¿Qué fue de la vida de los últimos Virreyes del Río de la Plata?
Don Baltasar Hidalgo de Cisneros y la Torre era un marino oriundo de Cartagena, almirante de la flota franco española que a las órdenes del comandante Villeneuve se trenzó en el brutal enfrentamiento de Trafalgar. Le tocó a la "Santísima Trinidad", la nave conducida por Cisneros, batirse contra el "Victory", del almirante Nelson. Los ingleses después de desarbolar al "Santísima Trinidad", rescataron a Cisneros, quien, como buen capitán, quería morir con su nave. Fue trasladado a Cartagena, donde se repuso de sus heridas, aunque le quedó como secuela una hipoacusia que le ganaría el apodo de "Tapia" entre sus súbditos.
Nelson entregó su vida por Inglaterra, que lo ungió como su héroe máximo; sin embargo, a Cisneros, que se batió con igual coraje, le estaba reservada la conducción de una de las últimas colonias del Imperio Español y la ignominia de perderlo (aunque no haya sido su culpa tal desenlace).
La tarea que le esperaba a Cisneros no era fácil ni grata. Su predecesor, que había ganado el título peleando contra los británicos y no en intrigas palaciegas, era renuente a entregar el poder, apoyada su posición por los comandantes de las milicias locales, envalentonados por sus logros contra los ingleses, sin mediar la ayuda de España.
Después de mantener una entrevista con Liniers, don Baltasar quedó convencido de que lo mejor era tener a mano a su predecesor y permitir que los comandantes mantuviesen su puesto. No sabía entonces que uno firmaba su condena de muerte y el otro su destitución.
Lo urgía al novel virrey los problemas crematísticos de la colonia, que atravesaba una apabullante falta de metálico. La única opción que vio Cisneros para paliar esta escasez fue abrir el comercio a las naves extrajeras en la capital del Virreinato (que también era la capital del contrabando). Mientras los mercaderes ingleses llenaban sus arcas, llegó la noticia de la debacle final en España. Los franceses habían coronado su monarca y desplazado a los Borbones… Y sin rey, no había virrey. Esta circunstancia obligó a Cisneros a convocar un Cabildo Abierto, que terminó en la conformación de una junta, semejante a las que existían en la Península. La diferencia era que acá los criollos querían sacarse a los españoles de encima y especialmente al virrey. Para los integrantes de la junta, que contaban con algunos exaltados jacobinos, no era suficiente que Cisneros dimitiese, debían matarlo, como habían "ajusticiado" a Liniers en Córdoba. Don Baltasar tuvo más suerte que su predecesor, porque Cornelio Saavedra lo defendió vehementemente. Embarcado hacia España, tuvo tiempo para enumerar las afrentas sufridas y considerar la retaliación.
El virreinato que le había tocado gobernar quedó desmembrado: Paraguay se separó, el Alto Perú ofreció resistencia a la prepotencia porteña y Montevideo, la Fidelísima, fue asiento del gobierno virreinal, hasta su caída en 1814, por una "aviesa" maniobra de general Alvear. Justamente en esta ciudad se asentó quien sería el último Virrey del Río de la Plata, don Javier de Elio.
La caída de Montevideo parecía ser el fin del dominio español, sin embargo, el virreinato no llegó a desaparecer porque aún le restaban dos islas frente al continente negro (Fernando Poo y Annobón). Por la clásica inercia burocrática, el virreinato del Río de la Plata siguió existiendo, al menos en los papeles, por varios años más.
Después de ser vencidas las fuerzas realistas en el Alto Perú, un grupo de leales a la corona, conocido como los hermanos Pincheira (Antonio, José, Pablo y Santos) continuaron enarbolando la enseña borbónica asociados con indios pehuenches y los restos del ejército español. Asolaron campos y saquearon pueblos, tanto en el sur de Chile como en Mendoza, invocando su fidelidad a la Corona, erigiéndose en los continuadores del Virreinato, hasta que fueron vencidos en 1832 (tres de ellos murieron durante el conflicto, pero José logró el indulto).
Cisneros había jurado recuperar las tierras del virreinato y a tal fin fue uno de los organizadores de una expedición de 15.000 veteranos españoles destinados a combatir en tierras de las Provincias Unidas. La expedición se vio malograda por la revuelta liberal (llamada de Riego) y el ex virrey fue apresado por permanecer leal a la Corona. También fue encarcelado Javier de Elio y ejecutado por los liberales españoles, dada su inquebrantable lealtad a la Corona. Cisneros tuvo más suerte, pudo sobrevivir y con más de cincuenta años de servicio fue nombrado capitán general de la Armada, condecorado con las más altas distinciones por el mismo Fernando VII.
Don Baltasar murió en junio de 1829 y su cuerpo fue inhumado en el Panteón de los Marinos Ilustres de España (Cádiz) donde por una coincidencia póstuma, se encuentra con su predecesor, Santiago de Liniers y Bremond, trasladado a este histórico panteón para que sus restos no reposaran en esa tierra argentina, que le había sido tan ingrata.
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