¿Quiénes ganaron el Mundial de Escritura? En 2024 se lanza un Mundial de Lectura
Se repartieron cinco mil dólares en premios; el sello Vinilo publicará el libro de uno de los finalistas y la editorial Híbrida, una antología de poemas
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Durante la semana en que se conmemoró el primer aniversario del triunfo de la selección argentina en Qatar, se anunciaron los equipos y jugadores ganadores de las dos ediciones del Mundial de Escritura 2023. Creado por el editor y escritor Santiago Llach en marzo de 2020, es una competencia online y gratuita, abierta a personas de todas las edades y nacionalidades. A lo largo del año, participaron veinte mil jugadores.
“Este año se cumplió el objetivo de acompañar todo el proceso del primer borrador al libro -dice Llach a LA NACION-. Ya los veinte finalistas están terminando sus libros y uno de ellos será publicado por Vinilo, y también tendremos la antología de poesía de Híbrida”. En 2024, se lanzará un Mundial de Lectura en paralelo al de Escritura. “Esperamos que mucha gente esté leyendo simultáneamente un libro por mes; será también un juego competitivo y una lectura compartida”.
¡Les presentamos a los ganadores del Mundial de Escritura de este año! ¡Felicitaciones a todos! pic.twitter.com/y48e6T5ZFC
— Mundial de Escritura (@MundialEscritur) December 18, 2023
La escritora Mónica Josid (Buenos Aires, 1980), que ganó en la categoría adultos con el cuento “Una canción de los Beatles”, recibirá mil dólares de premio. La autora, que actualmente reside en Pamplona, se formó en los talleres literarios de Osvaldo Beker, Luciano Lamberti, Rafael Otegui y Clara Muschietti, y participó en las antologías Buenos Aires en 100 palabras, de Funndación Plagio, y Microrrelatos de San Fermín.
“Estoy muy agradecida -dice Josid a LA NACION-. El Mundial me permite jugar a ‘profesionalizar mi escritura’, a seguir consignas, a escribir con regularidad y a cumplir con extensiones y plazos. Con el Mundial descubrí que, a veces, a la creatividad le gusta jugar con reglas”. Josid había participado en las últimas tres ediciones del torneo y fue semifinalista del Mundial de Traducción. En esta ocasión, integró el equipo ganador “Agítese antes de usar” con Andrea Mujica, Socorro Díaz Colodrero, Eva Dimopulos, Daniel León, Lorena Radic, Loreto Jorquera, Mónica Josid, Natalia Molozaj, Carolina De Michele y Violeta Gonzales Blanco. Deberán repartirse los cuatro mil dólares de premio.
“Es un gran equipo -define Josid-. Un Dream Team latinoamericano con integrantes de Chile, Colombia y la Argentina. Nos entusiasma mucho la literatura, nos apoyamos en todo momento, nos leímos entre todos, trabajamos los textos desde la individualidad y desde el grupo. Hace algunos años participo en talleres literarios y coincido con gente que, como yo, siente la necesidad de escribir. Me entusiasma el procedimiento de compartir y analizar lecturas y escritos. El cuento, como género, me resulta muy atractivo. Si un autor tiene cuentos publicados, me gusta empezar a leerlo por ahí. Me interesan el lenguaje y los idiomas. Y me emociona muchísimo pensar que el jurado leyó mi texto, son tres autores a los que leo y admiro”.
La mexicana Isabel Zapata, integrante del jurado con el costarricense Luis Chaves y la española Luna Miguel, dijo sobre el cuento ganador: “A través de atmósferas bien dibujadas y de diálogos que revelan una persona autora con excelente oído, este cuento fluye y logra adentrarnos al razonamiento de su personaje principal. En pocos párrafos, se delinea un estado de ánimo complejo que se trenza no solo con lo que pasa en el momento, sino también con una historia familiar y un legado que ilumina el presente”.
El segundo lugar de la categoría adultos fue para Juan Randle por “Los peces y los pescados”, y el tercero para Tomás Barrios por “Cruzar un monstruo”. Victoria Martín, de Puerto Madryn, se destacó como goleadora. Los finalistas de esta categoría participan de clínicas de escritura con Llach y Sebastián García Uldry; entre ellos, se seleccionará un escrito que será publicado en la “portátil” editorial Vinilo.
Las escritoras y editoras Ana Catania, Julia Moret y Mercedes Güiraldes estuvieron a cargo de la selección de la categoría adolescentes; y Adriana Riva, Adriana Fernández y Nicolás Schuff eligieron a los ganadores de la categoría niños.
En la categoría adolescentes, la ganadora fue María Paula Sierra Charry por “Luego que por qué me da pena mirarte a la cara”. Güiraldes caracterizó el relato como “intrigante y misterioso, escrito en segunda persona, sobre un (o una) fóbico social, un bicho raro solitario y solipsista, que un día se enamora, aun sin ser correspondido”. El equipo Corazón de Cardenal resultó ganador de la categoría. El segundo lugar lo obtuvo Anya Lunari Jedreirich con “Luego que por qué me da pena mirarte a la cara” y el tercero para Abril Beautemps, con “Mapi y pami”. Los finalistas de esta categoría participarán en un taller de escritura y publicarán sus textos en un fanzine.
Los niños ganadores del Mundial de Escritura fueron Tobías Hanny (de Chile, 6 a 9 años), y los argentinos Emma Kobernick (10 a 11 años) y Facundo Besteiro Montemayor (12 a 13 años). Sobre los relatos, los jurados destacaron su humor, inteligencia y creatividad.
Por último, el jurado compuesto por las escritoras Silvina Giaganti, Julieta Mortati y Marina Mariasch eligió los 53 poemas que serán publicados en una antología de la editorial Híbrida.
“Una canción de los Beatles”
Victoria trabaja ocho horas en un cubículo de dos por dos. Mastica chicle. Golpea sus dedos de uñas mordidas contra la fórmica amarillenta del escritorio. Sacude el pie nervioso al compás de un ritmo que le es propio, un pulso interno que late en el lóbulo de sus orejas, en sus muñecas, en su entrepierna.
Victoria habla otro idioma con gente que vive en otro país y que no imagina que ella está sentada en una oficinita en Balvanera. Cuando pronuncia las palabras en alemán su lenguaje es una locomotora que atropella, con sonidos groseros, a su interlocutor. “Estamos ofreciendo una bonificación para aquellos clientes que contraten, el día de hoy, internet de alta velocidad”, dice una y otra vez. “Nein danke”, escucha una y otra vez. Pero a Victoria no le importa el rechazo, a ella le gusta imaginar que su voz viaja por las líneas de cobre hacia lugares que nunca conocerá.
Esa tarde, mientras se fuma un pucho en la terraza repleta de equipos de aire acondicionado, oye a sus compañeras decir que es un trabajo desgastante y que son hormigas obreras laburando todo el día por dos mangos. Victoria mantiene la mirada fija en Silvia mientras juega a despegar algún pellejo de labio con sus dientes. Ella le cuenta sobre la mujer histérica a la que tuvo que escuchar por dos horas con un reclamo sobre una aspiradora. “Ajá”, le dice y acompaña sus palabras con un movimiento comprensivo pero en el fondo ya no le presta atención. Ahora piensa que a ella sí le gusta su trabajo, le encanta no saber con quién habla. Le gusta imaginar al otro. La casa del otro. El gato que duerme sobre el sofá del otro. Mientras habla intenta reconstruir esa ciudad en la que suena un teléfono que esconde su voz. Siempre le sucede que cuando puede verla con nitidez, cuando puede ver el perfil de los edificios grises recortados sobre el cielo chato, la imagen se le esfuma.
El jefe le dijo a Silvia que está muy lejos de su línea de producción. Está preocupada.
—Si me van a echar, que me rajen ya —dice Silvia.
Victoria le dice que la incertidumbre agota.
—Tal cual. El no saber me tiene mal, pero tampoco es que me voy a cortar las venas si pierdo este trabajo de mierda, por las dudas vengo tirando currículums por todos lados —dice Silvia.
—Tranquila —dice V.—, perro que ladra no muerde.
Y piensa: hunde, die bellen, beißen nicht, porque a veces le pasa que cuando habla en castellano piensa en alemán o al revés. Esa frase le resuena de cuando su abuelo amenazaba con volver a Rusia. “¿Por qué el abuelo se quiere ir a Rusia?”, le preguntaba Victoria a su abuela. Sus palabras eran confusas, como lo son casi siempre las respuestas a esa edad. La explicación era larga: sus antepasados se habían ido de Alemania siguiendo a Catalina la Grande, eran gente de campo (remarcaba su abuela). Pero cuando se murió la zarina los echaron por ser alemanes. Regresaron a su país pero nadie los aceptaba por considerarlos rusos. Sin trabajo y sin patria familias enteras viajaron en barco para la Argentina y fundaron pueblos que eran una maqueta de ese país que los había rechazado. Hablaban alemán, cocinaban recetas alemanas, bailaban canciones alemanas.
—¿Vos pensás que me está apurando? —le pregunta Silvia.
—Puede ser —responde Victoria y por un segundo siente una especie de cosquilla en su garganta. Le gustaría estar en una llamada y no en una conversación, entonces pondría a su interlocutor en espera y escucharía unos segundos a George Harrison hablándole del sol, llamándola little darling y las palabras aparecerían para ella. Ahora está en blanco. Intenta escanear su cerebro buscando algo que decir pero solo aparecen los guiones de venta y algunas frases, escuchadas y repetidas, que no logra interpretar del todo. —Creo —dice con esfuerzo—, que ya terminó el descanso.
Silvia la observa unos instantes.
—Qué criatura más extraña —dice por lo bajo y se va.
Victoria apaga el cigarrillo contra la baranda y lo tira hacia la turbina del aire acondicionado que lo engulle. El sol pica sus hombros, en unos minutos hablará con una mujer que estará sentada en el techo del mundo. La anciana caminará despacio hacia la mesita oscura donde descansa el teléfono y la voz de Victoria, desde Balvanera, será la única que rasgará su soledad ese día. Victoria estará tranquila. En todo momento, sabrá exactamente qué tiene que decir.
De Mónica Josid
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