Quieren sacar la librería a cielo abierto más grande del mundo, a orillas del Sena
De cara a los Juegos Olímpicos de 2024, los típicos “buquinistas” que constituyen un paseo tradicional en la ribera del río, se niegan a ser desplazados; “es como desmontar la Torre Eiffel o Nôtre-Dame de París”, dicen
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PARIS.– Los buquinistas parisinos, la librería a cielo abierto más grande del mundo, instalados a orillas del río Sena desde hace 450 años, se niegan a ser desplazados por las autoridades para garantizar la seguridad de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos el año que viene.
“Es una decisión tomada adentro de una oficina, sin ningún conocimiento de nuestra problemática. Es lo mismo que desmontar la Torre Eiffel o Nôtre-Dame de París. Borrar un símbolo fundamental de la capital como los buquinistas es excesivo”, se lamenta Jérôme Callais, presidente de la Asociación Cultural de Buquinistas de París.
En un correo enviado el 25 de julio, el prefecto de la capital juzga “indispensable” el desplazamiento temporario de las célebres “cajas verdes” “por razones de seguridad, debido a que un perímetro de protección será instalado alrededor de la zona de la ceremonia de los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos 2024″, que debe realizarse el 26 de julio, precisamente en el Sena. Durante ese mes, la Oficina de Turismo de París prevé la presencia de 15,1 millones de visitantes, de los cuales, una gran mayoría serán franceses. En ese contexto excepcional, la Prefectura de Policía se ve obligada a tomar las mayores precauciones.
Sobre los 900 stands presentes a orillas del Sena, 570 deberían ser desplazados, según la alcaldía de París. Pero, para los buquinistas, cuya actividad está considerada por la UNESCO Patrimonio Inmaterial de la Humanidad desde 2019, se trata de una verdadera ofensa que, además, les impedirá aprovechar las ventajas comerciales de semejante acontecimiento mundial.
Para Callais, la mejor solución sería no desplazar los puestos, sino protegerlos, sellándolos durante el tiempo de la ceremonia. En todo caso, y tratándose de Francia, la pulseada —que recién comienza— debería durar varios meses.
Tesoros de viejas ediciones
Con sus 400.000 ejemplares expuestos a lo largo de más de tres kilómetros a orillas del río Sena, los 240 buquinistas y sus célebres “cajas verde botella” que contienen tesoros de viejas ediciones, revistas de historietas y libros antiguos, son una visita obligada de la capital francesa.
Verdaderos símbolos de la historia del país, esos apasionados de los libros ya se ocupaban de lo mismo en el siglo XVI. Aunque, incluso en el siglo XIII, los “libreros juramentados” —comerciantes encargados de vender manuscritos originales bajo el control de la Universidad de París ante la cual habían prestado juramento—, exponían una vez por año los ejemplares de sus librerías en pequeños stands portátiles.
Fue sin embargo con el nacimiento de la imprenta en 1450 cuando el comercio de libros adquirió otra dimensión. Un siglo después, pequeños comerciantes ambulantes comenzaron a instalarse a orillas del Sena para vender sus libros (sus “bouquins”), con frecuencia de segunda mano. Utilizado normalmente en Francia para aludir a un libro, “bouquin” es una palabra argótica derivada de “bouc” (chivo), con cuya piel se encuadernaban entonces las obras, y que dio también origen de la palabra “book” en inglés.
Caballetes, cajas de madera, cestos de mimbre o simplemente expuestos en el suelo, todos los medios eran buenos para vender esos libros. El Pont Neuf, construido en 1606, fue siempre uno de los puntos preferidos de esos bouquinistes (en francés), que comenzaron a tener un éxito inesperado.
Un éxito que provocó la reacción de los libreros y la presión de las autoridades reales que, desde la mitad del siglo XVI, reglamentó el comercio y aplicó duras sentencias prohibiendo la presencia de esos comerciantes ambulantes. Recién cien años después fueron finalmente autorizados a vender, a condición de pagar un canon anual.
Pero la tregua duró poco y durante la Fronda (1648-1653), los buquinistas estuvieron a punto de desaparecer. Por un lado, autoridades reales, libreros y policías se enfrentaban para suprimir las “cajas” clandestinas. Por el otro, los vendedores de panfletos no sometidos a la censura y de gacetas destinadas a fomentar escándalos intentaban ganar dinero. Durante todo el siglo XVII y hasta la mitad del XVIII, los buquinistas a cielo abierto fueron así expulsados y reintegrados al ritmo de acuerdos y desacuerdos.
La suerte de esos libreros ambulantes evolucionó con la Revolución Francesa. En 1789 el término “bouquiniste” entró en el diccionario de la Academia Francesa. Fue un periodo próspero para esos comerciantes cada vez más numerosos en el Pont Neuf, centro de todos los entretenimientos (lecturas públicas, animaciones musicales, espectáculos al aire libre, etc.) y cuartel general de la gente cultivada. Con Napoleón I, los buquinistas ganaron terreno gracias a la organización de nuevos muelles a lo largo del Sena. Tuvieron, sin embargo, que esperar el reino de Napoleón III para recibir la autorización oficial de ejercer su profesión. En 1859, la alcaldía de París creó concesiones que permitieron a esos vendedores instalar sus “cajas” en lugares fijos.
Así, año tras año, el número de “libreros del Sena” fue aumentando: 156 en 1892, 200 en 1900 durante la Exposición Universal y 240 en 1991. En 1930, la extensión de los stands fue fijada en ocho metros. Hoy son tres kilómetros de libros antiguos o contemporáneos, estampillas y revistas que se ofrecen al visitante en ambas orillas del Sena. A la derecha, desde el Pont Marie al muelle del Louvre. A la izquierda, desde el muelle de la Tournelle al de Voltaire.
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