Primeros esbozos del infierno
La guerra anglobóer, el trágico enfrentamiento entre los colonos holandeses y el imperio británico,que estalló en 1899 en Africa del Sur, anticipó muchos rasgos de las contiendas del siglo XX y alumbró la creación más diabólica del género humano: el campo de concentración
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La estación de pertrechos de Ciudad del Cabo, fundada por los holandeses en 1652, nunca había sido importante para la corona británica: todo cambiaría al descubrirse oro y diamantes en esas tierras.
A los primeros colonos holandeses se les sumaron en 1685 medio millar de hugonotes franceses. El conjunto de esta población rompió para siempre sus lazos con la metrópoli, a diferencia de los emigrantes de origen británico. La vida en las tierras africanas esculpió los ánimos y las conciencias de los bóers, es decir, de estos habitantes de origen holandés, protestantes, radicados al norte de Ciudad del Cabo.
"Los dos principales factores materiales en el desarrollo del pueblo bóer fueron el suelo extremadamente malo que sólo podía ser utilizado para una ganadería de tipo extensivo y la muy numerosa población negra, que se hallaba organizada en tribus y que vivía dedicada a la caza nómada", sostiene Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo . Luego concluye: "La solución al doble problema de la fertilidad y la abundancia de nativos fue la esclavitud".
La abolición de la esclavitud por parte de la corona británica; el hecho de que Gran Bretaña, para hacer respetar su posición, se convirtiera en una especie de gendarme mundial respecto de este asunto y que los bóers, por su parte, hicieran de la esclavitud la columna vertebral de su género de vida, fueron los factores principales que a la larga desencadenarían la guerra.
"[...] Los granjeros bóers escaparon con sus carretas de bueyes de la ley británica hacia el desolado interior del país, abandonando sin lamentarlo sus casas y granjas. Antes de establecer límites a sus posesiones prefirieron dejarlas", explica Arendt. Estas migraciones a través de las cumbres de las Drakensberg convirtieron a los bóers, calvinistas y granjeros en un pueblo sumamente aguerrido. La fe religiosa, combinada con la cruda y salvaje geografía de esas latitudes, generaron una cultura arcaica y refractaria a cualquier cambio.
Pierre Bertaux, en su volumen "Africa" de la Historia Universal Siglo XXI , grafica: "Presionados por todas partes [...], los bóers replegados sobre sí mismos, imbuidos de su convicción de estar predestinados y de constituir una raza elegida, tuvieron tendencia a reaccionar con una especie de fiebre obsesiva, mediante una llamarada de la antigua fe. En 1859 se formó entre ellos una iglesia calvinista independiente que insistía en la más rígida interpretación de la Sagrada Escritura, rechazando toda concesión a las ideas modernas. Para estos extremistas, los dopper , toda reforma era una herejía; la lengua inglesa, un instrumento del demonio; el liberalismo el diablo en persona; Galileo estaba equivocado y la tierra era plana; la música religiosa era un escándalo; los bóers eran el pueblo elegido del Señor; los bantúes, hijos de Jafet, no podían tener alma; la segregación racial o apartheid era un imperativo categórico y la ley misma de Dios".
Excusas de la ambición
Toda declaración de guerra necesita un noble motivo para justificarse. Gran Bretaña adujo una legítima defensa de los derechos políticos de los uitlanders : extranjeros recién llegados a las repúblicas bóers para dedicarse a la explotación de las nuevas minas. Las repúblicas bóers no estaban dispuestas a otorgar status político a aquellos que no se convirtieran a la fe religiosa imperante en esas tierras. Fueron muchos los que vieron en esa contienda, aparentemente impulsada por la libertad de credos, una guerra imperialista, que perseguía asegurar los réditos de las explotaciones mineras recién descubiertas.
Hubo dos etapas en la lucha. La primera se extendió de octubre de 1899 hasta mayo de 1900. Se caracterizó por métodos de guerra convencionales y por unos primeros e inesperados éxitos bóers. La corona británica demoraría ocho meses en vencer a los bóers en este tipo de lucha. La segunda y más significativa fase se extendería hasta mayo de 1902. Este período se caracterizó por el uso de tácticas guerrilleras de parte de los bóers. Y, sobre todo, por la respuesta militar que dio el imperio británico a este tipo de guerra.
Los bóers utilizaron la guerrilla con una eficacia pocas veces vista hasta entonces. El imperio británico se vio obligado a sistematizar una lucha contraguerrillera cuya víctima principal fue la población civil, como ocurriría en casi todas las guerras del mismo tipo en el siglo XX.
Esta contienda sentó precedentes en varios aspectos, que se convertirían en rasgos emblemáticos del siglo XX: los corresponsales de guerra desempeñaron un papel y alcanzaron una importancia que nunca antes habían tenido. Los periódicos convirtieron este conflicto en un asunto fundamental para los hombres de la cultura. Muchos tomaron partido: el acérrimo defensor del imperialismo británico, sir Arthur Conan Doyle, y uno de los más fieles detractores del sistema, G. K. Chesterton, batallaron entre sí desde las páginas de periódicos londinenses. Joseph Conrad ridiculizó la afirmación de Rudyard Kipling de que se asistía a una guerra por la democracia. Mark Twain sostenía que esa guerra se burlaba de la "civilización cristiana".
Como un hecho premonitorio de lo que sucedería durante la guerra civil española, contingentes de irlandeses (que veían en la lucha bóer un reflejo de la que ellos libraban en Irlanda contra el imperio británico), de alemanes movidos por un marcado sentimiento anglófobo, de italianos, de rusos y norteamericanos, entre otros, viajaron hasta Africa para empuñar las armas al lado de los bóers. Y al igual que en las importantes guerras del siglo XX, incluyendo la Primera Guerra Mundial, voluntarios canadienses, australianos, y neocelandeses acudieron en defensa de los intereses británicos.
Un invento inglés
Según el historiador francés André Maurois, los campos de concentración fueron inventados por los ingleses en esta guerra. Y otros lo corroboran. Escribió Winston H. Churchill, en su Historia de Inglaterra y de los pueblos de habla inglesa : "[...] zona por zona, se barrió a todo hombre, mujer y niño hacia campos de concentración. Semejantes métodos solo podían justificarse por el hecho de que la mayoría de los guerrilleros peleaban de traje de civil y no era posible someterlos sino por aprisionamiento en masa. Pero nada, ni siquiera la incapacidad de las autoridades militares cuando se las encargó de la tarea nueva e ingrata de arrear grandes cuerpos de civiles al cautiverio, podía justificar las condiciones reinantes en los campos de concentración. Para febrero de 1902, más de veinte mil prisioneros, o sea casi uno de cada seis habían muerto, principalmente de enfermedad".
Hubo 31 de estos campos, en los cuales el ejército británico hacinó a más de 250.000 personas, entre mujeres y niños.
La eficacia de los bóers sorprendió a todo el mundo. Inclusive a las fuerzas británicas. Escribió Conan Doyle: "Napoleón y todos sus veteranos nunca nos han tratado tan duramente como estos maltratados granjeros con sus teologías antiguas y sus inconvenientes rifles modernos". La corona británica debió llevar a cabo lo que en ese momento fue la mayor movilización de tropas de su historia, 450.000 soldados, para enfrentar a no más de 80.000 bóers. La Corona perdió 50.000 hombres en menos de tres años de guerra.
Otro punto gravitante en el desarrollo de los acontecimientos fue la red logística con que contaban los comandos bóers. Churchill vuelve a clarificar: "El [valle del] Veld era ancho, y desde sus granjas dispersas un hombre podía recibir noticias, comida, abrigo, forraje, un caballo de refresco y hasta municiones". Esto fue principalmente lo que motivó la política de tierra arrasada: "Kitchener (máximo responsable de las operaciones británicas) conduce la guerra total. Limpia el país de zona en zona. Las granjas son quemadas, las cosechas destruidas, los rebaños liquidados. Los hombres son exiliados a Santa Elena o a Ceilán; las mujeres, los niños y los sirvientes son separados y encerrados en los campos de concentración. Pero no basta con conquistar el país granja por granja; en un país arruinado y hambriento es preciso hacerse cargo de la alimentación de la población. Gran Bretaña debe importar víveres en enormes cantidades", escribe Pierre Bertaux. No es posible precisar el número de víctimas que sucumbió por la ineptitud de los británicos para mantener la higiene y proveer alimentación. Pero todas las fuentes hacen referencia a decenas de miles de niños y mujeres muertos por estos factores.
Esta decisión de "crear" una tierra arrasada no fue suficiente para desarticular la red logística bóer. El empleo masivo de alambre de púa sería decisivo para lograrlo. Churchill explica cómo se utilizó: "Se construyeron casamatas a lo largo de los ferrocarriles; se erigieron cercos a través del campo, y luego, más casamatas a lo largo de estos cercos. El movimiento dentro de los recintos así creados se hizo imposible hasta para los más heroicos guerrilleros".
Finalmente se llegó a un acuerdo de paz. La prensa mundial lo señaló como un triunfo bóer: la corona británica había gastado 220 millones de libras esterlinas en la lucha.
Geoffrey Brunn en La Europa del siglo XIX , señala: "La guerra sudafricana debilitó grandemente, si no destruyó, el espíritu de agresiva confianza en sí mismo que había inflamado el orgullo inglés a fines del siglo XIX". Y esta toma de conciencia de Inglaterra de su poder real, la obligó al abandono de su "doctrina de aislamiento". La solución fue simple: alianzas como la Entente Cordiale y otras menores. También comprendió el inicio del programa naval inglés que, junto con los compromisos internacionales contraídos, haría inevitable que el ultimátum austríaco a Serbia desembocara en la Primera Guerra Mundial.