Qué dicen los versos satánicos: fragmentos del “libro maldito” de Salman Rushdie
Pasajes de la cuarta novela del escritor, amenazado a muerte tras su publicación; es el título que, para bien y para mal, lo hizo conocido en todo el mundo
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En Los versos satánicos (1988), de Salman Rushdie, aparece un personaje basado en la historia del profeta Mahoma, un maléfico imán barbudo y dos actores (Gibreel Farishta y Saladin Chamcha) que sobreviven a un atentado terrorista aéreo. Las versiones del Corán hechas por Rushdie, aunque no dejan de ser ortodoxas, desencadenaron la ira del ayatollah Khomeini y la comunidad musulmana internacional condenó la novela como blasfema, cuando se trata más bien de una fábula picaresca y metatextual, con relatos de sueños de uno de los actores, Farishta, que se caracteriza por encarnar a personajes de deidades, con lo cual el texto se abre a un abismo de tramas.
Fragmentos del libro
“¡Y qué fácil resultó! ¡Qué cómodamente se instaló la maldad en esas cuerdas vocales de ductilidad infinita, esos hilos de titiritero! ¡Con qué seguridad se aventuraba por el hilo telefónico, serena y ágil como un volatinero; con qué confianza entraba en presencia de la víctima, tan segura de su efecto como un hombre apuesto con un traje bien cortado! ¡Y con qué cuidado aguardaba su momento, enviando todas las voces menos la voz que daría el tiro de gracia –porque también Saladin había comprendido el especial poder de las coplas–: voces graves y voces chillonas, lentas y rápidas, tristes y alegres, agresivas y tímidas! Una a una goteaban en los oídos de Gibreel, debilitando su noción del mundo real, atrayéndolo poco a poco a su malla de engaños, de manera que, poco a poco, sus obscenas mujeres imaginarias empezaron a envolver a la mujer real como una película viscosa y verde y, a pesar de las protestas de ella, él empezó a alejarse; y llegó el momento del regreso de los versos satánicos que le enloquecían.
La rosa es roja, la violeta, azul,
Pero la más dulce eres tú.
Díselo. Había vuelto, tan inocente como siempre, a poner un torbellino de mariposas en el agarrotado estómago de Gibreel. A partir de entonces los versos se hicieron más groseros y frecuentes. Algunos tenían malicia de patio de escuela:
Cuando viaja al Oriente
No mira a la gente,
Cuando viaja a Praga
No lleva braga.
y otros, ritmo de animación deportiva:
Medias de fuego, que me muero,
¡Halarí! ¡Halará!
¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡Ra! ¡Ra! ¡Ra!
Y, finalmente, cuando regresaron a Londres, un día en que Allie salió para asistir a la ceremonia de inauguración de un supermercado de congelados en Hounslow, la última copla:
Azul es la violeta y amarilla la retama,
Ya la tengo en la cama.
Adiós, capullo.
Sonido telefónico.
(...)
“El Imán es el centro de una rueda.
Él irradia movimiento a todas las horas del reloj. Khalid, su hijo, entra en su santuario con un vaso de agua que sostiene con la mano derecha sobre la palma de la izquierda. El Imán bebe agua constantemente, un vaso cada cinco minutos, para mantenerse limpio; el agua misma es también purificada antes de que él la sorba, en una máquina filtradora americana. Todos los jóvenes que le rodean conocen bien su famosa Monografía sobre el Agua, cuya pureza, cree el Imán, se transmite al que la bebe, así como su claridad y simplicidad, el ascético placer de su sabor. «La Emperatriz bebe vino», señala. Los borgoñas, los claretes y los vinos del Rin mezclan su intoxicante corrupción dentro de su cuerpo a un tiempo bello y degenerado. Este pecado es suficiente para condenarla por los siglos de los siglos sin esperanza de redención. El cuadro que tiene en su habitación muestra a la emperatriz Ayesha sosteniendo con las dos manos un cráneo humano lleno de un fluido rojo oscuro. La Emperatriz bebe sangre, pero el Imán es hombre de agua. «No en vano los pueblos de nuestras tórridas tierras la reverencian –proclama la Monografía–. El agua, protectora de la vida. Ningún individuo civilizado puede negársela a un semejante. La abuela, por artrítica que esté, se levantará inmediatamente para ir al grifo si un niño se le acerca para pedirle pani, nani. Guardaos de los que blasfeman contra el agua. El que la contamina, diluye su propia alma.»
(...)
“El Imán ha desatado con frecuencia su furor contra la memoria del difunto Aga Khan, desde que le mostraran el texto de una entrevista en la que aparecía el jefe de los ismailitas bebiendo champán de añada. Oh, caballero, este champán es sólo apariencia. En el instante en que toca mis labios se convierte en agua. Diablo, truena el Imán. Apóstata, blasfemo, farsante. Cuando llegue el futuro estos individuos serán juzgados, dice a sus hombres. El agua triunfará y la sangre correrá como el vino. Tal es la milagrosa naturaleza del futuro de los exiliados: lo que se dice en la impotencia de un apartamento sobrecalentado se convierte en el destino de naciones. ¿Quién es el que no ha tenido este sueño de ser rey por un día? Pero el Imán sueña con algo más que un día; siente que de las yemas de sus dedos parten los hilos de araña con los que controlará el movimiento de la Historia. No; de la Historia, no. El suyo es un sueño más extraño.
(...)
“La película sería teológica –¿y cómo no?–, pero diferente a las anteriores. La acción se desarrollaría en una imaginaria y fabulosa ciudad de arena y narraría el encuentro entre un profeta y un arcángel; también la tentación del profeta y su elección del camino de la pureza y no el de la claudicación. «Es una película que trata de la forma en que lo nuevo entra en el mundo», explicó Sisodia, el productor, a Ciné-Blitz. Pero ¿no podría considerarse una irreverencia, una profanación?… «De ninguna manera –respondió Billy Battuta–. La ficción es la ficción; los hechos son los hechos. No es nuestra intención hacer un bodrio como esa película El Mensaje, en la que cada vez que se oía hablar al profeta Muhammad (¡paz a su nombre!) sólo se veía la cabeza de su camello moviendo la boca. Eso, ustedes perdonen, no tenía clase. Nosotros haremos una película de calidad y buen gusto. Un relato moral como… ¿cómo los llaman ustedes…?, las fábulas.»
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La quinceañera cuchicheó unas palabras al oído del mantequero, en cuyos ojos brilló una luz. «Cuéntamelo todo –suplicó–. Háblame de tu infancia, de tus juguetes predilectos, tus caballos de madera y demás, cuéntame cómo te miraba el Profeta cuando tocabas la pandereta.» Ella se lo contó y entonces él le preguntó cómo había sido desflorada, a los doce años, y ella se lo contó, y después él pagó el doble de la tarifa normal, porque «nunca lo había pasado tan bien». «Habrá que tener cuidado con los corazones débiles», dijo la Madam a Baal.
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“Cuando corrió por Jahilia la noticia de que cada una de las prostitutas de La Cortina había adoptado la identidad de una de las esposas de Mahound, la excitación clandestina de los hombres fue tremenda; pero era tan grande el miedo a ser descubiertos, tanto porque si Mahound o sus lugartenientes se enteraban de que habían intervenido en tamañas irreverencias perderían la vida, como por el deseo de que el nuevo servicio de La Cortina se mantuviera, que el secreto no llegó a oídos de las autoridades. Por aquel entonces, Mahound había regresado a Yathrib con sus esposas, por preferir el clima fresco del oasis del Norte al calor de Jahilia, dejando la ciudad bajo el mando del general Khalid, a quien era muy fácil ocultar las cosas. Durante un tiempo, Mahound pensó en ordenar a Khalid que cerrara todos los burdeles de Jahilia, pero Abu Simbel le disuadió de acto tan precipitado. «Los jahilianos son conversos recientes –señaló–. Tómate las cosas con calma.» Mahound, el más pragmático de los Profetas, se avino a conceder un período de transición. Y en ausencia del Profeta los hombres de Jahilia iban en manadas a La Cortina, que triplicó sus ingresos. Por razones obvias, no era prudente hacer cola en la calle, y muchos días, en el patio interior del burdel, había una hilera de hombres que daba la vuelta a la Fuente del Amor, situada en el centro, del mismo modo que los peregrinos, por otras razones, daban la vuelta a la antigua Piedra Negra. Todos los clientes de La Cortina llevaban una máscara, y Baal, al ver desde un balcón cómo los enmascarados daban vueltas, se sentía íntimamente satisfecho. Había más de una forma de no Someterse.
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