Qué hacer cuando una madre se desvanece
A veces un día puede ser tan largo. Tan, pero tan largo.
En algún momento de 2020, Sari, la madre de Julieta Correa (Buenos Aires, 1989) tuvo un brote que fue la antesala de un lento, progresivo, desgarrador derrumbe. Su hija la acompañó, pasó muchos días con ella –a la catástrofe que se desató sobre Sari se había sumado la catástrofe de la pandemia–, hizo red con sus hermanos, encontró tiempo –y lucidez– para, en medio de la debacle, hallar momentos de encuentro, descubrir otro modo de estar con esa que había sido su madre y que ahora lo seguía siendo, pero que, de a poco y al cabo de días larguísimos, se iba haciendo cada vez más chiquita, más ausente. Como si algo en ella, más que consumirse, se empeñara en huir.
Julieta acompañó todo esto e hizo algo más: leyó algunos diarios personales de su madre, entrevió las palabras y el trazo de la Sari previa a 2020, asistió al sinuoso declinar de esa escritura.
También tomó notas. Entre visitas a tal o cual especialista, durante las interminables esperas en los hospitales, en los momentos de gracia donde todo se concentraba en sentarse al sol e invitar a la madre con un té y un tostado (o dejar que el día se fuera yendo y quedarse dormidas las dos, de un modo nuevo, la mano de una entrelazada en la de la otra), durante todos esos momentos –incluidos los más sombríos–, Julieta tomó notas. Y a partir de todo ese material escribió un libro, ¿Por qué son tan lindos los caballos? (Rosa Iceberg), que acabo de leer y ya quisiera estar leyendo otra vez, de tan hondo, suave, luminoso que es su recorrido. Un libro donde alguien le pone el cuerpo al dolor sin, jamás, renunciar a la ternura.
"No es que Sari olvide cosas, personas y hechos; lo que se le embarulló es la palabra. No puede poner nombre a los recuerdos, y allí se quedaron ellos, arrinconados en algún lugar de la cabeza, sin poder salir, penando por la voz que los habría convertido en charla, alegría, discusión, memoria"
“Me aferro a las cosas que tienen memoria para hacer pie: una roca. Me resisto a creer que todo lo que ella era y sabía no quedó en ningún lado”, escribe.
También apunta –ni a Julieta ni a su madre les faltaron sonrisas– situaciones como esta:
“–¿Dónde estás, demente?– le pregunto a la gata.
–Acá– me dice Sari”.
Qué ocurre cuando a un ser querido le acomete eso dado en llamar “demencia”. Sari pasa de los despistes simpáticos a la zona de tinieblas, de reírse hasta de ella misma –o añorar el campo al que siempre adoró– al silencio más hiriente. Como si algo se rasgara y ya no pudiera soportarse ni soportar a los otros. O reconocerlos.
Ciertas demencias suelen asociarse a los olvidos, pero Julieta elabora su propia teoría. No es que la madre olvide cosas, personas y hechos; lo que se le embarulló es la palabra. No puede poner nombre a los recuerdos, y allí se quedaron ellos, arrinconados en algún lugar de la cabeza, sin poder salir, penando por la voz que los habría convertido en charla, alegría, discusión, memoria.
La escritura de Julieta Correa tiene una sobriedad que se agradece; una prosa secretamente poética, como si acá nadie quisiera hacer aspavientos con nada. ¿Por qué son tan lindos los caballos? no evita una de las zonas más difíciles a la hora del deterioro de los padres: descubrir, no sin espanto, que los roles se invirtieron; desconcertarse ante esos adultos que se comportan como niños, a los que los hijos –antiguos niños– ahora no solo deben cuidar sino a veces también regañar; lidiar con el pudor y lavar cuerpos cuya desnudez siempre fue impensable.
“Estos apuntes no son verdaderos –escribe Correa–. Están llenos de huecos, de pintura y de fantasmas”. Honestidad brutal, quizás. O impulso guerrero: no va a dejar que el olvido la atrape a ella también. Recuerda a la madre previa al derrumbe: una mujer que escribía y pintaba; de oído prodigioso, voz afinada. “Un tesoro”. La autora sigue enumerando, rescata aquello que ni la mejor fotografía podría dar. Después de todo, somos un misterio demasiado efímero; somos, también, eso que nos permite recordarnos, unos a otros.
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