Reglas y excepciones: qué se puede hacer y qué está prohibido
Las visitas de celebridades a los museos muchas veces rompen las normas; sacarse fotos, acercarse, tocar las obras, llevar bolsos, comer y beber: todo está pautado
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Cada vez que una figura del arte, el deporte, el espectáculo o la política quiere conocer un museo, la institución debe armar un operativo que incluye medidas de seguridad que protejan al famoso del acoso de los fans. Así pasó hace unos días en el Reina Sofía de Madrid cuando abrió las puertas especialmente para Mick Jagger y su comitiva. Lo mismo hizo a nivel local el Museo Nacional de Bellas Artes el mes pasado cuando recibió al actor Robert De Niro, acompañado por su pareja y su hija, su compañero de elenco Luis Brandoni y algunos pocos invitados más, en un día feriado (1° de mayo) en el que estaba cerrado al público.
A diferencia de Jagger, que posó delante del célebre Guernica de Picasso, aunque en esa sala no está permitido tomar fotografías, De Niro no se retrató delante de ninguna obra: los pocos testigos de la visita no pudieron registrar el momento por expreso pedido de su entorno. La única imagen que circuló fue tomada a la salida y el famoso actor aparece con un barbijo negro que casi le cubre la cara. La del líder de los Rolling Stones, en cambio, se viralizó apenas el cantante la publicó en su cuenta de Twitter.
Pero más allá de las visitas de celebridades, la cuestión es qué se puede hacer en los museos como normas generales y qué pasa cuando alguien no las cumple. En la mayoría de los casos, está permitido sacar fotos sin flash ni trípode. En el uso del selfie stick no todos coinciden: en el Bellas Artes y en Malba no se puede usar el famoso “palito” para evitar daños a las obras y a los demás visitantes; en cambio, en la Fundación Proa lo aceptan, con el cuidado necesario, claro. Bolsos, mochilas y carteras grandes deben guardarse en los lockers tanto en el Moderno como en Proa; en el Bellas Artes no es necesario, siempre que se usen hacia adelante.
Bebidas y comidas quedan expresamente prohibidas en todos los casos, al igual que el contacto con las obras: no, no y no. Es más: suele haber una línea amarilla en el piso que indica la distancia límite. Hay dos excepciones: una es que la característica de la obra (o de la muestra) invite al espectador a interactuar. Otra es si se trata de visitas especiales para ciegos o disminuidos visuales, en las que manda el sentido del tacto. En ese caso, en el Museo de Bellas Artes se les entregan guantes para que toquen las esculturas (no los cuadros) mientras la guía les habla sobre la obra y el artista.
“La cuestión de no tocar está relacionada con la conservación y el cuidado general de la obra. En el ámbito educativo se trabaja con el concepto de fomentar un acercamiento desde lo posible. Con los niños, niñas y familias, en el Museo de Arte Moderno trabajamos con recursos pedagógicos del departamento de Educación, que permiten enriquecer la experiencia de lo que sí es posible hacer en el museo”, respondieron a LA NACION Laila Calantzopoulos, Jefa del departamento de Educación, y Mariana Capurro, Coordinadora de Accesibilidad del Moderno.
“Como no hay arte contemporáneo, nosotros no tuvimos el problema de que la gente se confunda y crea que la obra es un objeto que se puede tocar”, dijo Andrés Duprat, director del Bellas Artes, donde no hay una sala especial (como la del Guernica en el Reina Sofía) en la que no se pueda tomar fotografías. “Claro que no se puede tocar nada porque son obras históricas, algunas muy frágiles. En el piso está marcado el límite para que el público no se acerque demasiado. Tenemos cámaras y 42 guardias de seguridad, más que nada para prevención de vandalismo o uso de flash. Cuando los guardias ven que alguien se acerca demasiado a una obra actúan por prevención”, agregó Duprat.
En Fundación Proa en lugar de guardias hay educadores. “Proa fue pionero en proponer espacios sin guardias de sala donde el cuidado está a cargo del equipo de Educación, priorizando una experiencia de intercambio y no disciplinaria frente a las obras”, explicó Noemí Aira, del Departamento de Educación. “El arte contemporáneo muchas veces desafía con sus materialidades y sus disposiciones en salas la experiencia del espectador en el museo con preguntas como ‘¿esto es una obra?’ ‘¿se puede tocar?’. En la reciente exhibición “Arte en juego”, se ponía ‘en juego’, justamente, la cuestión de la interacción con las obras”, agregó.
Hasta 2007, en Malba no estaba permitido sacar fotos. A partir del surgimiento de las redes sociales, el propio museo incentiva a los visitantes a que las compartan online con el uso de hashtags que están visibles en las salas, conscientes de que sus miradas personales también enriquecen la experiencia de otros visitantes y del propio museo. “Muchas veces es contenido que compartimos en el feed de Instagram de Malba y el punto de partida de nuevas lecturas sobre las obras”, dijo Guadalupe Requena, Directora Institucional.
En las últimas semanas se viralizó el video de una joven que registró su primera visita a Malba y se sorprendió cuando le indicaron que no podía tocar las obras de la muestra de Yente-Del Prete. “Hay ciertas obras que, por su iconicidad, interpelan más a los visitantes. Por ejemplo, la gente siempre quiere sacarse una foto en Exclusión, de Pablo Suárez, posando colgada del vagón del tren como el personaje de la obra. En esos casos, es clave el rol de los orientadores para organizar y mediar frente a esas situaciones e informar que no es posible tocar la obra o acercarse tanto”, contó Requena.
“Cuando tenemos proyectos más participativos como las muestras de Yoko Ono o Yayoi Kusama es natural que los visitantes trasladen ese permiso a todas las muestras y el museo debe reforzar la comunicación e incluso tener más personal en sala”, agregó la Directora Institucional de Malba, que no puede olvidar la reacción de los visitantes de la muestra de Yoko Ono frente al teléfono instalado en una de las salas. Muchos levantaban el tubo y discaban o posaban. “Miren las instrucciones: el teléfono es para recibir llamadas, no para llamar”, les insistían a cientos de visitantes empecinados en levantar el tubo aunque no sonara.
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