Régimen de extrañeza
La tercera novela de Mariana Dimópulos borda con suspenso y emoción la vida de una mujer trastornada por la maternidad
La tercera novela de Mariana Dimópulos representa una evolución en su escritura y en la capacidad de recrear situaciones y ambientes ambiguos, en los que el desasosiego de sus protagonistas ha cedido el paso a una calma siniestra. Ya en Cada despedida, de 2010, luego de una fallida farsa de impronta coral, la autora había indagado las posibilidades del estallido de conciencia de una narradora nómada. Pendiente retoma esa labor de orfebrería verbal puesta al servicio de la coexistencia de tramas superpuestas en las que la protagonista padece (casi siempre pasivamente) la vulgaridad o la bondad ajenas. A partir de la primera noche con su hijo en la casa, una serie de evocaciones, con semejanzas y diferencias entre el presente y los días de juventud, se estructura como un continuo abisal.
Una mujer, acaso sin desearlo, ha dado a luz a su primer hijo por mandato de su pareja, Iván, un médico ruso instalado en la Argentina a quien conoció en un extraño negocio que involucraba un auto, una ruta en el desierto pampeano y un pueblo del sur donde la cortesía tiene precio. A partir de ese episodio matricial (que es, a su vez, una matriz de interpretación de la historia), con el que se abre y se cierra la novela, la protagonista rememora circunstancias de su pasado sentimental, que enhebra un rosario de personajes: a mujeres jóvenes y ancianas, todas ellas feministas (y solteras); a un profesor universitario con barba e ideales de manual ("Pedro tenía teorías como se tienen piojos"), a un primo patán y seductor, al mujeriego dueño de una inmobiliaria, su jefe, y, sobre todo, a las diferentes versiones de ella misma, rodeada de otros seres y domesticada por ellos.
La llegada de Isaac, el hijo en cuyo nombre se oculta la secuencia más oscura -sacrificial- de la trama, duplica el trastorno de la joven (y de las frases): "Aprovecho que no debo moverme para no moverme". Dimópulos distribuye bloques de tiempo en formas breves, que condensan épocas, creencias y circunstancias remotas de los personajes, pero además enfoca detalles con la lupa de aumento de la emoción y la distancia: "Iván acerca un dedo y el bebé cierra el puño de pronto, como una flor carnívora. Se sonríe, yo lo imito. Esto me sorprende. Son las cosas más comunes del mundo, y es tan común el mundo". Así, como escrita en una lengua extranjera -al margen, cabe acotar que Dimópulos es una avezada traductora del alemán-, la novela presenta un proceso de comprensión que involucra un régimen de extrañamiento de los hechos, de las palabras, de las relaciones que se tejen entre los hechos y las palabras alrededor de una mujer que fue joven, y a quien los demás abandonaron (porque se aburrieron de ella o porque tuvieron el mal gusto de morirse), sólo para ubicarla en el umbral de un nuevo comienzo.
Novela de la angustia y del desamor, thriller existencial (no por nada el libro se abre con un epígrafe del Diario de un seductor, de Soren Kierkegaard), conglomerado de la polisemia (ya que "pendiente" puede aludir a unos aros de tintura dibujados en el cuello del primo sátiro, a las tareas sin concluir o las promesas sin cumplir, a un estado de atención fija en lo que hacen los demás; incluso puede referirse a una figura geométrica, como aquellas en las que se refugia la protagonista cuando quiere escapar o abstraerse del entorno), Pendiente tampoco se reduce a fórmula alguna de lectura y deja abierto, como una deuda infinita, el destino de una apuesta estética.
Pendiente
Mariana Dimópulos
Adriana Hidalgo
150 páginas
$ 149