Reencuentro con Edgar Bayley
Poeta, dramaturgo, ensayista, el creador del "invencionismo" y del doctor Pi fue uno de los escritores argentinos más originales del período 1945-1970. La aparición de sus Obras (Grijalbo Mondadori), que incluye textos nunca publicados, permite comprender la riqueza estética de su cuantiosa producción.
CHARLES BAUDELAIRE, con su desolada lucidez, afirmó que todo poeta auténtico esconde a un crítico, aunque es muy difícil que ocurra lo contrario. Como si hubiera querido darle la razón, y de una manera absolutamente poco habitual en nuestras letras, ya desde sus primeras armas Edgar (Maldonado) Bayley, nacido en Buenos Aires el 15 de diciembre de 1919, demostró con creces que no sólo era un creador original sino también un límpido ensayista. No es casual que su primer texto publicado ( Invención 2 , 1945) incluya, junto a poesía y relato, un exigente manifiesto de vanguardia.
Suele adjudicarse a la legendaria revista Poesía Buenos Aires (treinta números en diez años, 1950-1960) la responsabilidad por una significativa renovación de la teoría y la práctica de la poesía en nuestro país. Pero, como allí se reconoció explícitamente, esa renovación se entronca en forma ineludible con el lirismo y el pensamiento de Edgar Bayley, que en algún período llegó a compartir la dirección con el verdadero factótum, Raúl Gustavo Aguirre.
Ya en el único número de Arturo (1944), Bayley, a través de un agudo análisis de la función de la imagen en la evolución del lenguaje poético, sentaba las bases de una renovadora tendencia poética: el invencionismo. Aspiraba a que la imagen tuviera una absoluta autonomía que la liberara de toda servidumbre respecto de la supuesta representación de algo ajeno a sí misma: "la palabra entra en relaciones que, en vez de reducir o encerrar su valor poético, como en el discurso lógico, tienden a liberarlo, dotándolo de una conciencia nueva, inventiva ", sostenía. Coincidía así con la teoría y la práctica de un brillante grupo de artistas visuales, los pintores concretos, entre los cuales se destacaron figuras tan cabales como Alfredo Hlito, Enio Iommi, Miguel Ocampo y Tomás Maldonado, hermano del poeta.
En 1948, tres años después de la creación de la Asociación Arte Concreto-Invención, Juan Jacobo Bajarlía lanzó su revista Contemporánea , a través de la cual Bayley entró en contacto con el grupo del cual nacería Poesía Buenos Aires. En 1951 dirigió los tres números de Conjugación de Buenos Aires , publicación donde las más avanzadas propuestas de la vanguardia se ligaban con la renovación pero también con las mejores tradiciones del tango. Es difícil imaginar hoy el escándalo que rodeó a esas manifestaciones creadoras. Los poemas invencionistas no sólo suprimían toda representación de la realidad o de los sentimientos, sino también convenciones gráficas como las mayúsculas y los signos de puntuación. Los austeros cuadros de los pintores concretos, por su parte, llegaron a resultar tan ofensivos que fueron públicamente execrados por el ministro del ramo del gobierno peronista en un acto oficial.
Pero para una corriente artística existe un riesgo acaso más grave que ese tipo de rechazos: el riesgo de convertirse en una ortodoxia que, al ahogar la experiencia, degenera en retórica. Consciente de ese peligro, Edgar Bayley supo demostrar lo que sería una constante durante toda su vida: "Ningún dogma. Lo que alguna vez hemos distinguido con la palabra invencionismo constituye una incitación útil, pero prescindible ." Así, su primer libro de poemas, En común (1949), en general ortodoxamente invencionista, manifiesta también un lirismo esencial, meridianamente enamorado del mundo y de la vida, como si a la razón exigente de su luminosa inteligencia Bayley hubiera querido imponerle siempre, a manera de instintiva limitación para sus posibles excesos, el dominio de aquella "razón ardiente" que le transmitió como una evidencia su admirado Guillaume Apollinaire. Una evolución natural fue produciéndose con el fluir de la creación poética y, sin abandonar la búsqueda de un lenguaje bellamente despojado, Bayley encarnó en su obra poética, por tantos motivos emblemática, un lirismo de radiante frescura y de sabroso lenguaje, tan contenido como intenso. Ese lenguaje se fue concretando en pocos pero indelebles libros de poemas, generalmente editados por manos amigas: La vigilia y el viaje (1961), El día (1968), Nuevos poemas (1981), Alguien llama (1983), a los que se sumaron desde temprano diversas antologías.
Al mismo tiempo, su agudeza intelectual produjo una de las obras ensayísticas más nítidas y certeras de nuestra literatura. En esos textos, reunidos principalmente en Realidad interna y función de la poesía (1966) y en Estado de alerta y estado de inocencia (1989), la reflexión sobre la eficacia y la efectividad de la creación artística aparece ineludiblemente ligada con la encendida defensa de los valores más auténticos de la vida.
No debería sorprender que en el camino de alguien que hizo de su propia vida cotidiana una representación destinada a alejar de sí toda sombra de petulancia y de solemnidad haya aparecido el teatro. En efecto, Bayley dirigió Padre , de Strindberg, bajo la forma exigente del teatro circular, se atrevió a llevar a escena una versión propia de Juan Moreira y su obra Dulioto se volvió mitológica porque nunca llegó a concretarse del todo. Cuando en 1956 reestrenamos Burla de primavera con un grupo de improvisados actores, sentí que por ocultos meandros la obra se relacionaba con el lenguaje del Siglo de Oro y la picaresca española.
Llegó a crear un personaje, el Dr. Pi, criatura digna del más elevado humor negro, cuyas aventuras, donosamente escritas antes incluso de ser recopiladas en volúmenes deliciosos (por ejemplo, Vida y memoria del Dr. Pi y otras historias , 1983), el autor se complacía en revivir verbalmente, no sin pícaro regocijo y por lo general entre sus jóvenes amigos y colegas, de los cuales gustó rodearse en tiempos tan dolorosos y oscuros para el país como fueron los de la dictadura del Proceso.
Enemigo decidido de todo pavoneo y toda bajeza, Bayley fue capaz de sostener sus ideas y sus sentimientos en el ejercicio de la creación poética y de la reflexión estética, a las cuales dedicó la totalidad de su existencia. Supo también mantener siempre en la práctica las convicciones éticas que lo acompañaron desde su juventud, como una innata reserva moral, poco evidente para quienes se conformaran apenas con su apariencia, tantas veces estrambótica cuando no estrafalaria, por su enorme tamaño, su permanente sentido del humor y su gentileza de niño grande.
Tal vez la misma inteligencia vigilante y vigilada que lo hizo prever sus excesos lo volvió fraternalmente preciso y exigente cuando fue necesario testimoniar alguna inquietud social o pública. Pero Bayley nunca dejó de transmitir una contagiosa confianza de fondo en la condición humana, en la vida concreta y milagrosa de cada día, en la gran fiesta del lenguaje, indiscernible para él de una cierta idea de la poesía. En forma reiterada nos hizo saber, desde siempre y prácticamente hasta sus últimos momentos (falleció en Buenos Aires, el 12 de agosto de 1990), su persistencia en "una difícil esperanza".
Que yo sepa, hay por desgracia muy pocos casos en la historia cultural argentina de una integridad estética y humana tan profunda y tan fértil. Libremente ofrecida, a nosotros y a los que vendrán nos tocará decidir -no menos libremente- si como él dijo, continuará siendo "infinita esta riqueza abandonada".