¿Qué decía Beatriz Sarlo en sus clases sobre los grandes escritores argentinos del siglo XX?
La escritora y periodista cumple hoy 80 años; mientras prepara una autobiografía, su “último libro”, se publican las clases de literatura que dio en la Universidad de Buenos Aires
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La escritora y periodista Beatriz Sarlo, figura clave en el debate cultural y político de la Argentina en las últimas décadas, cumple hoy ochenta años. Para celebrarlo, una de las casas editoriales locales que publican su obra, Siglo XXI, lanzó este mes Clases de literatura argentina, volumen al cuidado de la profesora e investigadora Sylvia Saítta, con desgrabaciones de clases brindadas por Sarlo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en los años de la recuperación democrática, de 1984 a 1988. Actualmente, la autora escribe su autobiografía. “Va a ser mi último libro -anunció en una entrevista con LA NACION-. A fin de mes cumplo ochenta años y en algún momento me voy a morir”. Se titulará “No entender”.
“La idea del libro se me ocurrió en una conversación los editores de Siglo XXI -contó Saítta-. Busqué las clases desgrabadas que había, que no son tantas como las que nos gustaría tener. Las que hay van de 1984 a 1988; a partir de ese momento ya no se desgrabaron. Con ese material y después de algunas conversaciones con ella, a quien primero le costó la idea de aceptar publicarlas, tomamos algunas decisiones. La primera fue no incorporar aquellas cuyos temas coincidieran con artículos y libros ya publicados por ella, sobre todo Una modernidad periférica; la segunda se dio de hecho, porque hasta 1989 Sarlo dictó la materia con María Teresa Gramuglio, así que no todos los teóricos los daba ella”. Es poco probable, entonces, que haya un segundo tomo con más clases de literatura argentina.
Saítta aclara sus propios criterios de edición en el prólogo del volumen. “Intenté preservar la oralidad que implica una clase, pero lo cierto es que saqué todas las marcas que molestan a la hora de leer: las repeticiones, las interrupciones, las preguntas de los estudiantes. Incorporé las citas literarias a las que ella hacía referencia y las citas bibliográficas. Puse el acento en que se escuche la voz oral de Sarlo; ese fue mi mayor desafío”, dice.
En diálogo con LA NACION, Sarlo se refirió a aquellas clases en las que debutó como profesora universitaria. “Recuerdo muy bien las primeras clases, y recuerdo a la gente que yo conocía de antes en la universidad -dijo-. Pablo Alabarces, del cual hoy soy muy amiga, en cuanto yo entraba al aula levantaba la mano y me hacía una pregunta sobre peronismo o antiimperialismo, y yo estaba dando [Leopoldo] Marechal; era difícil conectar pero posible. De todos modos eso lo que me daba era el clima de amigos que yo tuve en ese primer año: Graciela Montaldo, Sergio Chejfec, Alabarces, Mirta Varela, gente que conocía de antes. Era la primera vez que hacía eso, y requería una audacia tremenda, porque enfrentarse a un aula llena de gente es difícil, pero encontraba esas caras conocidas”.
El nuevo volumen pasa a integrar la Biblioteca Beatriz Sarlo, que ya reúne doce títulos y que se inauguró con Tiempo presente. Notas sobre el cambio en una cultura. Sarlo fue la primera autora del catálogo. ¿Qué opina la intelectual sobre una colección con su nombre? “Lleva mi nombre porque es una forma de agrupar los libros que he publicado en Siglo XXI, que ya son muchos -responde-. Fue una decisión editorial y no tengo nada que objetar, dado que mi nombre está en las tapas de cada uno de esos libros. Lo que ignoro es si será motivo de insultos en Twitter o de interés por parte de lectores que hayan leído algo anterior firmado por mí”.
En Clases de literatura argentina, los lectores encontrarán trece capítulos dedicados a distintos libros de autores locales. Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Rodolfo Walsh (los tres con dos clases cada uno), David Viñas, Eduardo Mallea, Ezequiel Martínez Estrada, Manuel Puig, Ricardo Piglia y su escritor argentino favorito, Juan José Saer. “Me hubiera gustado que aparecieran Juan L. Ortiz y Oliverio Girondo, pero los enseñé más tarde”, dijo la autora.
Los siete locos, de Roberto Arlt
En el tópico de la selección racial está presente, como subtexto en Los siete locos, la necesidad de una purificación de la sociedad, que a su vez se vincula con el tópico de la crisis de la democracia y el tópico del hombre fuerte. Esta idea estaba tanto en la derecha como en la izquierda: la sociedad debía ser purificada de raíz y la violencia debía ser el instrumento por excelencia para esa purificación del mundo social. Lo que impacta es la existencia de un discurso de la violencia que atraviesa toda la sociedad. Está en Leopoldo Lugones, que reclamaba a las fuerzas armadas que tomaran el lugar que habían abandonado después de la Junta de Mayo. Y está también en el discurso de los anarquistas tirabombas.
Historia universal de la infamia, de Jorge Luis Borges
Borges dice que lo peculiar de los argentinos es no ser argentinos, que la sustancia de lo argentino es la carencia de sustancia. Y en estas historias infames (como dice en “El escritor argentino y la tradición”) no hay una nacionalidad segura; la nacionalidad ha estallado y ocupa el planisferio: es la ventaja del margen. Aquellos que no tuvimos una posición central en las culturas americanas (en las grandes culturas precolombinas andinas o centroamericanas) ni en las grandes cortes virreinales, ni tampoco en la gran cultura hispánica, tenemos (apunta Borges) una ventaja: elegir en los márgenes de otras literaturas.
Rayuela, de Julio Cortázar
Rayuela ofrece una doble propuesta: nueva moral y nueva literatura. Por ese gesto, Cortázar se convierte de inmediato y de manera inédita (por la rapidez en que sucede en la literatura argentina) en un vastísimo espacio de mediación, en una especie de buzón universal establecido en París al cual todos los escritores de la Argentina arrojan sus textos, y del cual esos textos salen comentados y vuelven al país o a Latinoamérica. También se constituye en un vasto espacio de mediación porque proporciona una enciclopedia que es nueva. Al lector de Rayuela no le va a pasar ese episodio dramático que viven Sarmiento, Roberto Arlt o Victoria Ocampo, que no saben qué libros leer, porque la novela propone un programa de lecturas.
Un dios cotidiano, de David Viñas
Las virtudes de Viñas están en el exceso y no en el cuidado; pero en esta novela hay un cuidado estilístico que busca resolver el problema de la primera persona, de verosimilizar el discurso de una primera persona. Procura hacer un discurso interior, con un sistema de asociaciones relativamente liberado de marcos. A partir de esta novela, Viñas puede escribir en primera persona sin inconvenientes; puede combinar la dimensión psicológica y la dimensión moral, lo cual es un problema literario, si lo comparamos con el horizonte de la literatura argentina en ese entonces [1957].
La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig
En el interior de este texto que opta con tanta fuerza por la presentación directa, encontramos el diálogo, el monólogo interior, la carta y el diario íntimo. Son todas formas de presentación directa en las cuales el “dijo que” o el “pensó que” están ausentes. Incluso las formas verbales conjugadas están ausentes. En esa levísima narración que son los títulos de los capítulos, no se dice: “Toto pensaba, en 1942, en Vallejos” sino “Toto, Vallejos, 1942″. Todos los libros de Puig están trabajados mediante la presentación directa y el grado cero del narrador. Esto último es la marca máxima de su estilo, y esa elección define su estilo.
Cicatrices, de Juan José Saer
La mujer tiene algunas ventajas en este mundo. Pero en un mundo donde los hombres están desposeídos del saber, de la posibilidad de aprender, el vínculo con la mujer (que queda vinculada con el azar) es el vínculo de la irracionalidad. Yo diría que en Cicatrices el sistema de los sexos es tan impiadoso para hombres y mujeres que ambos quedan oscilando en un vacío, en un caos que solo puede ser llenado por el azar.