Alta Fidelidad: rapsodia para una bohemia perdida
Muñeca Brava, “Monique”, fue una de las obras de arte contemporáneo más vistas de Buenos Aires; en la puerta de un mítico restaurante del Bajo porteño, todos se fotografiaron con ella
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Esta es Monique, una modelo soft porno que alguna vez, en los lejanos 90, pasó del papel satinado de una revista al volumen escultórico hiperrealista en las manos del artista contemporáneo Martín Di Girolamo. Estuvo en una feria de arte llamada MAPA en la Rural, en el stand de la galería Maman que como si fuera una cenicienta erótica la rescató del derrumbe del Bajo que, agravado por la pandemia, se llevó puesto al restaurant Filo que ahí, muy cerca del mítico Bárbaro, encandilaba con luminiscencia posmoderna en la noche menemista. Pero la noche era de Buenos Aires al fin y Monique atraía las miradas de los trasnochados que recalaban en busca de pizza y acid house, la música que pasaba el disc jockey encaramado a una tarima. Monique, muñeca brava tamaño natural, esperaba en la línea de las reservas, muy cerca de la barra, como la camarera en jefe, subida a una plataforma rosa. Debe haber sido una de las obras de arte contemporáneo más vistas (sin saber que se estaba viendo arte contemporáneo) y con las que más gente se hizo fotografiar sin esperar el like en las redes y sin otro objetivo que guardar la experiencia de haber estado ahí, en la nueva noche del Bajo, que venía a ser el vértice norte y extemporáneo de la Manzana Loca.
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Cerca de la pirámide del Centro Cultural San Martín están los protagonistas de la película Tertulia N° 250 de Mariano Galperín que son además su público. La película se proyecta en la sala 2 y refleja una noche más en la parte de atrás de la librería La Internacional Argentina de Villa Crespo, búnker del poeta y trovador Francisco Garamona que se fue transformando en los últimos diez años en uno de los últimos refugios de una forma de bohemia muy específica: porteña. Al punto que este ejercicio de cinema verite de 2022 se conecta como por un túnel subterráneo con otra película, Tiro de Gracia (1969). Aquella, filmada por el publicista Ricardo Becher buscaba conjurar el clima del Bar Moderno, escenografía de la mayor parte de sus escenas. Pero también registraba al cenáculo en torno al grupo Opium, una banda de poetas a la que el activista Miguel Grinberg (muerto este mismo mes) había llamado “caníbales en estado de exilio”. Tiro de Gracia era también el nombre de la novela del Opium Sergio Mulet que Becher adaptó para la película haciéndolo protagonista de algo que a la vez formaba parte de su deriva cotidiana. De ahí que al estreno de la película y a las pocas trasnoches que duró en el cine Paramount (spoiler: no existe más) asistieran los mismos que se veían repartidos entre las mesas del Moderno. No aparecía, pero podría haber estado, el habitué Roberto Jacoby que sí está entre los contertulios filmados por Galperín con su cámara testigo. Lo vemos con el pelo mucho más largo que en 1969 cantando la canción “Saliva citron”, un aire de bossa que lleva letra suya (como las de Virus) y música de Garamona que lo acompaña en la guitarra junto a Nacho Marciano en percusión. Por la película desfilan otros artistas como Guillermo Iuso, Fabio Kacero y Nahuel Vecino y en las butacas hay algunos que no están filmados pero estuvieron ahí en esos miércoles que se estiraban a fuerza de alcohol y tabaco como el dúo Mondongo. Entre el público falta, por ejemplo, Sergio De Loof a quien lo vemos discutir y despotricar como esa especie de aristócrata plebeyo que era. La tertulia de La Internacional, sede también de la editorial Mansalva, convirtió la parte de atrás del local de la calle Padilla en uno de esos bares y atmósferas que ya no están. La pandemia le puso stop y esta película llegó justo a tiempo para registrar a un grupo más o menos fijo que parecía crear y destruir un mundo todos los miércoles entre las siete de la tarde y la medianoche.
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Parte del encanto de la trastienda de La Internacional estaba, sigue estando, en ese pequeño museo de arte contemporáneo argentino que se fue armando en sus paredes. Monique, que pasó de un premio Braque a una muestra de erotismo en el Recoleta y de ahí a Filo, no desentonaría en esa colección “bombón” como la define el juez Gustavo Bruzzone que también tiene su cameo. Pero quien sabe cuál será su próximo destino ahora que fue restaurada y es ofrecida a la venta por una galería de arte. La pesadilla perfecta hubiera sido verla patas para arriba en un volquete cerca de la puerta enrejada del fantasma de Filo como se ven los mannequins, a veces, en el Once. Dicen que el arte salva.