Reflexiones propias y ajenas de una intensa noche en vela
La primera maratón del pensamiento atrajo mucha gente de todas las edades y mostró tantas ganas de pensar(se) que sorprendió a todos; “Esto no se lo esperaba ni el más optimista”, dijo un filósofo
Es sábado por la noche y Buenos Aires no duerme: algunos se juntan en los bares, otros simplemente se deslizan por las calles a través de las horas. En uno de esos rincones de la ciudad se concentra una espesa masa crítica de pensamiento. Veinticinco filósofos argentinos, doce europeos y miles de personas están pensando, exponiendo y debatiendo en la primera edición de La Noche de la Filosofía, en el Centro Cultural San Martín. Todos saben que no alcanza con el hecho formal (la convocatoria). Que otra cosa debe suceder: el acto de pensamiento, meditado y elocuente. Y mágicamente, sucede.
¿Cuánto tiempo puede uno sumergirse en la sinuosa búsqueda filosófica? Después de casi 10 horas de densidad, ideas, discursos y debates, es imposible no volverse a casa con muchas preguntas, algunas respuestas y ganas de más. De madrugada, la curiosidad vence al cansancio y lo que a priori parecía una tarea titánica (mantener la atención y los ojos abiertos hasta el amanecer) se resuelve con naturalidad. Como si se tratara de miles de habitués de la Facultad de Filosofía… pero no.
¿A cuántas personas las atrae una disciplina aparentemente alejada de la vida cotidiana? Llueve copiosamente y, sin embargo, desde temprano comienza a arrimarse en gran cantidad un público ecléctico. Hay estudiantes, sí, pero también familias, gente mayor y un universo indescifrable de curiosos. Enseguida se forma una extensa cola para conseguir un lugar en las ponencias. La plaza seca del San Martín está desbordada. A un costado, en el vértice de Sarmiento y Paraná, una carpa blanca abre una feria de comidas tentadoras.
La expectativa es mucha; la oferta, excelente. Pero al principio hay confusión. La respuesta de la gente desborda a la organización. El frenesí por las acreditaciones se transforma en espera para poder ingresar en las charlas. Y no es para menos: las actividades se reparten en 12 espacios y muchas ocurren en forma simultánea. El ritmo se desacelera en el living del primer piso, donde varias personas se apoltronan en los sillones y en el aire se mezclan los idiomas. Un francés por aquí, un alemán por allá.
En una suerte de charla TED, las ponencias duran 20 minutos y no se permiten preguntas. "Para debatir –repiten los organizadores– está el Ágora." Un espacio pensado para que la gente se encuentre con el filósofo y pueda cuestionarlo, emulando aquel ámbito de deliberación pública que crearon los griegos, padres de la filosofía occidental. El Ágora en cuestión está ubicada detrás de una de las salas más grandes. Es un ambiente que, ante la expectativa, queda pequeño.
El francés Mathieu Potte-Bonneville, especialista en la obra de Michel Foucault, está sentado allí con no más de diez personas. Habla despacio. Mejor dicho: piensa, luego habla. Se presenta una mujer, Mariana, que hace una pregunta e invita a la reflexión: "¿Buscarle una respuesta a todo no me aleja de disfrutar?". Potte-Bonneville contesta: "El placer es comprender y ciertos tipos de placeres nos hacen más inteligentes". De repente, el Ágora se empieza a llenar. El francés se siente intimidado: "No estoy acostumbrado a que tanta gente esté esperando una respuesta", bromea.
Maximiliano Tomas, periodista y escritor, curador de La Noche de la Filosofía, no le encuentra explicación a lo que pasa: "¿Qué hacen 400 personas escuchando a Eduardo Grüner? ¡Es impresionante!", en la vorágine organizativa. El Ágora está en su punto de ebullición: el programa anuncia un diálogo entre el reconocido sociólogo Juan José Sebreli, el propio Grüner, el filósofo alemán Ottmar Ette y la francesa Cythia Fleury Perkins. Ella es la que explica que la literatura y la filosofía "siguieron el mismo camino durante mucho tiempo". Cuando Grüner replica: "Tenemos un debate". Y Ette tercia: "¿Qué hacemos entonces con la filología china?".
Antonio Gramsci decía que todos somos filósofos, sólo que muchos no lo sabemos. Pensamos, juzgamos, les damos sentido a las cosas y evaluamos. Pero, en esencia, la clave de la filosofía es la búsqueda que surge de interrogar e interrogarse: el pensamiento crítico. "Evidentemente –dice Grüner a LA NACION– había algo latente, una avidez por el pensamiento crítico y el debate. Es una gran noticia porque nadie se lo esperaba, ni el más optimista de todos."
Eribon, una estrella
Lo vertiginoso caracteriza al evento, y ése es un punto de debate en sí mismo. Para algunos, se necesita más tiempo para pensar. En cambio, para Silvia Bolotin Kogan, psicóloga ("con la cantidad suficiente de años como para que no lo pongas"), el ritmo envolvente que mantiene la propuesta es parte de la atracción. "Los discursos constantes me atraparon. Había dejado las luces prendidas de mi departamento y tuve que volver a apagarlas para quedarme más tiempo. Vine con cierto escepticismo, pero de verdad estoy gratamente sorprendida", confiesa.
A esta altura de la noche no cabe duda de que la estrella de la filosofía es el francés Didier Eribon. Especialista en la cuestión gay y estudioso de los fenómenos de dominación y resistencia social, Eribon brilla. Ni siquiera las lecturas en simultáneo que protagoniza un puñado de famosos actores vernáculos –como Juana Viale y Alejandra Radano– opacan al francés. Diego Singer, joven y prometedor filósofo argentino, profesor en la UBA, explica que Eribon "hizo una de las mejores biografías de Foucault, incluso trabajó con él, así que escucharlo es como estar lo más cerca posible del pensamiento puro de Foucault". "Lo increíble –sigue Singer– es que Eribon dio una charla el viernes en la Facultad de Filosofía y habría unas 60 personas, no llenó el aula. Acá están haciendo cola para escucharlo."
Esta noche, todos los filósofos son un poco como rockstars. Por allí, en el living, Tomás Abraham espera su turno para su segunda ponencia rodeado de un séquito de ávidos interrogadores. El Ágora se ha desbordado: se replica en los pasillos, en la plaza seca, adonde quiera que haya una mera reflexión entre simples mortales, visitantes del saber. Al final, Abraham cierra su presentación con una frase que sintetiza mucho de lo que está pasando en el Centro Cultural San Martín: "Como diría Nietzsche, Aurora". La cita, en principio sólo para entendidos, revela el carácter crítico de la búsqueda del conocimiento y de la moral.
Un poco más allá, en una de las salas más grandes, el francés Emmanuel Renault, considerado una de las principales figuras del pensamiento marxista de este siglo, dice que "sólo a partir de las injusticias nos damos cuenta de la insuficiencia en las definiciones que nos brinda la justicia". Son fragmentos de una noche intensa.
Arturo, de 22 años, oriundo de Bogotá, Colombia, se lamenta en el patio de comidas porque no consiguió entradas para ninguna de las películas en exhibición. Estudia Psicología en la UBA y hace cinco años que vive acá. Le interesa, más que nada, la relación entre la filosofía y la literatura. Encontró lo que vino a buscar.
Música en el sótano beat
Después de la medianoche el ritmo se aquieta. En el sótano beat hay bandas que amenizan los intervalos y donde se puede tomar una cerveza. En su mayoría, son jóvenes los que resisten el interludio hacia la madrugada. Son, también, los mismos que minutos después colman la sala donde Miguel Wiñazki analiza (y destruye) nuestra relación con los aparatos electrónicos. "La conciencia es algo que fluye, y la dictadura de los aparatos podría suspender ese flujo imponiéndonos asociaciones por fuera de nuestro pensamiento", dice Wiñazki con vehemencia. Y ejemplifica: "Lo material tiene gravitacionalidad, tiene peso, genera cosas; lo virtual es la victoria de la superficialidad". Ya no dan ganas de volver a mirar el celular.
Pero hay una esperanza. En el subsuelo, donde estaban programadas actividades en dos aulas para 40 personas, la afluencia de público forzó una mudanza al pasillo y se improvisó una gran aula (¿el Ágora constante?). Son los mismos jóvenes que resisten el paso de las horas y que festejan un escrito de Singer que dice cosas como que hay que "explorar violentamente los mares desconocidos, donde no haya dios que pueda salvarnos. Todo lo intenso es monstruoso". El relato termina con un feliz cumpleaños a coro para Singer, que agradece un poco intimidado.
"La filosofía tiene una vitalidad asombrosa, que hoy se distribuye en lugares muy under. Yo hago charlas a la gorra para 40 o 50 personas, es decir, hay un público y un espacio. Si me apurás, te digo que en realidad esto de hoy no es una sorpresa", cuenta a LA NACION.
Por allí también pasan el músico Richard Coleman leyendo textos de Susan Sontag; la actriz Carla Peterson con una lectura de clásicos griegos. Son las dos y media de la mañana y el filósofo argentino Alejandro Katz va a hablar del insomnio. Muy atinado. "El insomnio es rastrero, se metió en mi cama con el interés por la lectura", comenta, sin idealizarlo. "Hay que saber que no abre las puertas de la creación y la felicidad", advierte, y cierra su ponencia con el poema "Insomnio", de Jorge Luis Borges: "En vano espero las desintegraciones y los símbolos que preceden al sueño".
El Centro Cultural San Martín fue un ágora durante varias horas. Al momento del balance, muchos emprenden el regreso a casa. Sigue lloviendo en Buenos Aires. La cabeza está llena de disparadores. Los otros se quedan en el bar, porque sigue la música: hay festejos, risas, comida y charlas distendidas. El día se va encendiendo y quedan atrás los rastros de una madrugada intensa.
Debajo del techo de la plaza seca, María Eugenia espera a que se haga la hora para poder tomarse un colectivo de vuelta a La Plata. Las luces de neón hacen juego en las veredas encharcadas. La Noche de la Filosofía terminó. "Me voy mejor de lo que vine", dice. Y tiene razón: todos aprendimos algo.
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Mucho público para 12 horas
15.000
Personas
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