Reencuentro con Abelardo Castillo, frente a frente, como en una de sus clases
Se estrenó en el marco del festival de cine independiente Bafici el documental “Un hombre que escribe”, donde el maestro habla de los temas de siempre como si todavía estuviera aquí: las posturas políticas, el alcohol, la relación con su mujer y los libros
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Sentarse a ver un documental sobre un escritor es una forma de tenerlo, por un rato, en ese presente de la butaca del cine o del play en la pantalla. Según los montajes de las películas, habrá material de archivo, testimonios, voces en off. Pero en Un hombre que escribe, la película de Liliana Paolinelli (Córdoba, 1968) sobre Abelardo Castillo, esa recuperación -la de volver a estar frente a él-, tiene un doble impacto. Por un lado, porque el autor de libros como El que tiene sed, El evangelio según Van Hutten y Ser escritor falleció en 2017. Por el otro, la forma en que el film está narrado es, literal, de un frente a frente de espectador a escritor. En la hora que dura el documental, que por estos días se proyecta en el festival de cine independiente Bafici, el 90 por ciento de la pieza es un primer plano muy pegado a la cara de Castillo. Sentado en su casa, todo él en foco y, por detrás, en esa borrosidad de la profundidad de campo, los libros. Y él hablando. Con su voz potente, de nuevo está ahí: pasa por temas como los diarios de escritores versus los diarios íntimos, y reflexiona sobre su propio registro publicado como Diarios (1954-1991; 1992-2006). “A diferencia de las memorias –subraya-, a veces el diario se escribe para olvidar. Y a veces se olvida lo que uno ha escrito en el diario, porque se escribe sobre aquello que pesaba mucho”. Y luego, sigue: “Lo anotaba para sacarlo de encima. Que no es la actitud sobre la literatura: uno escribe para que perdure, para que lo lea otro”.
Un hombre que escribe está estructurado sobre la filmación de dos grandes charlas entre Castillo y sus entrevistadoras, María Moreno y Mayra Leciñana, a las que solo se las escucha: la cámara únicamente mira al escritor. A él se lo siente cómodo frente a ellas. En un momento, Moreno le dice: “Soplame la pregunta”. Se nota la conexión entre ellos, a pesar de que habiéndose leído mutuamente jamás se habían cruzado, es decir, conocido; lo mismo pasa con Leciñana. “Las entrevistas suelen ser peligrosas, no por el entrevistado si no por el entrevistador. Cosa que no va a ocurrir ente nosotros”, le dice Castillo riéndose a la voz fuera de cuadro. En la película hay planos de sus libros, de las revistas literarias de las que fue parte, como las icónicas El grillo de papel y El escarabajo de oro; por el contrario, no hay música, voz en off ni subtítulos. Todo está puesto en escucharlo. Sobre esta decisión, Paolinelli subraya: “Conversamos mucho con mi montajista, Lorena Moriconi, y ya veíamos que la forma del documental tenía que ser muy radical. Consistía en la valoración de la palabra y la imagen de Abelardo. Descartamos cualquier aproximación más tradicional”. Este registro tan intimista, tiene relación con el vínculo de la directora (otras películas suyas son Por sus propios ojos, Lengua materna, Margen de error y El baldío) que también es escritora. Comenzó a ir a los famosos talleres de Castillo en 2016, que sería el último año en que el maestro los diera, después de 30 años. Pero ya lo conocía: la esposa de Paolinelli, la directora de fotografía Paula Grandio, también trabajó en el proyecto. Fue extallerista de Castillo, luego amiga. Una cena en la casa del escritor fue la génesis. “Ocurrió ahí. Abelardo sugirió la idea de hacer el documental”, asegura Paolinelli. Que recuerda aquellos encuentros de taller que empezaban a las nueve de la noche y podían extenderse hasta cinco horas. El film está tomado “desde el punto de vista parecido al que yo tenía cuando asistía a sus talleres”. Como una forma de recuperar un poco eso de estar con el maestro. “Cuando él daba los talleres, a veces enganchaba un tema y podía estar horas hablando. Era muy cautivante”.
Castillo habla en el doc de las cosas que trató en su vida, en sus libros. Posturas políticas. El alcohol. La relación con su mujer, la escritora Sylvia Iparraguirre. La lectura: “Siempre he temido que, a la larga, se me van a acabar los libros que yo quiero leer y no encuentro. Y que ese día me voy a morir. Por lo tanto, hay una cantidad de libros que yo no voy a leer para conservar la vida”. Y sobre el porqué de la escritura, dice: “Yo nunca sentí que era escritor; aún hoy, a los 80 años, siento que estoy bien encaminado en esa tendencia a la literatura que me viene desde muy joven”. Se toma unos segundos, y sigue: “Soy un hombre que escribe”.
Para agendar
Un hombre que escribe se presenta en el Bafici este sábado 20, a las 19.40, en el Cine Arte Cacodelphia (Pte. Roque Sáenz Peña 1150). Además, se proyectará los viernes de mayo, a las 19, en la misma sala.