“Red Flag”: una bandera roja para contar en imágenes el drama del coronavirus en América Latina
Desde 14 países, un seleccionado integrado por los más prestigiosos fotógrafos de la región se formó para mostrar cómo se vive la pandemia en estas latitudes; un libro premiado recoge estos trabajos
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Al comienzo fue una cuenta de Instagram y reuniones semanales de Zoom, pero el proyecto creció y ahora el llamado colectivo de fotoperiodismo latinoamericano COVID LATAM, integrado por 18 de los reporteros más prestigiosos de la región, ganó el premio FotoEvidence Book Award, que se otorga en el marco del World Press Photo 2021. Así, la editorial FotoEvidence publicará un libro con su obra, que se presentará en Ámsterdam durante el WPP Festival y en Nueva York, en el Bronx Documentary Center.
El libro se llama Red Flag, bandera roja, y tiene que ver con la costumbre que se estableció en Bogotá de colgar un trapo rojo en la puerta de las casas donde la pobreza arrecia y se necesita ayuda. Un pedido de solidaridad, de comida, y también un signo de protesta. El ejemplar es en sí mismo un llamado de atención, que cuenta una historia de desesperación y esperanza.
Ahora está por quince días a mitad de precio, 30 dólares, en una plataforma de financiamiento colectivo: https://www.indiegogo.com/projects/red-flag-fotolibro-pandemia-en-latinoamerica#/ Con el dinero recaudado se podrá duplicar la tirada, pensada inicialmente en mil ejemplares. Editado por Musuk Nolte y diseñado por Ramon Pez Studio, tiene una introducción escrita por Jon Lee Anderson, y textos y entrevistas de Alice Driver y Marcela Turati. “Trabajaron acercándose a la crisis a su manera, dando lo mejor de sí. En catorce países, desde México a Argentina, registraron lo que vieron a su alrededor, y en algunos casos, dentro de sus propios hogares. Pero este no es un libro sólo sobre catástrofe. Hay dolor y muerte aquí, pero también hay vida nueva y el ocasional destello de esperanza”, describe Jon Lee Anderson.
El conjunto es un testimonio descarnado y a la vez estético del continente, bajo la lente de referentes del fotoperiodismo, con reconocimientos y galardones dorados, publicaciones en medios internacionales, en plena actividad. Las imágenes son el resultado de una ecuación: nueve fotógrafos, nueve fotógrafas más un virus. Una composición coral con voces diversas, muy personales y poderosas, que van de lo íntimo a la tragedia colectiva. Se aislaron de su familia por miedo a la exposición que significa su trabajo, compartieron las crisis existenciales después de cubrir entierros, el estigma de haber entrado a un hospital, la sensación de seguridad que transmite estar detrás de una cámara.
La idea fue de un fotógrafo argentino, Sebastián Gil Miranda, autor de un ensayo sobre la pandemia en la Villa 31: cuando en marzo de 2020 no se podía viajar, empezó a convocar colegas para ampliar miradas. “Los fotógrafos estamos muy acostumbrados a viajar, y de golpe estábamos aislados. El grupo significó un lugar de encuentro”, cuenta otro compatriota, Rodrigo Abd, ganador de un Pulitzer, que pasó el primer año de la pandemia en Perú, donde registró escenas tremendas, como ataúdes llevados en botes y cuerpos bajo sábanas sudorosas. “Fue muy raro en mi trabajo quedarme quieto y documentar el lugar donde vivía con mi familia, una Lima enorme, desigual, caótica. Armé en el estacionamiento un búnker para cambiarme y lavar a mano la ropa, dejar las cámaras, las máscaras, los alcoholes. Fue bravo el agotamiento físico y moral. Era tremendo, por ejemplo, en el cementerio de Comas, cuando todavía se temía que los muertos pudieran transmitir la enfermedad, ver dos chicos subiendo ataúdes en medio de esa ciudad de muertos”.
Imágenes muy diferentes llegaban, por ejemplo, de Uruguay. “El grupo llegó en un momento especial, cuando se declaraban los primeros casos de Covid –cuenta Matilde Campodónico, desde Montevideo–. Yo estaba peleada con la profesión, aunque trabajo en una agencia internacional, AP, pero en esos días salí a la calle y vi que el mundo se veía muy distinto. En este momento el fotoperiodismo tiene algo para decir y es el lenguaje en el que tiene sentido hablar. Entonces fui invitada al colectivo, y fue una aventura. Un lugar para compartir, para estar al tanto, conocer personas, proyectos y mundos distintos que se me abrían cuando todo parecía cerrarse”. Las imágenes de su ensayo En vilo son poéticas y silenciosas, y muestran un Montevideo desierto: “El aire era denso, espeso, una gelatina que no se ve, como dice la canción de Jorge Drexler. La enfermedad en ese momento todavía estaba más en la cabeza de las personas que en el cuerpo, y eran tiempos de mucha soledad y de miedo”.
Pablo Piovano, desde Buenos Aires, encaró un ensayo visual que fue a la vez una despedida. Retrató a su padre, Juan, en un cuartito de su casa que llamaron “la sala de los inventos”, donde se daban al juego del retrato. “Murió hace un mes y fue un regalo haber pasado este tiempo juntos. Cada foto fue una despedida, lo tuvimos claro desde el principio. La pandemia me permitió estar cerca, porque por mi trabajo estoy seis meses acá y seis afuera. Era un tiempo raro, no podíamos salir, pero armamos este cuartito y todo transcurría ahí, salpicado por el surrealismo, que eran uno de los lenguajes de mi padre, que también fue fotógrafo de día y poeta de noche”, cuenta.
El grupo ya cumplió un año y significó una estructura de sostén para cada integrante. Ellos son, además de los mencionados, Fred Ramos desde México y El Salvador, Rafael Vilela en Brasil, Daniele Volpe en Guatemala y Honduras, Glorianna Ximendaz en Costa Rica, Sara Aliaga Ticona en Bolivia, Andrea Hernández Briceño en Venezuela, Federico Rios en Colombia y Eliana Aponte en Cuba, entre otros.
“El encuentro con compañeros de la región fue saludable desde lo intelectual, el apoyo, y por lo que se pudo construir como memoria de un tiempo épico”, dice Piovano. La tarea de contar en imágenes estos días raros no termina.
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