Rebecca Solnit: “Necesitamos mejores condiciones de trabajo, un techo, pero también belleza, placer, alegría”
La estadounidense, que acaba de publicar “¿De quién es esta historia?”, se siente encasillada como una escritora feminista; activista ecológica, antibélica y por los derechos humanos cree que “muchas cosas han empeorado, como el clima, pero otras han mejorado”; crítica a Mark Zuckerberg y Elon Musk
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Según afirma la escritora estadounidense Rebecca Solnit (Bridgeport, 1961) en el prólogo de su nuevo libro, ¿De quién es esta historia? (Lumen), el mundo vive “un hermoso proceso colectivo de cambio”. Aunque los casos que analiza acerca de ese avatar global -verificable en ideas y valores recientes sobre la raza, la clase social, el género, el poder, la compasión, la justicia, la inmigración y la igualdad, entre otras cuestiones- pertenecen casi por completo a Estados Unidos, es posible coincidir con la reconocida autora de Los hombres me explican cosas. Días atrás, brindó una conferencia de prensa virtual para presentar la novedad editorial, que ya se encuentra en librerías. “Muchas de las cosas han empeorado en estos años, como el clima, pero muchas otras han mejorado”, dijo.
Autora de más de veinte libros, muchos de ellos publicados en español, y colaboradora habitual en diarios y revistas, Solnit se destacó también como activista feminista, ecológica, antibélica y por los derechos humanos. “Lo que en un hombre se considera seguridad en sí mismo suele entenderse como competitividad en una mujer; lo que en un hombre es liderazgo es autoritarismo en una mujer”, reflexiona en uno de los ensayos de su nuevo libro. “No desearía ser hombre -se lee en otro-. Solo deseo que todos seamos felices”.
La escritora argentina residente en España María Fasce, directora editorial de Lumen, acompañó a Solnit en el encuentro virtual con periodistas. “Es una autora fundamental para pensar nuestro presente”, dijo. ¿De quién es esta historia? agrupa veinte textos publicados entre 2017 y 2019 en Literary Hub, The Guardian y Harper’s, y fue traducido por Antonia Martín. La versión en lengua inglesa, de 2019, lleva como subtítulo Old Conflicts, New Chapters. Para Fasce, que hizo la primera pregunta, la fuerza de los libros de Solnit radica en el modo en que la autora enlaza su propia biografía con ideas y argumentos.
“Gran parte de mi trabajo ha sido sobre la violencia, no solo física sino también contra el libre albedrío, los derechos, la voz de las personas -reflexionó Solnit-. Estoy a favor de todo eso: la libertad, la voz, la democracia, la igualdad entre individuos y formas de gobierno. Pero queda mucho camino por recorrer”. En abril se publicará No Too Late. Changing the Climate Story from Despair to Possibility, al cuidado de Solnit y Thelma Young-Lutunatabua, con ensayos sobre el cambio climático de Julian Aguon, Jade Begay, adrienne maree brown, Edward Carr, Renato Redantor Constantino, Joelle Gergis, Jacquelyn Gill, Mary Annaise Heglar, Mary Anne Hitt y Gloria Walton, entre otros autores.
Respecto de la recepción de sus ensayos, indicó que a veces se sentía “encasillada”. “A la gente le gusta tener todo ordenadito y yo soy la que escribe sobre feminismo -dijo-. Muchos me regañaron cuando publiqué Las rosas de Orwell, porque había escrito sobre alguien que no era un ‘feminista perfecto’ [el escritor George Orwell]. Si solo quisiera escribir sobre feministas perfectos, no encontraría a nadie sobre quien hacerlo. Y si solo tuviera que escribir sobre mujeres, me sentiría muy limitada”.
Destacó la importancia de la solidaridad como vector del cambio social. “Me parece problemático que la mayoría de ejemplos de heroísmo que se nos dan, ejemplos de cómo se cambia el mundo, se centren en individuos, políticos, celebridades o gente poderosa”, señaló, para luego resaltar “formas más positivas y constructivas de la sociedad civil”. Recordando a su madre, que había luchado por la igualdad racial en Estados Unidos, agregó: “La solidaridad significa luchar por nosotros y por gente que es como nosotros y también por aquellos que no son como nosotros. Uno de los poderes de la literatura y del periodismo es hacernos acceder a las vidas de personas que no son como nosotros, convertirnos en otros por un momento, hacernos sentir empatía; nuestro trabajo consiste en ayudar a la gente a imaginar y reconocer la humanidad de otras personas”.
La autora criticó en varias ocasiones el poder de las empresas tecnológicas y también a algunos de sus responsables, como Mark Zuckerberg y Elon Musk. “Uno de los efectos de la tecnología de Silicon Valley es el aislamiento y el individualismo; la gente ya no pasa mucho tiempo en grupo -sostuvo-. La democracia depende de que tengamos ese contexto de conexión con los extraños, con personas distintas de nosotros. Los seres humanos necesitamos mejores condiciones de trabajo, un techo, pero también belleza, placer, contacto con la naturaleza, alegría, libertad de expresión y hay que luchar por eso. La acción colectiva debe proteger los elementos de la vida más introspectivos y personales”.
Se refirió a películas actuales, como Ella dijo y Ellas hablan, y acertó con una de las nominadas al Oscar a mejor película. “Tienen mucho éxito y no giran alrededor de los hombres; tampoco utilizan a las mujeres como juguetes o adornos o premios o criadas y todas esas convenciones de Hollywood -señaló-. Mi favorita es Todo en todas partes al mismo tiempo, me sorprendió enterarme de que estaba escrita y dirigida por dos hombres. Lo bueno y lo malo de Hollywood es que va adonde hay dinero, y ahora son las mujeres las que deciden qué películas ver”. Contó que en Estados Unidos muchas películas que en el pasado al público le habían parecido “maravillosas, hermosas y graciosas” ahora le resultaban “racistas, sexistas y homofóbicas”. Dio como ejemplo Purple Rain, protagonizada por Prince. “Hay películas que no podemos volver a ver de la misma manera”.
Habló sobre la reescritura de libros para chicos y jóvenes, como ella misma hizo en Cenicienta liberada, y de la cuestionada adaptación a las “nuevas sensibilidades” de la obra del británico Roald Dahl. “No hace falta adaptarlos -declaró-. Cuando los leamos, nos daremos cuenta de que eran racistas, sexistas y homofóbicos, que representaban visiones que ya no nos parecen aceptables. Me sigue encantando la obra de Dahl y no recuerdo que tuviera grandes muestras de crueldad. A medida que el mundo cambia, cambian nuestros valores. Sería divertido darle la vuelta al género y contar esas historias desde otro puntos de vista, pero sin soltar el pasado. Una de las cosas más divertidas para los escritores es revisar la lista de best seller de hace treinta o cuarenta años, con libros que hoy nadie leería. Algunas cosas permanecen y otras se desvanecen, pero siempre habrá nuevos relatos”.
La autora destacó la importancia de las relaciones intergeneracionales. “A veces la gente no recuerda lo distinto que era el mundo -dijo-. Gran parte de la desesperación actual proviene de la amnesia; creemos que la desesperación y la angustia vienen del futuro, pero no conocemos el futuro”. Y agregó: “El mundo cambia de manera sorprendente a partir de cosas que al principio parecen pequeñas y el pasado puede enseñarnos esas lecciones. Escribir relatos sobre el pasado, escuchar a las personas mayores, celebrar aniversarios es muy importante. La amnesia convive, en Estados Unidos, con la creencia de que las cosas permanecerán igual para siempre”.
Consideró a Bernie Sanders “un izquierdista pasado de moda” y a Hillary Clinton, “un personaje polémico”. Las redes sociales, en su opinión, alimentan la misoginia en Estados Unidos.
“Hay muy poca transfobia en el feminismo estadounidense -dijo Solnit en referencia a las opiniones de escritoras como J. K. Rowling o Chimamanda Ngozi Adichie-. La cultura de la cancelación es una patraña que usa la derecha estadounidense, que presupone que hay gente que tiene derecho no solo a tener éxito y popularidad sino que además nadie debe criticar sus argumentos. Hay mucha gente a la que no se ha escuchado y a quien aún hoy no se escucha. Y tenemos el espectáculo burlesco de hombres blancos y ricos que escriben en The New York Times y aparecen en la televisión, quejándose de que se los critica o no se los deja opinar, cuando en realidad su relato es el dominante desde hace siglos”. En su opinión, la cultura de la cancelación es una expresión “que idiotiza, oculta y distorsiona lo que pasa en realidad”. Las acusaciones contra las mujeres trans, dijo, son “problemas imaginarios” que hacen ruido y ocultan problemas concretos como los femicidios y las violaciones. “Me parece razonable apoyar a autores con cuyos valores estamos de acuerdo”, concluyó.
Sobre la religión dijo que no tenía una respuesta sencilla. “Puede ser opresiva tanto como liberadora y al servicio de los derechos humanos, y una gran práctica de la compasión y la conexión entre las personas”.
En un artículo en The Guardian publicado recientemente, Solnit comparó a Vladimir Putin con un abusador doméstico. “El autoritarismo en el hogar y en el Estado se parecen mucho -dijo-. Los autoritarios intentan controlar aquello sobre lo que la gente habla; en los países de América del Sur saben bien de lo que hablo; quieren controlar la economía, la ciencia, la verdad, lo que se puede decir. Esto lo vemos en los hogares patriarcales. Y Putin ha sido muy transparente en su voluntad de convertirse en un Stalin capitalista, con ese tipo de poder y de control. Lo vimos con los asesinatos de opositores, la propaganda, la mentira. Las respuestas de Orwell al autoritarismo son muy profundas y útiles: hay que defender nuestra propia capacidad de recuerdo y confiar en nuestra habilidad para observar, decidir y recordar. En las sectas y en los regímenes autoritarios la gente permite que se les dicte la realidad, pero debemos aprender a confiar en la realidad de lo que nos dicen nuestros sentidos y mantener vivos los recuerdos y los relatos”.
Solnit confía en que, tarde o temprano, la resistencia al régimen ruso triunfará. “Estoy segura de que eso pasará -auguró-. La resistencia puede y debe producirse en todas partes y a muchísimas escalas. No sabemos qué pasará con Rusia, pero sabemos que no es inmortal”. Solnit reconoció que había aprendido mucho de los movimientos políticos en América del Sur, entre ellos, los de la Argentina posterior al colapso de 2001. “Hay un idealismo romántico mucho más fuerte en el mundo hispanohablante que en el angloparlante; tengo que mejorar mi español para poder pasar más tiempo allí”.