Primero no publicar, después escribir
Parafraseando a Lamborghini y recordando a Aira, distintas sentencias de la literatura contemporánea invitan a pensar: ¿no sería un gesto radical convertirse en un autor secreto y sustraerse de la cadena de producción editorial?
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Almuerzo con el director de una editorial independiente y con otro amigo que está a punto de publicar su primer libro. Juan (llamémoslo Juan) está feliz: escribe hace veinte años y siente que ha llegado el momento de convertirse en autor y festejarlo. Es por eso que hablamos de las presentaciones de libros, y concluimos que son algo así como la fiesta de quince de un escritor: lo único que importa es estar rodeado de amigos y pasarla bien, ya que se sabe que estos eventos no tienen incidencia en la circulación o la venta del título que se presenta.
También comentamos al pasar el éxito de la última Feria de Editores, donde los sellos pequeños y medianos venden directamente a los lectores, y que en tres días fue visitada por más de 18 mil personas luego de mudarse a Chacarita, consagrado como el nuevo polo cultural y moderno de la ciudad de Buenos Aires. Y cuando llegan los platos volvemos a hablar de que probablemente no haya habido un tiempo en el que para un autor haya sido más fácil publicar que en los últimos veinte años, luego de la crisis del 2001, cuando los costos de producir libros se redujeron sensiblemente, lo que motivó el surgimiento de decenas de nuevas editoriales. ¿Qué pasará ahora que los valores se han disparado debido al papel, que es importado, y que hay que pagar por adelantado y a precio dólar? ¿Cuántas de ellas sobrevivirán?
Nos despedimos y me quedo pensando en la necesidad de publicar. Recuerdo que lo primero que Abelardo Castillo les decía a los nuevos integrantes de su taller era que si querían leer y escribir eran bienvenidos, pero si habían llegado hasta ahí buscando publicar se habían equivocado de lugar. También las veces que Daniel Guebel me contó las dificultades que tuvo para conseguir editor en los ‘80 y que durante años fue “el autor inédito más famoso” de la literatura argentina. Me viene a la cabeza aquella famosa boutade de Osvaldo Lamborghini, que en un poema escribió “Primero publicar, después escribir” y algunos lo interpretaron como un axioma creativo. César Aira retomó la broma de su maestro y la actualizó cuando dijo: “Mi vocación, lo que me gustó hacer y quizás lo que hice, fue publicar libros. Lo demás es secundario, por ejemplo escribirlos”.
No es fácil determinar los efectos de estas sentencias en la literatura contemporánea, pero antes de tomarlas demasiado en serio convendría recordar que Lamborghini efectivamente escribió textos tan indelebles como El Fiord y Tadeys, y que Aira ya superó los cien libros. Si a nadie se le niega hoy un vaso de agua y la publicación de su libro, ¿no sería acaso un gesto radical convertirse en un autor de ficciones secreto, sustraerse de la cadena de producción editorial? ¿Primero tomar la decisión de no publicar y recién entonces dedicarse a escribir?
No hablo de autores de un solo libro, o de una obra breve y potente como Juan Rulfo o José Bianco. Ni siquiera de Macedonio Fernández, cuyo desinterés por publicar fue truncado por su contacto con algunos discípulos, entre ellos el joven Borges, que aseguró que algunos de sus papeles vieran la luz bajo distintas formas de la edición. No: pienso en alguien que escriba un libro tras otro fuera de cualquier atención pública (¿y dónde están esos inéditos, Jerry Salinger?), en privado y casi en secreto, sin publicar nunca sus poemas, cuentos o novelas. Estoy seguro de que si su obra vale la pena cinco, diez, cincuenta años después de su muerte alguien la encontrará y se encargará de editarla. Las ventajas no serían pocas: leeríamos esos textos sin la intromisión del autor y su aventura biográfica, siempre fastidiosa, sin reparar en sus preferencias sexuales, orientaciones ideológicas, sentencias en Twitter. ¿No daríamos acaso con un escritor fascinante, un Kafka del siglo XXI?
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