Qué se puede hacer salvo (no) ver películas
Con el lobby en obra, llegar a la fotogalería del Teatro San Martín dispone una primera dificultad: sortear andamios. Escaleras abajo no hay nada. Nada que se parezca a una muestra de fotografías en el espacio recuperado por Bruno Dubner, Lara Marmor y Ariel Authier en 2018. Así como nada de lo que se ve afuera se parece al lejano esplendor de la avenida Corrientes otra vez angosta pero no como en el tango sino por un caso de mala praxis urbana. Algo hay, sin embargo, y es un misterio. En el whats app recibo instrucciones de Dubner como si estuviéramos en uno de esos juegos de la búsqueda del tesoro. Me habla de una caja que contiene un cuadernillo con un dialogo entre Alejandro Cesarco (Montevideo, 1975) y Sthephen Prina (EE.UU, 1954) y no la veo. Quizás porque no hay nada que ver aquí, todo es sonido: el audio completo (una hora y media) de El Diablo Probablemente, anteúltima película de Robert Bresson estrenada en París en 1977. La sala parece abandonada a su suerte: el proyector y el cableado a la vista arman un ambiente brutalista, hostil. Contra la pared la imagen de la obra de Cesarco consiste en placas que reproducen el dialogo completo de los jóvenes enragés que protagonizan la película. Pero esta película anarco-ecologista cuyo subtítulo podría ser el mismo “No Future” de los Sex Pistols también en el 77 no está en la sala. Y más que una obra conceptual (que lo es) opera como un inesperado memorial a la cinefilia perdida. En el vientre de Corrientes donde apenas el Lorca y la sala Lugones (en este mismo edificio) se empecinan en sobrevivir a la no imagen.
********
Más o menos para el mismo tiempo que Bresson filmó El Diablo Probablemente el grupo Genesis tocó en San Pablo, Brasil. Muchos años atrás le escuché al periodista Alfredo Rosso una historia fascinante acerca de este tour. Como el grupo ya entonces comandado por Phil Collins no bajaría a Buenos Aires, algunos fans argentinos del sobrio sonido beaux arts de Genesis viajaron a Brasil. Alguien, entre ellos, llevó una cámara que registró la actuación pero sin los pertrechos de sonido se volvió con una película muda. Entrenados en el hábito local de la trasnoche de cine-rock (de Woodstock a La canción es la misma) los acólitos armaron una función en un departamento del barrio de Belgrano. Una insólita función para ver un concierto de rock sin sonido utilizando los discos en el lugar que ocupaba el piano en los días pionero del cine mudo. El singular movimiento nocturno en el edificio llamó la atención de los vecinos (la delación ambiente era alta entonces) que alertaron a la policía. Al fin, la proyección muda de Genesis terminó como tantas otras veces la trasnoche de cine-rock: 17 detenidos en la seccional más cercana. Cesarco, el deconstructor uruguayo de Bresson, debe desconocer este episodio pero su obra se inscribe en este ADN rioplatense de lo incompleto o lo intraducible. En la calle de los cines sin cines su inadvertida obra viene a reescribir a García: Qué se puede hacer salvo (no) ver películas.
******
Al final encuentro la caja. La había visto, claro, pero sospeché que se trataba de un objeto del lugar, del San Martín, dejado allí por descuido. Cesarco había pedido que los cuadernillos quedaran en el mismo envoltorio con el que habían llegado de la imprenta. La tapa muestra un cuadrado negro que es un fotograma de “Aullidos por Sade” (1952), la película sin imagen con la que Guy Debord (La Sociedad del Espectáculo) puso en marcha el Situacionismo, deriva filosófica que preñó el componente artístico del Mayo Francés y luego el lado más conceptual del punk inglés. El cuadernillo es parte de la muestra tanto como los dos afiches que se suman a la programación del teatro en la vitrina que da a Corrientes. En un acto todavía más desafiante se muestran allí, tachadas, las ideas que no pudieron hacerse. La intervención de la fachada del teatro con el nombre de la muestra ploteado en vinílico: Todo en negro, los ojos cerrados por los excesos del desastre. El San Martín deja ver lo que no dejó ver y así también participa de la obra. Es el mismo edificio, tan caro a nuestra educación sentimental, donde esta película terminal de Bresson se estrenó en Buenos Aires en 2003.
*****
“La vida es el desierto. Tienes en la mano una semilla de amapola y ésta ya se sabe un puñado de hojas marchitas. Jamás habrá flor”. Debí entender que el comienzo de Diario de la Rabia de Héctor Libertella (2006), el libro con el que había salido más temprano para leer en la sala de espera de la sesión semanal de acupuntura, era un anticipo de este espacio donde se proyectan diálogos que parecen la prehistoria de whats app. Porque la palabra que define esta experiencia no es otra que “árida”. Tachemos disruptivo, inquietante, revulsivo todos esos adjetivos que el sistema del arte contemporáneo exige para pasar de grado. Es el desierto, acá, el que conquista.
Más leídas de Cultura
De miércoles a domingo. Libros antiguos, raros y preciosos en una feria para el deleite de los bibliófilos
En defensa de la libertad de expresión. Mónica Cahen D’Anvers y Jorge Lanata, académicos honorarios del periodismo
Medio ambiente y nuevas tecnologías. Instalaciones inmersivas a cielo abierto para mirar las ciudades con otros ojos