Realismo desafiante
Una Buenos Aires al ritmo de los años 80 y personajes que muestran su inadecuación frente al mundo en Un episodio confuso, de Diego Sasturain
Hacia fines de la década de 1980, entre el lastre de la hiperinflación y la estela resacosa de la dictadura militar y la guerra de Malvinas, un grupo de adolescentes de clase media, casi todos pertenecientes a estructuras familiares socavadas por alguna desgracia (la muerte de la madre y del hermano de Guille, tal el nombre de uno de los cuatro adolescentes que protagonizan la novela, en un accidente automovilístico, por ejemplo), amalgamados por el barrio o por la escuela, se abocan, ávidos a la vez que vacilantes, al descubrimiento del sexo, al consumo de cocaína y alcohol, al frenesí nocturno de una Buenos Aires ritmada por la democracia incipiente, al punk rock como género musical eficaz para canalizar su inadecuación frente al mundo. Los protagonistas parecieran ser, cada uno con sus señas, equidistantes de los personajes adolescentes de Roberto Arlt y de los héroes más recientes de Sergio Bizzio.
Ahora bien: hecha esta sinopsis, podría suponerse que Un episodio confuso, de Diego Sasturain (Buenos Aires, 1972), es una novela más de aquellas que, fatigando los motivos de las narraciones que describen la educación sentimental de sus protagonistas, encallan en un realismo, si no genuflexo, acomodaticio. Pero lo cierto es que el autor de El Tridente, ya desde el comienzo, hace ostensible que, si bien ha adoptado el realismo como forma de representación, lo ha hecho sin ingenuidad, de un modo cuanto menos desafiante, es decir, para enfrentarlo con sus propios límites, para situarlo allí donde las convenciones, lejos de asentarse, son corroídas por un lenguaje –denso pero no suntuoso– que es cepillado a contrapelo de las combinatorias al uso, por los esguinces sintácticos que ondulan el discurrir de las frases, por el afán de problematizar la representación de lo real.
La realidad social y política ingresa en el relato, o bien como indicio sesgado pero insoslayable, o bien como disonancia que se acopla a la cotidianidad de los personajes. Así, por caso, el proceso hiperinflacionario de entonces se percibe en pasajes como éste: "El austral, esa moneda ridícula que señalaba como a un punto de fuga el Polo Sur o, al menos, la ciudad de Viedma, se multiplicaba a sí misma en cifras cada vez más grandes sin ofrecer nada a cambio". O bien la guerra de Malvinas adquiere espesor en el cartel alusivo, cuyas chapas suele llevarse el viento, que los personajes observan con estupor en medio de la noche. Apunta la voz en tercera persona que narra la novela: "El gobierno militar, que había colocado la propaganda de una causa que la mayoría de los habitantes del barrio apoyó en su momento, se había retirado hacía casi seis años, pero había dejado el cartel. Los vecinos, que lo veían como una amenaza, no hacían nada, ya que no sabían o tenían claro quién era el responsable a quien convenía recurrir, si el consejo vecinal o la municipalidad, o de qué manera".
En la escritura de Diego Sasturain –que nunca descansa en lo meramente documental–, hay una acentuada sensibilidad para captar. Genera así espacios colaterales que expanden la perspectiva, las intensidades y los ritmos que atraviesan o circundan los acontecimientos, como si quisiera buscar –y en efecto es lo que encuentra– la resonancia de lo infrecuente en lo familiar, el punto en que las modulaciones de lo repetido se abren a lo nuevo.
Un episodio confuso
Diego Sasturain
Mardulce
218 páginas
$75
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