Reconocidas personalidades de distintas disciplinas eligen una experiencia inolvidable con el séptimo arte
¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra (1946)
Iñaki Urlezaga. Exbailarín y coreógrafo
"Tiene lo que supe de grande que quería reflejar con mi trabajo: la posibilidad de tener belleza y verdad a la vez. ¡Qué bello es vivir! está filmada por un artista enorme, entonces, además de esa estética de los años 40-50 del cine de Hollywood, también tiene un mensaje totalmente humanístico que nos enseña a ser más sabios y esenciales. Es una película de esas que ves y volvés a ver (la tengo en DVD), y sobre todo que vi mucho también en los años en los que viví en Londres, cuando bailaba en el Royal Ballet, porque allá la pasan en los cines para la Navidad".
Vi 8 ½ de Federico Fellini cuando vivía en París. Me impactaron tanto sus personajes surrealistas que inspiraron el happening que hice en 1965 en Montevideo
Ocho y medio, de Federico Fellini (1963)
Marta Minujín. Artista
"Vi 8 ½ de Federico Fellini cuando vivía en París. Me impactaron tanto sus personajes surrealistas que inspiraron el happening que hice en 1965 en Montevideo. Durante ocho minutos y medio, en el Estadio del Cerro, hombres musculosos levantaban a las mujeres en brazos, prostitutas besaban a los hombres, veinte gordas rodaban por el piso, parejas de novios se envolvían en tela adhesiva y motociclistas giraban en círculo con música de Bach, mientras yo tiraba sobre ellos desde un helicóptero pollos vivos, lechuga y harina. Fue un escándalo, no me dejaron volver a Uruguay durante veinte años".
Juan Moreira, de Leonardo Favio (1973)
Joaquín Furriel. Actor
"Juan Moreira fue la primera película que vi como material de estudio en el primer año del conservatorio, en 1993. Quedé seleccionado en el elenco para interpretar a ese gaucho furtivo, un héroe popular en esta primera obra de teatro argentino escrita por Eduardo Gutiérrez, que representamos en varios países. Me impresionó la forma en que Leonardo Favio muestra su fragilidad, su soledad, su sufrimiento. Su cine está vivo, late en el momento que lo ves, es sentimiento puro. También la interpretación de Rodolfo Bebán y la música de Pocho Leyes y Luis María Serra, que todavía escucho".
La decisión de Sophie, de Alan Pakula (1983)
Christophe Krywonis. Cocinero
"Si bien hay varias películas que recuerdo especialmente, como Bambi, que vi cuando era chiquito y me traumó por mucho tiempo, me hizo llorar mucho, ya de más grande me impactó La decisión de Sophie, protagonizada por Meryl Streep, una de mis actrices preferidas, un dramón tan bien actuado y tan realista, esos casos que la realidad supera la ficción. Me hizo acordar del horror de la Segunda Guerra Mundial, que mi familia vivió en carne propia. Mi abuela me contó muchas veces que frente a su hotel-restaurante que tenía en un pueblo francés los nazis mataron a 10 personas".
Herencia de un valiente, de George Miller (1982)
Adolfo Cambiaso. Polista
"La película que más me marcó fue una que vi cuando era chico, en los años ochenta. Se llama Herencia de un valiente, protagonizada por Tom Burlinson, Terence Donovan y Kirk Douglas. Es un film australiano, un western romántico, ambientado en una zona de montañas con hermosos paisajes que trata sobre la relación de una joven pareja. Pero a mí lo que me impactó entonces fue el padrillo salvaje que formó parte de esa historia. Ahora es claro que tenía que ver con lo que sería mi vida y los caballos".
Los tres mosqueteros, de Fred Niblo (1921)
Luisa Valenzuela. Escritora
"Ante esta pregunta tan específica mi primera reacción fue responder Ninguna. Muchas películas a lo largo de mi larga vida me fascinaron, emocionaron, indignaron, alegraron y todo lo demás. Pero ¿marcarla, a mi vida? Ninguna. Ese cuestionable mérito se lo concedo a los libros. De ficción sobre todo, pero esa es otra historia.
Y ahí me quedó picando el tema hasta que recordé la primera película que vi, allá lejos y hace tiempo, mucho tiempo. A mis seis años. Y entiendo ahora que esa sí me marcó, sin lugar a dudas durante todo el año lectivo siguiente, si bien temo que para siempre.
Fui una nena muy inquieta, sabihonda, curiosa y, confieso, molesta. Quizá por eso cierta tarde, ya hartos de mí, mi hermana Helen que era diez años mayor que yo y su adorado novio Tito Blanco, para asegurarse al menos una tarde de paz, prometieron llevarme al cine al día siguiente.
¡El cine! Ese misterio casi prohibido, inconfesable. Más profundo aún que el sabor de la pizza que no me dejaban probar hasta que me robé un sobrante, un reborde con gusto a orégano que me resultó paradisíaco. Pero el cine prometía mucho más que eso. Yo los escuchaba hablar de películas y podía imaginar mundos desplegándose ante mis ojos.
En el cine de barrio, el viejo Belgrano C de amplias calles arboladas, daban en esos momentos Los tres mosqueteros. Los tres mosqueteros… sonaba misterioso y entomológico aunque yo no tenía idea de la palabra. Pero de los mosquitos sí, y entonces ante mi protesta Helen hubo de explicarme muy brevemente lo de los mosquetes y los duelos y el collar de la reina y la novela de Alejandro Dumas.
Llegué ya deslumbrada al Cine Ritz de Cabildo y Olleros, hoy tan añorado, Me estoy yendo por las ramas. Digresiones y flashbacks. Entonces, fundido encadenado a la escena que recordaré para siempre: a un prisionero, los "malos" lo torturan poniéndole astillas bajo las uñas a las que les prenden fuego.
Así las trampas atrapantes del recuerdo, pero fue otro aspecto de Los tres mosqueteros el que me marcó la vida, al menos la de todo aquel año. Y recién ahora, ante esta pregunta tan simple pero escarbadora, ato cabos y asocio y encuentro el por qué de una muy antigua anécdota personal a la que no le hallaba explicación alguna.
Rebobino. Interior, día. Cursaba yo a la sazón (no perdamos el léxico) primer grado inferior en el Belgrano Girls’ School, emblemático colegio inglés muy rústico y muy british. Y volvía casa por las tarde convenciendo a todos de que tenía clases de esgrima. Hasta tiraba algunas fintas. Después durante años, cuando se narraba entre risas la historia de mi estrafalaria y convincente mentira, yo no sabía de dónde había sacado la loca idea de la esgrima.
Y ahora por fin sé. Y entiendo además que aquella primera vieja peli consolidó para siempre mi hambre de aventura.
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