gestión que es recordada como la mejor de las últimas décadas, y, a partir del año 2000, recibió las mayores loas por su labor como régisseur . Pero lo primero que hace esta tarde de martes no es hablar de lo que salió tan bien sino de sus dos últimas películas: La soledad era esto (2001) y Tres de corazones (2007). "La solvencia narrativa y ciertos hallazgos en la utilización del humor y la elaboración de diálogos hacen que, más allá de sus apuntadas carencias y desniveles, Tres de corazones se ubique por encima de trabajos previos de Renán, como El sueño de los héroes y La soledad era esto ", escribió en La Nacion el crítico Diego Batlle, que calificó a la película como regular.
-Las críticas me lastimaron muchísimo -dice Renán, que pasa con fluidez de un tema banal, como lo arduo que es hacerse atender en este bar, a un tema erizado como el de su vulnerabilidad ante la mirada de los otros-. Una crítica mala me destruye. Como actor nunca tuve una crítica mala. Como director de teatro fueron maravillosas. Y en el cine, empezó a cambiar desde El sueño de los héroes . La cosa me empezó a hacer tanto daño que dejé de leerlas. También es parte de aquel pasado glorioso, cuya gloria incluía que salir a la calle fuera una fiesta, que leer la sección de espectáculos fuera un placer. Ya me acostumbré a que la vida no es sólo eso.
"No sólo hay que ser un gran hombre -le decía su padre a Sergio Renán cuando Sergio Renán era Samuel Kohan-. Además, el mundo tiene que enterarse."
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El periodista Hugo Beccacece, durante años editor del suplemento cultural del diario La Nacion y, posteriormente, de adn , intenta recordar cuál es el nombre del hotel donde se queda Sergio Renán cuando va a París.
-Mirá, no me acuerdo, pero es un hotel fantástico que queda en la Place des Vosges. Es un hotel magnífico y discreto. Bueno, así es Sergio con todo: es muy lector, pero va a cosas especializadas; va a las muestras que hay que ver pero que no conoce todo el mundo. Él pertenecía a una familia que no apreciaba el éxito económico sino el prestigio. Viene de una generación que quería ir con el público masivo y al mismo tiempo hacer cosas de calidad. Hoy esas dos cosas están muy separadas. Yo creo que a Renán no se lo entiende si no se lo ubica en esa generación.
-¿Viste alguna vez la biblioteca de su casa?
-No. Nunca estuve en la casa.
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La infancia fue la infancia de un chico serio, silencioso, con una madre tierna y un padre con exigencias altas. "Era solitario, retraído, me escondía cuando venían visitas, toleraba casi exclusivamente un entorno femenino. Mi padre era un tipo tierno, pero esperaba de mí que fuera un gran hombre y que se supiera que lo era."
En ese mundo empezó a leer -siguiendo las recomendaciones de su hermana Elena, diez años mayor- clásicos de Julio Verne o Alejandro Dumas a los que sumaba libros de la biblioteca familiar que elegía por sus colores. Así, entre los 9 y los 12, leyó Orlando , de Virginia Woolf, o Mientras agonizo , de William Faulkner, sin entender una palabra. En el colegio Mariano Moreno era un alumno regular; en el barrio, un chico al que nadie quería en el equipo de fútbol. Empezó a ir a la reuniones del Partido Socialista de la mano de su padre, y a la cancha a ver a Racing con un primo mayor, llamado Boris. Desde los 13 tomó clases de violín con Jacobo Ficher y, aunque llegó a hacer algunas presentaciones en el Colón, abandonó a los 17. "Tenía poca voluntad y buen sonido, engañaba. Era efectista. Y el efectismo es algo que yo odio."
Desde los 13, y en la Sociedad Hebraica, participó de diversas actividades, sobre todo en la orquesta. Un día David Stivel le pidió asesoramiento musical para una puesta con los socios menores y así fue como, por asistir a los ensayos y reemplazar a algún compañero ausente, empezó a actuar.
-Una vez le preguntaron a Fito Páez cuándo había empezado a cantar, y él dijo que cuando se dio cuenta de que, si cantaba, tenía más minas que el que tocaba la guitarra. Y yo en cierto momento sospeché que como actor la cosecha sería mayor que como violinista.
-Las mujeres siempre fueron importantes .
-Lo más importante. Pero siendo ésa mi mayor obra, habiéndoles dedicado mi vida, más que al cine, más que a la ópera, de eso no se habla. Jamás se hacen relatos de la intimidad. Durante muchos años, antes de pensarse en mí como en un hombre de la cultura, las notas que me hacían eran por mi fama de Casanova, y por la que se supone mi legendaria discreción.
-Estás en pareja con Adriana, que es arquitecta.
-Mi compañera es la mejor persona que conocí.
-Hace años que están juntos.
-Sí.
-¿Cuántos?
-Digamos que muchos.
- Y la conociste...
-Yo la conocí cuando ella era una pibita. Pero, como te decía, si hubiera seguido tocando el violín, habría terminado como director de orquesta. Si hubiera bailado, habría tenido que bailar como Fred Astaire. Yo fui informado, muy chiquito, de que era un genio, y que el mundo iba a recibir esa noticia con alborozo. -Frunce los labios, conteniendo la risa, y en los ojos salta, explícito, el brillo de la diversión.-Pero mi capacidad de análisis siempre existió. Creo que hago bien lo que hago, pero que como yo hay centenares. Curiosamente, no lo creo en lo que se refiere a la ópera. Ahí me siento parte de un grupo no tan gigantesco. Pero con respecto al cine y al teatro, los grandes son otros. Los tipos que yo admiro juegan en otra liga.
Renán habla con frases largas, oraciones subordinadas, un estilo barroco acompañado por una completa parquedad de gestos: la cabeza hacia atrás cuando se ríe. Poco más.
-¿Admirabas a tu padre?
-No. Lo quería. Lo quiero.
¿Por qué un niño, un adolescente, un joven educado para el estudio, la reflexión, el prestigio intelectual, decide, en vez de estudiar una carrera universitaria, dedicarse a la actuación? ¿Y por qué un niño, un adolescente, un joven tímido, apocado, silencioso, decide dedicarse a la actuación aun después de enterarse de que su profesora de teatro, Hedy Crilla, ha dicho de él que no sirve para actuar porque "piensa demasiado"?
-En las clases de teatro era el peor, y hasta último momento consideré la posibilidad de estudiar letras. Vivía los tormentos de mis indefiniciones con cierta gratificación porque mi tortura era la confirmación de que yo había sido llamado para algo superior. Crecí con una atracción por los poetas románticos, ingleses y alemanes. ¿Qué tienen en común? El talento, el tormento y una muerte joven. De modo que, si yo era un torturado, sin dudas estaba llamado para algo superior.
A los 18 años dejó, casado, la casa de sus padres. Durante el matrimonio, que duró dos años y medio, nació su hija Nora, pintora y figurinista. Empezó a actuar en teatro y, de a poco, a afianzar una carrera como actor de cine. A partir de La cifra impar , una película del año 1962 dirigida por Manuel Antín, las cosas empezaron a fluir y siguieron, entre otras, Circe (Manuel Antín, 1964), El perseguidor (Osías Wilenksy, 1965). Cuando en 1970 dirigió en televisión el ciclo Grandes novelas y, al mismo tiempo, debutó como director de teatro con Las criadas de Jean Genet, hacía años que, siguiendo el gesto de los galanes de la época, se había cambiado el nombre y ya no se llamaba Samuel Kohan sino Sergio Renán: Sergio porque sí, y Renán por Ernest Renan (1823-1892), un francés experto en la Edad Media y autor de un libro llamado La Vida de Jesús en el que hablaba de Jesús como un profeta pero negaba que fuera hijo de Dios.
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Sergio Renán es un hombre silencioso, que pasa gran parte del tiempo leyendo -cuatro libros por semana- y tiene, a su vez, una sociabilidad salvaje, con amigos a los que ve casi todos los días, que no siempre se conocen entre sí, y que dicen saber poco y nada de su vida íntima. "No, yo no conozco la casa." "La mujer es encantadora, pero no sé cómo la conoció."
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Cuando Leopoldo Torre Nilsson, con quien había trabajado en Los siete locos (1973) haciendo el papel del Rufián Melancólico, le dijo "¿Cuándo te vas a dar cuenta de que vos lo que querés es dirigir", Renán empezó a pensar en llevar al cine, como director, un texto de Mario Benedetti. La película, de 1974, se llamó La tregua , tuvo dos millones doscientos mil espectadores y fue nominada a los Oscar como película extranjera junto a, entre otras, Lacombe, Lucien , de Louis Malle, y Amarcord , de Federico Fellini. En el mes de febrero de 1975, Sergio Renán se sentó en el Kodak Theatre junto a Jack Nicholson, Anjelica Houston, Glenda Jackson y Fred Astaire y esperó, con las manos sudorosas, el veredicto. El premio fue anunciado por Frank Sinatra y la ganadora, claro, fue Amarcord . Renán regresó sin Oscar pero contento y, al llegar a Ezeiza, lo estaba esperando su mujer.
-Había salido una de esas sentencias de la Triple A donde me acusaban de infiltración marxista. Daban 48 horas para irse del país o te mataban. Yo sentí que ya era cartón lleno. Se había muerto mi vieja cuatro años antes, mi viejo hacía unos meses. Así que me quedé.
Su siguiente película, Crecer de golpe (1977), fue la adaptación de un cuento de Haroldo Conti, la historia de un chico y de un viejo que lo protege, y la protagonizó un actor llamado Julio César Ludueña.
-A ese chico lo encontré en la Asociación Argentina de Actores. Cuando lo vi, empecé a tener palpitaciones. Era triste y seriecito. Yo era así. Cuando tuve que rodar la escena en la que el chico, enterado de que el viejo ha muerto, llora, no pude ver al pibe llorando. Todavía no puedo. No lo soporto.
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José Miguel Onaindia es abogado y fue, entre otras cosas, director del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales.
-Yo soy abogado de muchas personas que trabajan en el Teatro Colón, y nos sentamos a hablar por primera vez con Sergio a raíz de un conflicto que había con el Ballet Estable cuando él era director. Aunque no era la mejor situación para que surgiera una amistad, se generó un vínculo sólido. Él es una persona con muchos pliegues y algo renacentista: hay que mirar su relación con el fútbol, su gusto por el tango y el jazz, por el teatro alternativo, por los libros.
-¿Le parece que se lo valora como director de cine?
-No. A mí me parece que lo que se conoce como nuevo cine argentino y la nueva crítica no ven un valor ahí. La corriente del nuevo cine argentino no mira bien a esa generación. Rescatan a Favio, alguna película de Antín, a Torre Nilsson. Y nada más.
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Así como en una época todas las entrevistas a Renán parecían dar rodeos para llegar a su relación con las mujeres, desde 1983 muchas dan rodeos para llegar a La fiesta de todos , la película, estrenada en 1979, que hizo sobre el Mundial de Fútbol de 1978, en plena dictadura. En el libro de conversaciones que sostuvo con el periodista Claudio Minghetti, publicado en 2008 por Capital Intelectual, Renán dice que después de Crecer de golpe fue prohibido y que, en ese contexto, recibió la visita del empresario Francisco Capozzolo, que había comprado los derechos del Mundial y quería hacer con eso una película. "Consulté si el proyecto tenía alguna relación con el gobierno y me explicó: ?No, lo que yo quiero es que se haga la película'. [...] Y cuando me hizo su oferta económica, sentí la mezquina tentación que significaba un trabajo tan escaso, maravillosamente remunerado."
-No debí hacerla, y eso es algo que nunca me terminaré de perdonar. No debí hacer la película que fue. Te digo "la película que fue" porque hay gente que dice que ensalza el gobierno militar, cosa que no es. Pero aun lo que fue, una película de gente gritando goles, no debí hacerla. Sucede que todos mis reparos eran de tipo artístico y no de tipo ideológico, porque tenía claro que era un homenaje a Kempes y Fillol. Pero sé que hay gente para la que soy sólo el director de La fiesta de todos . Eso tiene un peso especifico mayor que todo lo que pude haber hecho antes y después, incluyendo los tres años que hice de Teatro Abierto. Alguien podría preguntarse por qué me invitaron a hacer Teatro Abierto. Me invitaron porque no me consideraban un reaccionario. Pero yo tenía una historia y después tuve otra. Como si eso hubiera anulado todo. Todavía estoy pagando el pato. Pero bueno, está bien. Yo la hice.
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En 1989 el intendente de la Ciudad de Buenos Aires, Carlos Grosso, le ofreció a Sergio Renán dirigir el Teatro Colón. Renán era, sobre todo, actor y director y, aunque había debutado como régisseur con Manon , en 1984, no tenía experiencia en gestión pública.
"El nombramiento produjo mucha sorpresa -dice Hugo Beccacece-. Pero él se supo manejar muy bien y el Colón recuperó el estatus de gran casa de ópera. Para recordar una temporada como la de Renán hay que remontarse a los años 60."
Pese a lo exitoso de la gestión, Fernando de la Rúa, al frente de la jefatura de gobierno, decidió reemplazarlo en 1996.
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-¿Pensaste que te ibas a quedar?
-Estaba seguro.
-¿Cómo te enteraste de que no ibas a seguir?
-Con la lectura de La Nacion. Kive Staiff, que era un funcionario admirable en el Teatro San Martín, decía: "Se me ha ofrecido la dirección del Teatro Colón y he aceptado". Traté de alejarme con dignidad. Pero fue un duelo difícil.
Apenas después lo convocó Guido Di Tella, por entonces canciller, para trabajar en Asuntos Culturales de la Cancillería, y fue allí donde el 20 de febrero de 1997 Renán sintió un dolor lacerante en el abdomen. "Tengo el recuerdo de mi salida de Cancillería, de la gente mirando, y de que me daba mucha vergüenza. Mi siguiente recuerdo es la llegada a la Suizo Argentina, y un tipo poniéndome una inyección. Me desperté dos meses después."
El diagnóstico fue pancreatitis aguda fulminante, una enfermedad que acaba con la vida del 85% de los pacientes en los primeros días. Mientras estuvo internado, fueron a verlo desde Ernesto Sabato hasta Adolfo Bioy Casares, desde Carlos Menem hasta Alfredo Bravo y los hinchas de Racing que, en la cancha, emitían mensajes pidiendo donantes de sangre y cantaban: "Flaco no te vayas, flaco vení, quedate a ver a Racing que te vas a divertir".
-Estuve 64 días en coma. Tengo recuerdos auditivos. Algún llanto de mujer. Alguna música. Después supe que me ponían música y trataban de darme buenas noticias. Parece que un día se me acercó el médico y me dijo: "Racing le gano a River dos a uno". A lo mejor fue eso lo que me salvó.
-¿Te acordás del momento en que te despertaste?
-Abrí los ojos y había una enfermera. Me dijo: "Buen día, qué suerte, ¿cómo se siente?". En casos de inmovilidad prolongada, la nervadura locomotiva se atrofia o muere. Estaba paralítico de piernas, brazos. No quiero pensar en lo que sería mi apariencia. No creas que no pensaba en eso.
-¿La enfermedad te dejó alguna secuela?
-Varias. El cuerpo funciona distinto. Distinto y peor. Me muevo, camino, pero tengo cierta fragilidad de equilibrio. Me cuesta agacharme, porque he perdido la musculatura abdominal. Pasé a ser diabético. Tengo que aplicarme insulina todos los días, todas las noches. Pero aquí estoy, muchacha.
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"Me siento muy cercana a él, porque lleva mi sangre." Silvina Akel de Garibaldi trabaja en el área de Despacho del Teatro Colón y formó parte del equipo de trabajo de Renán. "Yo fui en varias oportunidades a donar sangre. Y eso que él es de Racing y yo de Independiente. Era fabuloso trabajar con él. Había mucho pulso, mucha garra. Sergio puso todas las achuras al asador, sin guardarse nada. Cuando se recuperó de la pancreatitis fui a verlo a la casa. Lo vi afectado, pero con una integridad...Después empecé a ver la fortaleza con que se fue recuperando y pensaba: ?Este hombre es capaz de salir de todo'. Un día vino al teatro con el bastón, y yo le dije: ?Ay, jefe, hasta el bastón le queda lindo'."
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Hacerse amigo de sus potenciales enemigos es un rasgo que se repite. Así como le ocurrió con Onaindia, abogado que iba a plantearle un conflicto, las críticas adversas que a veces el periodista de Clarín Federico Monjeau publicaba sobre la gestión de Renán en el Colón no impidieron que creciera entre ellos un vínculo que dura.
-Yo hacía una revista que se llamaba Lulú y en 1991 la revista estaba muy mal. Años después supe que Sergio había hecho una donación para ayudar, en el anonimato. Cuando le pregunté por qué había sido anónima, me dijo: "Si no, no tiene valor". Es una de las personas más generosas que yo he conocido. Ha logrado reconocimiento de todos los partidos políticos. Sin ser peronista, lo pusieron en el Colón los peronistas. La suya fue una gestión que cambió la historia del teatro. Creó cosas como el CETC, que le dio al Colón un toque renovador, audaz, vanguardista.
-¿Y cómo acusó el golpe de que lo sacaran de la dirección?
-Mal, mal. Fue muy triste y muy injusto y muy idiota. Sergio es muy pudoroso para expresar su pesar, pero era evidente.
-¿Lo ves preocupado por el paso del tiempo?
-No. Si lo está, lo disimula muy bien.
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-Partido de Racing con Talleres de Córdoba. Talleres de Córdoba va ganando uno a cero. Faltan tres minutos para terminar. Penal a favor de Racing. Yo voy subiendo los escalones hasta llegar al límite con el vacío. Patea el jugador de Racing y ataja el arquero. Yo miro hacia el vacío y me doy cuenta de que estoy pensando en tirarme. Tanta era mi desdicha. Yo no conozco a nadie tan loco.
Es una tarde de martes, en el café de la galería Promenade Alvear, en Recoleta. Renán viste remera azul, pantalón oscuro y, aunque está urgido por los preparativos de un viaje a Europa e Israel, habla con la serenidad de quien tiene tiempo.
-¿Podés pasar mucho tiempo sin estar en un set de filmación?
-Sí, y eso es parte de los cambios desfavorables que sucedieron con el paso del tiempo. Tengo algunas películas que quiero hacer, no muchas. Quiero hacer un musical. Tengo algunas obras de teatro, no muchas. Tengo la ópera que voy a hacer en el Colón, en septiembre, La Cenicienta . Estoy más tranquilo. Pero sospecho que eso debe ser muy malo. ¿Con qué relacionaba yo la edad más adulta? Con la sabiduría y la serenidad. Y si hay algo que no tengo es serenidad. Yo asociaba esa edad con un hombre maduro, sereno, menos dolorido por las miserias, con muchas más respuestas que las que tiene un hombre joven. Y de pronto encontré que seguía siendo el mismo adolescente, con las mismas vulnerabilidades. Tengo más preguntas que respuestas, mis adhesiones y mis sueños son menos poderosos. Todos los cambios son desfavorables. Cierta tendencia a la melancolía se ha potenciado y hay cosas añoradas que asocio con la juventud perdida. La pasión. La expectativa por la espera de algún libro. Por momentos me gustaría creer en las cosas en que creí, tener ídolos como los que tuve.
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-¡Qué valiente, Sergio, darle el teléfono de un peronista!
Ginés González García es embajador de la Argentina en Chile, y conoció a Renán en la confitería La Biela, hablando de Racing.
-Si usted me pregunta qué me resulta singular de Sergio, yo diría que es su refinamiento, su notable cultura general. Por eso siempre me sorprende la transfiguración que sufre en la cancha. Ahí se convierte en un ser irracional, poseído, capaz de decir la bestialidad más brutal. Es, realmente, un loco. Un gritón, un arrabalero de la tribuna. Yo lo paso a buscar y vamos hablando, con ese tono de él que me hace reír tanto, de un barroco total. Y llegamos a la cancha y empieza "¡¡¡Hijo de mil puta, este referí nos está matando!!!".
-¿Conoce su biblioteca?
-No somos de ir a las casas.
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El actor Diego Varzi es amigo de Renán desde hace cincuenta años, y tiene dos historias preparadas como si las hubiera contado ya mil veces: "Era un partido de Racing con River, y apenas empieza el partido, hace un gol River. Y ante el estupor general, Sergio se desmaya. Se despierta media hora después en la enfermería del estadio. Pasan los años, estamos en un partido de Racing con River, a punto de terminar, y River le hace un gol a Racing. Empiezan a pasar los minutos, la cancha se queda vacía, y Sergio sigue en la platea, paralizado. Durante veinte minutos no se pudo levantar porque no le respondían las piernas. Yo nunca he visto una personalidad como la de Sergio que venga acompañada con esa cosa tan absurda".
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Sergio Renán no mira la televisión ni lee los diarios y selecciona con cuidado de alérgico toda noticia que pueda hacerle daño. Esa sensibilidad de nonato parece haber tenido origen -dice- cuando, en su adolescencia, terminada la Segunda Guerra Mundial, los noticieros empezaron a mostrar imágenes de los campos de concentración.
-Yo empecé a hacerme mierda ahí. Pero después empecé a ver las reacciones de los vencedores, de los justos, de los que habían vencido al nazismo y al fascismo. Las violaciones de los soldados rusos en Alemania, que tenían como coartada que los alemanes habían hecho eso con las rusas. Y noticieros sobre la Francia liberada, donde se ve a mujeres rapadas, rodeadas de una multitud sonriente, castigadas porque habían tenido relaciones con soldados alemanes. Hay que ser hijo de puta, hay que ser una basura para hacerle eso a una persona indefensa.
Para Renán, el dolor por la miseria humana parece ser mucho más que una frase hecha.
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La última película que filmó, antes de tomar la dirección del teatro, fue Tacos altos , en 1985. Desde entonces, y hasta 1997, no volvió a estrenarse otra. Ese año pudo verse El sueño de los héroes , que recibió críticas dispares, y le siguió, en 2001, La soledad era esto , que tuvo críticas adversas. Apenas antes, en el año 2000, estrenó la ópera Lady Macbeth de Mtsensk en el teatro Real de Madrid, con reseñas que ensalzaban lo arriesgado y novedoso de la puesta. En 2005 estrenó, en el teatro de la Zarzuela, de Madrid, La verbena de la Paloma , que recibió loas por, entre otras cosas, el gesto desenfadado de trasladar la acción, que transcurre en el siglo XIX, a los años 30 del siglo pasado. En 2007, mientras se estrenaba la que hasta ahora es su última película, Tres de corazones , ponía en el teatro su versión de Un enemigo del pueblo . Tres de corazones fue vapuleada pero Un enemigo del pueblo recibió elogios que destacaban la capacidad de Renán para darle a la pieza de Ibsen una lectura contemporánea. En mayo de 2011, y después de diez años de ausencia en los que visitó el Teatro Colón apenas dos veces (porque "todo lo que me llegaba acerca del estado del teatro suponía la degradación de un espacio amado", según le dijo a la revista Noticias ), estrenó allí una versión de La flauta mágica que fue celebrada por su concepto vanguardista: la revista Ñ la definió como una puesta brillante, y destacó la "gran diversidad de formas narrativas determinadas por el progreso de los medios audiovisuales".
-Con las dos últimas óperas podría hablarte hasta de felicidad ante el resultado. En cuanto al cine, en todas mis películas hay momentos que me gustan y momentos que me resultan intolerables. Pero en las dos últimas hay muy pocas cosas que no me gusten y ninguna me resulta intolerable. Entonces, teniendo en cuenta la moderada receptividad que tuvieron, eso me deja complicado.
La voz de Renán es, siempre fue, una voz grave que él, ahora, encuentra malograda. En el café de la galería Promenade dice que cuando estaba por empezar a filmar Tres de corazones le aparecieron en la laringe unos nódulos sospechosos.
-El médico me dijo: "Hay que operar y hacer un tratamiento de rayos". Yo le contesté: "Bueno, cuando termine la película". Me mandó a ver a una doctora, que me dijo: "Yo le informo que lo que usted tiene se llama cáncer de laringe. Usted haga lo que le parezca".
Renán se ríe, como quien ha recordado una cosa tremendamente graciosa que llevaba mucho tiempo olvidada.
-Tuve que postergar la filmación y me hice treinta y cinco aplicaciones de rayos en las cuerdas vocales, y como consecuencia de eso, la voz que quedó es ésta.
-¿Distinta?
-No sólo distinta sino que, como todo lo demás, es distinto y peor. Porque podría ser distinto y maravilloso. Yo conocí a Bioy, y mis últimos años con Bioy me hacían pensar en eso. Él me dijo: "Yo quiero vivir 120 años". Y yo me preguntaba: "¿Qué quiere decir ?vivir': ese bife que se está comiendo, el libro que está leyendo?". Y sí. Uno podía preguntarse cómo un tipo como él quería seguir viviendo así. Y bueno. Cada uno tiene su lista de razones para vivir. Yo siento que la mía se fue acortando.
-¿Qué hay en la lista?
-Los afectos. Los libros.
-¿Te curaste de los nódulos?
-Más o menos. Ahora tengo una manchita. En caso de que haya que operar, puede ser necesaria la extirpación de una cuerda vocal, y yo eso...
Retrocede como si hubiera visto algo espantoso, y hace un gesto de negación con el índice de la mano derecha.
-Yo eso no.
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En marzo de 2011, Sergio Renán recibió el título de Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. En el salón de la Legislatura, lleno a reventar, estaban, entre otros, Oscar Martínez y Edda Bustamante, Aída Bortnik y Ginés González García, Juan José Sebreli y José Pablo Feinmann. Después de un video de homenaje, con imágenes que repasaban su carrera y que omitían cualquier referencia a La fiesta de todos , Renán dijo:
Revisando este video pasa a estar claro que, pese a mi juventud, mi vida ha sido laboriosa. Y eso que no están incluidos algunos recuerdos de trabajos que respeto, de la misma manera que hay otros que no han sido omitidos por casualidad, consecuencia de mi intervención o de la piedad del director de la película. De todas maneras, habiendo sido mi destino más modesto que el soñado en la adolescencia, no pierdo conciencia de haber sido un privilegiado [...]. Teniendo en cuenta mi impecable estado de salud y energía, dentro de cincuenta años me propondrán una distinción que podría definirse como "Anciano Pertinaz", y espero reunirme con ustedes absolutamente en esas circunstancias. Muchas gracias.
En una de las escenas elegidas para el video que se vio ese día, tomada de la película El perseguidor , Sergio Renán, sentado en un sofá, con el torso desnudo y envuelto en una manta, decía -dice, dirá siempre-: "Yo me sentiría mucho mejor si pudiera olvidarme del tiempo".