¿Qué nos dice la Mona Lisa con los pies levantados en tiempos del coronavirus?
Los memes de arte que circulan en estos tiempos de coronavirus son más graciosos que agoreros. En unos de ellos puede verse a la Mona Lisa, tal vez la pintura más famosa del mundo, editada de forma tal que se la ve relajada, arrellanada en su silla y con los pies levantados. Su sonrisa es sin duda feliz, y no enigmática, y sus pies se salen del cuadro y nos apuntan directo a la cara.
Aunque la imagen fue creada mucho antes de la actual pandemia, al verla desfilar una y otra vez por Twitter uno tiene la sensación de que esa pobre mujer está disfrutando de sus "primeras vacaciones en 500 años", como escribió un usuario en un tuit.
Como muchos otros museos del mundo, el Louvre está cerrado. Lo cómico de este meme es que sugiere que las grandes e icónicas obras del museo estaban exhaustas de tener que satisfacer nuestra incesante atención. También está relacionado con otros memes e historias, ahora refutadas, que sugieren que el mundo natural también está feliz de que salgamos menos a estar en contacto con él, incluida la afirmación de que volvieron los delfines y los cisnes a las prístinas aguas de Venecia (las imágenes de delfines fueron tomadas en Cerdeña, y el agua de Venecia está más clara, pero no necesariamente más limpia). El video de YouTube que muestra pingüinos deambulando por espacios públicos vacíos del Acuario Shedd de Chicago –y de ese modo invierte la dinámica común de observador y observado– es auténtico, pero corrobora las mismas ansias profundas que la gente le agrega a los memes falsos.
Creemos que el mundo se está tomando un muy necesario respiro de nosotros.
Sin embargo, el meme de la Mona Lisa afecta creencias psicológicas más profundas en torno al arte. Tendemos a antropomorfizar las obras de arte y les otorgamos un sentido de voluntad y acción. Nos referimos a la Mona Lisa como "ella", y no "eso", y no solo porque es la imagen de una mujer. En cierto punto, no podemos creer que sea un objeto inanimado, una simple mezcla de aceite y pigmento sobre un panel medio combado de madera de álamo.
Así que el meme implica una pregunta sobre la que vale la pena reflexionar: ¿Qué están haciendo todas esas obras de arte, ahora que ya no las miramos? La mente racional dirá: "Nada". Simplemente siguen ahí, como lo hacen cada noche cuando el museo está cerrado. Las salas están a oscuras, el lugar está tranquilo, y las obras de arte cuelgan mudas de las paredes. Tal vez de vez en cuando pase un guardia de seguridad, pero eso es todo.
La respuesta podría sorprender a alguien de otra época, cuando el arte tenía un poder ritual y religioso. Y probablemente también ofenda a muchos de nosotros, si somos honestos sobre la compleja forma en que concebimos el poder del arte. En 1936, el crítico cultural alemán Walter Benjamin publicó un ensayo clásico, "La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica", que introdujo un término que se volvió inseparable de la forma en que muchas personas piensan respecto a esas ideas. Benjamin habla del "aura", la presencia única de la obra misma, portadora de vestigios de resonancias sagradas de épocas antiguas. La constante reproducción de pinturas y esculturas –en libros, impresiones baratas, postales y afiches– permitió que el público moderno se acercara al arte, pero también puso en peligro el "aura", el poder particular de la obra cuando es contemplada en la vida real, a la distancia justa, en las condiciones adecuadas.
En términos estrictos, la Mona Lisa es una pintura, y todo lo significativo sobre el poder de esta pintura sucede dentro de nosotros, en nuestra mente y a través de la circulación de ideas culturales acerca de la pintura. Pero en términos menos estrictos, terminamos pensando en el arte como si fuera inteligente y estuviera activo en el mundo. Todavía creemos en algo como el "aura", y no terminamos de entender que las obras de arte simplemente se apagan a la noche cuando no estamos ahí para verlas.
El arte nos habla. Conversamos con él. Los curadores con frecuencia hablan de poner obras "en diálogo" unas con otras, como si fueran capaces de mantener una conversación entre ellas. Así que cuando un museo cierra a la noche, podemos sentirnos más proclives a pensar que el arte está durmiendo, al igual que nosotros, y que no es simplemente inerte, como la tostadora o el microondas de nuestra cocina.
¿Entonces qué está haciendo el arte ahora, durante este largo hiato que puede mantener a la Mona Lisa con los pies levantados durante meses? El meme de la Mona Lisa arrellanada sugiere que pensamos (o esperamos) que el arte está descansando, que está preparándose para encantarnos nuevamente cuando volvamos a la vida pública y reabran los museos.
Otra forma de hacernos la misma pregunta es: ¿Qué pasa con el aura ahora, que casi todo el mundo está distanciado del arte y solo puede acceder a reproducciones, en su mayoría digitales? ¿El aura está reunificándose? ¿Está reacumulándose en el arte, como los delfines ficticios y los cisnes que regresan a Venecia? ¿Está preparándose para nuestro regreso a un mundo absuelto, más triste y más pequeño pero en cierto modo más puro que antes?
Esas son fantasías, pero son poderosas. La realidad es esta: no volveremos a la misma Mona Lisa ni a cualquier otra obra de arte que existía antes de la pandemia de coronavirus. Ni siquiera podemos empezar a entender todo lo diferente que será. Los viajes y el turismo pueden regresar, pero tal vez no sean accesibles a la misma escala y a un público tan amplio. Probablemente surjan nuevas desigualdades y jerarquías en el acceso al arte. El intercambio de visitas privadas por donaciones prometidas, profundamente incorporado en la economía de muchos museos antes del coronavirus, tal vez se monetice de manera explícita: Paganos por adelantado para ver obras de arte sin público y sus patógenos.
Si miles de personas mueren y millones se quedan sin trabajo, para muchas personas el arte será más local, y ya no implicará un largo viaje a París y un día en el Louvre, y será más bien cuestión de encontrar algo sustancioso al alcance de la mano, lo más barato posible. Si el distanciamiento social se incorpora en nuestro comportamiento, la psicología de nuestros grandes museos de las metrópolis también será diferente. Llevará mucho tiempo hasta que los museos se decidan a llenar de gente sus galerías como alguna vez lo hicieron. Y aún en ese caso, un pequeño empujón para ver una obra icónica en una sala atestada de centenares de peregrinos del arte puede resultar muy diferente a lo que alguna vez fue.
La mayor diferencia estará a nivel personal. Siempre sentimos el arte de una manera diferente tras un gran shock, luego de pegarnos un susto de salud, tras una enfermedad importante, o la muerte de un ser querido. A veces las cosas que parecían importantes de repente se vuelven insípidas, y viceversa. Tendemos a atribuir estos cambios tanto a la obra misma como a nuestra propia y cambiada condición. Pensamos que la pintura solo pretendía ser buena, o escondía su verdadero valor, y el cambio en nuestra percepción tiene algo que ver con la modestia o las artimañas de la obra de arte en sí misma.
Tal vez volvamos a ese mundo en que las obras maestras, como la Mona Lisa, tienen aura. Pero sería mejor que así no fuera. Si pudiéramos transferir esas fantasías sobre el arte –que hay algo mágico en su presencia, que de alguna forma es humana, como nosotros, con emociones y voluntad propia– a las personas de carne y hueso, viviríamos en un mundo mucho, mucho mejor.
Entonces podríamos crear una nueva categoría para esas grandes obras, ya no como lejanas reliquias de un pasado sagrado, sino como precursoras de un futuro nuevo y humanista. Así, podríamos agradecerles por habernos enseñado a revestir a otros humanos de los mismos valores que les atribuimos a ellas, y entonces y solo entonces, la Mona Lisa tal vez pueda arrellanarse en su silla, levantar los pies y esbozar una sonrisa satisfecha.
The Washington Post
(Traducción de Jaime Arrambide)
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