Realidad y fantasía
La técnica excepcional de Angel Della Valle lo consagró como retratista, paisajista y autor de inolvidables escenas costumbristas. Bonevardi fue un solitario que combinó la pintura, la arquitectura y la escultura en sus creaciones.
LA galería Zurbarán (Cerrito 1522) muestra una selección de ocho óleos y dos acuarelas de Angel Della Valle, uno de los más altos representantes de la generación del 80, que se interesó en reflejar a la manera naturalista la realidad argentina de su tiempo. Pintó numerosos retratos (género en el que descolló y que conforma, a juicio de muchos, la parte más lograda de su labor), pero también cultivó el género documental y costumbrista con maestría. Los temas camperos le interesaron especialmente; de ahí, su desarrollo como paisajista y como pintor de escenas de costumbres que reflejan las avanzadas del urbanismo en los espacios rurales. Sus representaciones de gauchos, indios y militares revelan el acontecer de la época. Su óleo más conocido, La vuelta del malón -hoy en el Museo de Bellas Artes-, muestra la fortaleza de su técnica, capaz de resolver convincentemente una gran composición con figuras humanas y animales en movimiento en un paisaje de llanura. La representación llega allí al más alto grado del virtuosismo.
Della Valle provenía de la escuela italiana; había asistido en Florencia a la Sociedad cooperativa de estudiantes, que dirigía el retratista académico Antonio Ciseri. Trabajó también con el gran maestro uruguayo de temas históricos, Juan Manuel Blanes. Con él perfeccionó su oficio, basado en el trabajo directo con el modelo que se practica en los talleres.
El aporte artístico de Della Valle tiene dos fases. Por un lado, su producción pictórica, propia del academicismo naturalista. Por otro, su acción docente, que ejerció desinteresadamente durante dieciocho años en la única institución de enseñanza de la época: Estímulo de Bellas Artes (que entonces funcionaba en el Bon Marché, hoy Galerías Pacífico). Allí trabajó hasta su muerte, que ocurrió sorpresivamente cuando se disponía a dar una clase.
Entre las obras que lo representan en esta oportunidad, Corrida de sortija es la que más acabadamente prueba su veta costumbrista y testimonial, sin perjuicio del interés que tienen otras piezas como, por ejemplo, la Estación de Lomas de Zamora . Pero la que más llama la atención por su exotismo orientalista es La diosa del Amor , una fantasía de taller en la que una carroza abierta, tirada por seis caballos y escoltada por dos coraceros ecuestres, transporta a una mujer desnuda. Ese óleo sobre tela, de 186 x 203 centímetros, se había perdido y -según afirma Ignacio Gutiérrez Zaldívar en el catálogo- apareció hace dos meses en una colección proveniente de La Rioja.
Construcciones de Bonevardi
Con posterioridad a la muerte de Marcelo Bonevardi, en 1994, varias exposiciones nos fueron revelando gradualmente la porción inédita, para nosotros, de su legado intelectual. Eso fue consolidando el sentido de su acción solitaria. Precisamente, una de las muestras póstumas a las que nos referimos más arriba, estaba integrada por pequeñas piezas de la década del sesenta, que esbozaban ya lo que habría de caracterizar la mayor parte de su producción ulterior, como la que lo representa en esta oportunidad, en la galería Rubbers (Suipacha 1175).
Después de un período figurativo de tendencia metafísica, Bonevardi desembocó en una etapa constructiva derivada de la geometría. Salvo en los dibujos y en sus primeras pinturas, donde la profundidad es virtual, desarrolló su obra en tres dimensiones. Planos de colores ensamblados en diferentes niveles configuran sus trabajos, cuyo espesor no hace desbordar el concepto de frontalidad (salvo en el caso en que se trate decididamente de esculturas como, por ejemplo, la que se exhibe a la entrada del Museo Caraffa, de Córdoba). En esa ciudad, Bonevardi, oriundo de Buenos Aires, residió muchos años y estudió arquitectura. No terminó la carrera, pero ésta influyó notablemente en su actividad artística, como puede verse en varias de las quince piezas realizadas entre 1972 y 1993 que se están exponiendo. Algunas tienen la apariencia de frisos o de coronamientos en los que se combinan elementos murales, escultóricos y pictóricos. Otras tienen un origen inspirado por elementos acuáticos, como Sails I y Sails IV (1972) que evocan las velas de un barco, Small Decoy (1977), dos obras con el mismo nombre referidas a un señuelo de pesca, o Decinator (1977), que proviene de un antiguo instrumento de navegación.
Bonevardi desarrolló un orden formal consecuente con el deseo de descubrir una realidad imaginaria imposible de representar por medio de abstracciones convencionales. Tal el caso, por ejemplo, de Cazador de sombras (1992), la construcción más grande de la muestra, de 175,5 x 212 centímetros, o el del enigmático Astrologer´s Kite IV (1975), vinculado, en las lucubraciones de pensador solitario del artista, con el barrilete de un astrólogo o el señuelo para un ángel.
A imagen y semejanza
Si algo definió a la pintura argentina de fines del siglo pasado fue la llegada de las corrientes inmigratorias, italiana y española, que resultaron determinantes en la formación de los artistas locales.
El Premio de Roma era la culminación para quienes se abrían camino en la naciente sociedad artística. Angel Della Valle es un buen ejemplo de este camino seguido, entre otros, por De la Cárcova, Sívori, Schiaffino, Giudici y Cafferatta, como señala con precisión Guiomar de Urgell en la presentación de la muestra del Museo Sívori "Los italianos en el arte argentino", que adhiere a la celebración de la semana de Italia en Buenos Aires.
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