Qué es Cobra Grande, la millonaria serpiente mutante que compró Eduardo Costantini
El fundador del Malba adquirió en Art Basel una escultura de la artista brasileña Maria Martins, musa y amante de Marcel Duchamp; en 2001 donó al museo otra que se volvió emblemática del acervo institucional
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“Con gran alegría comparto con ustedes la adquisición de esta gran obra de Maria Martins, la Cobra Grande (1943), de su serie Amazonia, que exalta los valores de la cultura originaria del Brasil”. Así anunció en su cuenta de Instagram el empresario Eduardo Costantini la compra de una escultura realizada por una de las principales escultoras surrealistas, reconocida como la mejor del país vecino, que además fue dibujante, pintora, escritora, periodista, musa y amante de Marcel Duchamp.
La adquisición del fundador del Malba para su colección personal, por 1,8 millón de dólares, se concretó en la galería Gomide&Co de San Pablo en la reciente edición de Art Basel. Allí se exhibió esta obra que pertenecía a Dalal Achcar -maestra de ballet, coreógrafa y directora brasileña, amiga de Martins-, junto con otras enfocadas en la naturaleza y los bosques para “permitir imaginar posibilidades de reinventar el futuro”.
Fallecida en 1973 en Río de Janeiro, Maria produjo una serie de obras en las cuales la figura humana parece fundirse con lo vegetal y lo animal, un tema muy contemporáneo que inspiró la última edición de la Bienal de Venecia. Además de prestar dos obras de Remedios Varo para esa prestigiosa muestra internacional, Costantini compró allí un grupo escultórico del artista tucumano Gabriel Chaile, que exhibirá en la nueva sede del Malba en Escobar.
“Sería muy importante prestar al Malba esta también. Ahora está en Europa, seguramente la vamos a traer”, anticipó a LA NACION Costantini. “No había visto una obra tan relevante de Martins desde que compré Lo imposible en la década del 90, ya no recuerdo a qué valor”, agregó en referencia a la monumental escultura que donó al museo, que se volvería icónica del acervo institucional y que actualmente recibe al público en la entrada de la muestra Tercer ojo - Colección Costantini en Malba.
Otra escultura de la misma artista que había donado entonces debió ser “sacrificada” un par de años después: se contó entre las que debió vender para pagar los impuestos de importación exigidos para que las obras pudiera quedarse en la Argentina. Así que ahora, cuando le ofrecieron Cobra Grande, actuó como siempre con buenos reflejos y le ganó de mano a un museo europeo interesado en comprarla.
Desde la galería explicaron que esta obra forma parte de una serie de ocho esculturas presentadas en 1943 en Amazonas, una exposición individual de Martins en la Valentine Gallery de Nueva York. Y que hace referencia a una de las más famosas leyendas amazónicas, según la cual una inmensa serpiente crece desmesuradamente y comienza a habitar en la parte profunda de los ríos de la selva. “La serpiente habría tenido con una pareja indígena dos hijos que tenían una fisonomía en parte humana y en parte animal -explica en un video Luisa Duarte, directora artística de Gomide&Co-. Esa diosa, la madre del río Amazonas, habla sobre la fertilidad, el placer, el deseo y el miedo ”.
“¡Espectacular! Es de su famosa expo de 1943 en la Valentine Gallery de NY, que compartió sala con Mondrian”, comentó debajo de la publicación de Costantini en Instagram Victoria Giraudo, experta en arte moderno latinoamericano y ex jefa de curaduría del Malba. Se refería a una muestra en la cual las líneas verticales y horizontales del artista holandés contrastaban en el mismo espacio con las formas oscuras y entrelazadas creadas por Martins. Según el curador español Gabriel Pérez-Barreiro, asesor de la Colección Patricia Phelps de Cisneros, fue gracias a una gestión impulsada por ella que Broadway Boogie Woogie, una de las últimas obras realizadas por Mondrian, llegó a integrar la colección del MoMA.
Dos años después la artista realizaría una de las tres versiones de Lo imposible; las otras dos pertenecen al Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro y al MoMA de Nueva York. La que se exhibe en Malba, donde Brasil es el país más representado después de la Argentina, se contó entre las 223 donadas al museo por Costantini en 2001, junto con otras emblemáticas de artistas brasileños como Abaporu (1928), de Tarsila do Amaral, y varias de Emiliano Di Cavalcanti, Hélio Oiticica y Candido Portinari, entre otros.
Durante los últimos años, Costantini adquirió para su colección personal varias piezas creadas en Brasil: Urso (1925), de Vicente do Rego Monteiro; Tocadora de banjo (1925), de Victor Brecheret; Elevador social (1966), de Rubens Gerchman; Maquete para o meu espelho (1964), de Antonio Dias, y tres del poeta concreto Augusto de Campos: Ojo por ojo, SS y El anti-ruido (1964).
En Lo imposible, “dos figuras, una femenina y una masculina, se ven impedidas de aproximarse totalmente debido a las extrañas formas puntiagudas de sus cabezas, a la vez que parecen magnéticamente –amorosamente– ligadas para siempre. Aquello de sus cuerpos que aún conserva características humanas remite a la sexualidad”, escribe Veronica Stigger en el sitio web de Malba.
Según esta escritora y periodista brasileña, en su representación “de la imposibilidad de realización del amor carnal como fusión completa, de la imposibilidad incluso de cualquier contacto corporal pleno”, Lo imposible se relaciona con dos de las principales obras de Marcel Duchamp, que “no solo era el amante de Maria en esa época, sino también su principal interlocutor”.
Ella fue la musa de la instalación Étant donnés (La cascada), en la cual el padre del arte conceptual trabajó en secreto durante dos décadas en su estudio de Greenwich Village. A través de un agujero en un muro, al espiar por dos mirillas que atraviesan una antigua puerta de madera, se distingue a una mujer desnuda tumbada boca arriba, con las piernas abiertas sobre una pila de ramas, que sostiene una lámpara de gas encendida.
Tanto la relación como la obra se iniciaron en 1946, más de dos décadas después de que ella se divorciara del padre de su primera hija tras un supuesto romance con Benito Mussolini. Hacia mediados del siglo XX, Maria de Lourdes Alves Barbosa ya llevaba el apellido de su segundo marido: Carlos Martins, entonces embajador de Brasil en Estados Unidos, con quien era frecuente verla en las exclusivas cenas ofrecidas por Peggy Guggenheim. En ese país llamaría la atención con su propio talento artístico de André Breton, autor del primer manifiesto del surrealismo.
La vida junto al diplomático le había permitido recorrer el mundo, y supo aprovecharlo: tras sus primeros estudios de escultura en París, donde se hizo amiga de Mondrian y Pablo Picasso, aprendió a modelar con terracota, mármol y cera perdida en Japón y comenzó a trabajar con bronce en Bruselas. En la Bienal de San Pablo de 1955 fue premiada como la mejor escultora de Brasil.
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