"Quino tenía una visión optimista a largo plazo sobre la Argentina"
MENDOZA.– El canto de los pájaros, el olor a lluvia o el aroma a las hojas quemadas, con la Cordillera de los Andes de fondo. De esas simples cosas de la vida disfrutaba Quino sus últimos años, como cuando era un niño, aunque ya no podía ver. También, de una cerveza bien fría, mientras su sobrino "lazarillo", ya que el papá de Mafalda no tuvo hijos, le leía un libro por las tardes, le ponía música o lo invitaba a conversar y volar, pensando en un mundo y una Argentina mejor.
Fue en Mendoza, su tierra natal, donde Joaquín Salvador Lavado decidió afincarse para siempre en 2017, y donde murió en la mañana del miércoles 30 de septiembre, a los 88 años, con una salud muy deteriorada por la edad. Así, todo ese tiempo, en Rincón de Aráoz, un barrio privado en Luján de Cuyo, fue cuidado como en una "caja de cristal" por uno de sus cinco sobrinos, el reconocido abogado de Derechos Humanos Diego Lavado (59), y su familia, quienes vivían a una casa de distancia. Para los quehaceres diarios, Quino estaba permanentemente acompañado por personal que lo asistía, hasta sus últimos minutos, muy afectado por un ACV sufrido días antes. Pero Diego, su esposa Inés Vargas (59) y sus hijos, Juan Manuel (28) y María (24), estuvieron siempre cerca, con todos los recaudos, sobre todo en estos meses de pandemia para evitar un posible contagio de coronavirus. Mientras tanto, en Buenos Aires, Julieta Colombo, sobrina por parte de Alicia, la esposa del dibujante, se encargó de alentarlos y de sostener y administrar el gran legado y así seguirá siendo por decisión del propio artista, contó Diego en una entrevista con LA NACION.
–Hay gran repercusión en todo el mundo por la partida de Quino. ¿Cómo lo viven en la familia?
–Realmente no nos sorprendió, porque su obra ha conmovido en todo el mundo. Nos pasó siempre de recibir mensajes de personas que no son de cultura latina, y que contaban que habían leído todo de Quino en China, Grecia, en cualquier lado. Con las redes sociales se potenció más. Hace varios años, en una premiación cultural en Francia, nos llamó la atención ver a tantos niños, y nos comentaron que era porque en las primarias Mafalda era uno de los personajes de los manuales. Se acercaban con sus papás y le decían de todo a mi tío.
–¿Qué se siente haber sido el encargado de cuidar a un genio?
–Han sido tres años muy lindos, aunque complicados para él, porque quedó viudo en 2017. Pero luego pudimos salir, fuimos a escuchar la orquesta y al cine varias veces, aunque ya no veía nada. Fue una etapa hermosa, donde estuvimos presentes con mi esposa y mis hijos. Cuando nosotros nos íbamos de viaje, ellos se ocupaban de Quinito. Lo que él necesitaba era compañía. Por eso, el ritual de la cerveza de las ocho de la noche, leyéndole un libro o escuchando juntos el CD del Quijote. Mi esposa también le leía mucho. La gente que lo cuidaba, después de que falleció contó sus propias anécdotas y fue muy bonito. Los agradecidos somos nosotros. Haber estado al lado de él ha sido un privilegio.
Lo que Quino necesitaba era compañía: la cerveza de las ocho, leyéndole un libro o escuchando el CD del Quijote. Los agradecidos somos nosotros. Haber estado al lado de él fue un privilegio
–¿Por qué Quino decidió volver a Mendoza?
–Quinito y Alicia venían planificando venirse a vivir a Mendoza, pero tenían mucha actividad en Buenos Aires. Cuando muere mi tía, Quino planteó volverse y lo hablamos con su sobrina, Julieta [Colombo]. A él, Mendoza le traía muchos recuerdos de su infancia, como el olor de las hojas quemadas, que por ahí se sigue haciendo en otoño; también el olor a lluvia o el sonido de los pájaros. Imaginate pasar del centro de Buenos Aires, a empezar a sentir los pájaros a las 6 de la mañana, como pasa acá con unos zorzales de pecho colorado, que tienen un canto increíble. Los escuchaba y se despertaba con esos sonidos, y realmente tuvo una vuelta a muchos recuerdos.
–¿Cómo pasaban los días?
–Él vivía al lado, a una casa de por medio. Había un grupo de personas que lo cuidaba, que se iba rotando cada ocho horas. En la última etapa fue complicado por los contagios, porque buscábamos la forma de que no se enfermara. Tuvimos que tener mucho cuidado. Lamentablemente sufrió un ACV, pero antes de eso él estaba lúcido; no veía, pero escuchaba las noticias de la radio y la televisión, y también música. Le leíamos mucho también; había traído muchos libros de su biblioteca de Buenos Aires.
–¿Qué pensaba Quino de la pandemia?
–Decía que esto no podía ser cierto. Decía que nunca se ha vivido una cosa así. Pero le decíamos Quinito es así. Realmente le preocupaba mucho, porque estaba atento a las noticias, no solo de acá, sino de Italia, porque ellos vivieron en Milán y se enteraban de amigos y sus familiares que se enfermaban, o si se moría alguien. Siempre relacionaba las catástrofes naturales con el maltrato del ser humano a la tierra. Fue un adelantado en su visión sobre el feminismo y el ecologismo, eso se puede observar en sus tiras de los años 60, tan actuales.
De la pandemia decía que no podía ser cierto. Le preocupaba cómo la gente se tenía que encerrar, sobre todo los niños. ¿¡Cómo no van a poder ir a la escuela, después no van a querer salir!?, pensaba
–¿Le preocupaba el tema de las libertades?
–Le preocupaba mucho cómo la gente se tenía que encerrar por esta pandemia, sobre todo los niños. Él decía: "¡¿Cómo los chicos no van a poder ir a la escuela, después no van a querer salir a la calle?!". Y esto es algo que los expertos están alertando. Más que miedo, sentía sorpresa de estar pasando algo que nunca le había tocado vivir.
–Vivió momentos difíciles al acercarse la dictadura, antes del exilio.
–Hay cuestiones muy íntimas que Quino le contó a la investigadora e historiadora Isabella Cosse y que vale la pena compartir. A Quino lo fue a buscar la triple A en el 75, a comienzos de octubre. Por suerte, estaban en el Tigre, en una casa que tenían ahí. Esa madrugada la patota los fue a buscar, pero solo alcanzaron a romper la puerta, porque todo se frenó con la intervención de un policía de la federal que vivía en ese mismo edificio, luego de llamar al comando radioeléctrico. Todos se conocían entre ellos. Nunca más volvió ahí y se fueron a San Rafael, donde vivíamos con mis padres. Estuvieron dos meses y mi tía luego se fue a Italia; por lo que Quino quedó solo para nosotros.
–Un mar de anécdotas que deben haber marcado su infancia... ¿Qué recuerdos tiene?
–Fueron días muy lindos. Quino estaba ahí, viviendo medio clandestino; era bastante emocionante. Estaba todo el día trabajando, siempre fue muy meticuloso. Se despertaba a las 11 y se ponía a crear; no dormía la siesta y trabajaba hasta tarde en la noche. En esa época en casa hizo varias páginas famosas, como la persona perdida en el desierto, que insulta para arriba y le tiran una Coca-Cola, la quiere abrir y no puede; vuelve a insultar y le tiran un sacacorchos. También, otra universal es la del ladrón que es amigo del policía, y que ambos luego también se abrazan con el juez.
–¿Y algún episodio que lo haya sorprendido?
–Vivíamos muy cerca del tenis club social de San Rafael. Era la noche de un viernes, después de cenar, y nos estábamos acostando cuando se escuchó una música ensordecedora. Quino se estaba bañando, siempre contaba que el agua se movía del ruido. Todos salían a la calle a protestar. Quino fue con mi viejo y un vecino a hacer la denuncia a la policía, sabiendo que estaba clandestino. Y terminó haciendo la denuncia el Quino, porque era el único que tenía documento. Cuando se sienta frente al comisario para la declaración, ve detrás del jefe policial que en la pared tenía pegado el cartel de Mafalda que dice: "Este es el palito de abollar ideologías", firmado por Joaquín Salvador Lavado. Y el tipo no se dio ni cuenta. En ese momento a Quino le dio miedo, pero después lo contaba matándose de risa.
Quino no era divertido, era muy irónico. No era humorista, no era Landriscina. Pero te terminabas riendo, como te pasa con sus páginas. Era reservado, pero cuando abría la boca, agarrate.
–¿Qué ideas y deseos le transmitió Quino en estos años?
–No era un tipo que te fuera a pontificar o a bajar línea. Enseñaba con el ejemplo, como los grandes maestros. Hay muchas anécdotas. En España, cuando yo estaba haciendo un posdoctorado, me avisó que le iban a dar el premio Príncipe de Asturias a la Comunicación. Lo entregaba el rey, con todo lo que sentía Quino de contradicción por ser republicano y no realista. La cuestión es que después de la distinción lo empezaron a llamar muchísimas personalidades para verlo, invitarlo a cenar; la mayoría de las veces decía que no. Un día lo llamó un albañil que le había hecho arreglos en un departamento en Madrid, que se llama Virgilio. Dos días después del gran premio se fueron a cenar con él. Esto te demostraba cómo era: humilde, sencillo, directo, sin hacer diferencias con la gente. Otra vez, en Mendoza, cuando vinieron para los 40 años de Mafalda, el Gobierno les reservó una suite en un hotel de lujo, y decidieron que no correspondía, y terminaron en un hotel chiquito del centro.
–¿Era una persona divertida?
–No era divertido, era muy irónico. No era humorista, no era Landriscina. Pero te terminabas riendo, como te pasa con las páginas. Era reservado, pero cuando abría la boca, agarrate. Siempre recomiendo leer el libro de Cosse, "Mafalda: historia social y política", editado por el Fondo de Cultura Económico. Quino quiso que se lo leyera también. Por las tardes, le leía unas diez páginas, siempre con una cervecita. A él le gustó mucho, porque se analiza la obra muy meticulosamente. Queda plasmada su agudeza para decir tantas cosas, que en el momento no se daba cuenta del impacto que tenían. Quinito dice que se le caían las ideas, que había alguien que le tiraba algo. Igual, más allá del talento, se identificaba con Felipe, que llegaba el domingo a la tarde y no quería ir a la escuela, con eso de tener que entregar un trabajo, reconociendo que le costaba dibujar, tal vez porque era muy meticuloso. Además, nunca usó computadora.
–Y llegó el día que dejó de dibujar...
–En 2012 tomó la decisión. Casualmente me tocó estar en ese momento. Ya no veía bien, sufría mucho, le costaba. Tenía una lupa, de esas grandes que se ponen en los escritorios, pero era muy duro. Un día, en abril, me llamó a Mendoza y me pidió que lo fuera a buscar. Quinito estaba en Madrid, y me decía de ir hoy o mañana, como si fuera ir al centro. Fui a buscarlo. Estaba bastante mal de ánimo porque sabía que tenía que dejar de dibujar. Fue muy duro, un luto, pero también un alivio.
–Y en estos últimos años, ¿cómo lo afectaba no poder ver?
–Realmente extrañaba el cine. Fuimos algunas veces, pero después no quiso ir más, se ponía muy nervioso. Por ahí decía que le gustaría dibujar. Yo le decía que hiciera otro tipo de producción, como hizo Fontanarrosa, pero al final nunca se decidió. Su modo de expresión era el dibujo. Además, lo que más disfrutaba de su propia obra era cuando le salía un dibujo sin texto, como el del ladrón, el policía y el juez, o el de la dueña de casa con el desorden del living y el Guernica de fondo. Para él era la gloria cuando lograba contar algo sin una sola palabra, y en un lenguaje universal.
–¿Cómo continúa la administración del legado?
–La obra desde hace bastante tiempo, por decisión de Quino, la sigue Julieta, quien lo ha hecho muy bien y va a respetar el espíritu. Es peligroso que caiga en otras manos. Ella sabe custodiar todo. Me parece fantástico que quede en sus manos. Nos conocemos desde chiquitos, y tenemos muy buena relación y siempre estamos en consulta permanente.
–¿Cómo influyó Quino en su vida y su carrera?
–Me influyó mucho su estancia en Mendoza durante de mi infancia, casi dos meses. Fue una etapa muy reveladora. Después vino la época de la dictadura afuera del país, nos contaban por teléfono que todo lo que pasaba en Argentina era tremendo. Lo mismo pasaba con Malvinas. Por eso, decía que no se les ocurriera mandar al Diego a la isla; yo acababa de salir de la colimba. Era clase 61 y estaban convocando para la guerra. Quino decía que todo era mentira, que la guerra la perdemos, que iba a ser un desastre. Esas cosas me pegaron fuerte. Él fue una conexión siempre con el mundo, con un mundo que no es el de hoy.
–¿Qué visión tenía Quino de la política?
–Ellos vinieron por primera vez en el 81, y después ya pensaron seriamente en volver, con la esperanza puesta en Alfonsín, la vuelta de la democracia, aunque después con la desilusión por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Ha pasado las alegrías y desilusiones de muchos argentinos que tienen un pensamiento progresista, de alguien que piensa en los valores de la democracia y la justicia social. Siempre se definió como socialista utópico. Había cuestiones que le molestaban del gobierno fuera el que fuera. Él se sentía de igual a igual, no le tenía miedo, no se le achicaba a nadie.
Siempre se definió como socialista utópico. Había cuestiones que le molestaban del gobierno, fuera el que fuera. Él se sentía de igual a igual, no le tenía miedo, no se le achicaba a nadie.
–¿Qué decía de los últimos gobiernos argentinos?
–Como todo intelectual para él tenía mucha importancia lo que tiene que ver con las libertades. Siempre con una visión crítica de los gobiernos. No se enroscaba en lo cotidiano. Tenía una visión más a largo plazo, de grandes proyectos. La coyuntura del cepo al dólar no le interesaba. Se comprometía con los valores democráticos, humanos y las libertades, no con un personaje ni gobierno. Siempre ha tenido una visión no solo de país sino de la humanidad que va cada vez peor, repitiendo los mismos errores. Le molestaban mucho estos cambios hacia populismos de derecha, que han proliferado tanto en Estados Unidos como América Latina. Se definía como una persona de centroizquierda, desde el punto de vista más utópico que real, porque vio que la implementación de esas ideologías también tiene su lado flaco.
–¿Cuál es el mensaje de Quino sobre el futuro del país?
–Quino tenía una visión optimista a largo plazo sobre la Argentina. Le tenía mucho cariño al país. Siempre dijo que la forma de amistad que existe en Argentina, no existe en ningún otro lugar del mundo. Cuando años atrás se produjeron los primeros saqueos a los supermercados, se enojó muchísimo con ilustradores españoles que publicaron en un diario una imagen con el título catástrofe de "la Argentina se desangra", usando a Mafalda y los demás personajes de Quino en un saqueo al almacén de Manolo. Para él fue muy duro y les dijo que hicieron ese dibujo porque no saben lo que es la amistad en la Argentina. Que, pese a todos sus pensamientos, Manolito hubiera ido a llevarles comida a sus amigos. Finalmente, Quino les dijo que no le pidan disculpas a él sino al pueblo argentino. Por eso, creo que su visión, hasta sus últimos días, era que la Argentina va a salir, que hay mucho talento y potencial, que en algún momento va a cristalizar, va a cuajar y va a salir algo bueno.
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