¿Qué dirían los animales si les hiciéramos las preguntas correctas?
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La vaca es un herbívoro que tiene tiempo para hacer las cosas. Quien propone esta definición es Philippe Roucan, un criador. La vaca es un ser de conocimiento, escribe por su parte Michel Ots. Conocen, dice, el secreto de las plantas; meditan rumiando –lo que contemplan, son las metamorfosis de la luz desde las lejanías cósmicas hasta la textura de la materia–. ¿Algunos criadores no le han dicho a Jocelyne Porcher que los cuernos de las vacas son lo que las liga a la potencia del cosmos?
A veces me digo –pero seguramente esto ya debe haber sido objeto de alguna novela de ciencia ficción– que nuestra imaginación es muy pobre o muy egocéntrica cuando pensamos que si los extraterrestres vinieran a la tierra, entrarían en contacto con nosotros. Cuando leo lo que los criadores cuentan de sus vacas, me gusta pensar que los extraterrestres podrían establecer con ellas las primeras relaciones. Por su relación con el tiempo y la meditación, por sus cuernos –esas antenas que las ligan al cosmos–, por lo que saben y transmiten, por su sentido del orden y las prioridades, por la confianza que son capaces de manifestar, por su curiosidad, por su sentido de los valores y las responsabilidades; o incluso, por lo que un criador nos dice de ellas y nos sorprende: llegan más lejos que nosotros en la reflexión.
Si esta hipótesis de extraterrestres que nos olvidan en favor de las vacas pudiera tener un sentido para alguien, sería seguramente para Temple Grandin. Es cierto que cuando ella evoca a los extraterrestres, es más bien para decir que nos percibe como tales y que a menudo se siente, según sus propios términos, como un antropólogo en Marte. Temple Grandin es autista. Es también la científica norteamericana más reconocida en el dominio de la ganadería. Ambas cosas están ligadas. Pues si se ha vuelto tan experta, si ha podido concebir las edificaciones y los sistemas de contención más ingeniosos para los animales, si puede hacer el oficio que ha elegido con tal éxito, es porque, dice ella, puede percibir el mundo tal como las propias vacas lo perciben.
Cuando tiene que resolver un problema en el terreno, por ejemplo el hecho de que el ganado se niegue a entrar a un sitio donde tienen que llevarlo frecuentemente, lo cual crea problemas que generan conflictos con los humanos que están a su cargo, Grandin busca hacer legible la manera en que las vacas ven e interpretan la situación. El hecho de comprender qué pudo haber asustado al animal y nosotros no percibimos, qué ha suscitado su resistencia a hacer lo que se le pide que haga –entrar en una edificación y atravesar un corredor–, le permite a Grandin resolver los problemas y los conflictos. A veces basta con un detalle –un pequeño pedazo de trapo colorido que ondea sobre una cerca, una sombra sobre el piso que no vemos, o que no significa lo mismo para nosotros– para que el animal termine actuando de una manera incomprensible.
Grandin explica que el hecho de ser autista la vuelve sensible a los entornos, con una sensibilidad muy semejante a la de los animales. Su comprensión aguda de ellos, su posibilidad de adoptar su perspectiva, descansa de hecho como sobre una apuesta. Los animales, afirma, son seres excepcionales, como lo es ella misma en cuanto que autista. “El autismo –escribe– me ha dotado de una perspectiva sobre los animales que la mayoría de los profesionales no tiene, aunque las personas ordinarias pueden acceder a ella: el hecho de que los animales son más astutos de lo que nosotros pensamos. [...] Las personas que aman a los animales a menudo comienzan a sentir intuitivamente que en ellos hay más de lo que nuestra mirada encuentra.”
Fragmento del libro ¿Qué dirían los animales si les hiciéramos las preguntas correctas?, de la filósofa de las ciencias Vinciane Despret (Cactus)
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