Preguntas en el Bicentenario
Las cuestiones que se planteaban los hombres de Mayo acerca del pueblo que representaban y la forma en que debían resolverse los problemas de la incipiente república no han perdido actualidad ni hallado aún respuesta definitiva
"A mí me parece, señores, que ese origen funesto que buscamos lo encontraremos en la indefinición de nuestro sistema, y en la incertidumbre en que estamos de lo que somos y de lo que seremos." En 1812 Francisco Planes respondía así a la pregunta ¿cuáles eran los males de la revolución?, con la que había comenzado su discurso como presidente de la Sociedad Patriótica de Buenos Aires. A pocos días de la conmemoración del Bicentenario, el 25 de Mayo de 1810 se presenta como una evidencia. Podría considerarse también como un problema.
La revolución se constituyó a partir de sus propias ambigüedades, contradicciones e indeterminaciones. Las tentativas de definición de un modelo de revolución con frecuencia pasan por alto cuestiones como quiénes eran sus protagonistas y cuál era su contexto histórico. Muchas son las ideas y los debates sobre el 25 de Mayo: si fue una reforma o una revolución, si hubo una burguesía revolucionaria o un proletariado, si fue popular o elitista, si fue jacobina, liberal o conservadora. Estas categorías implican distintas ideas de revolución. Pero las ideas no son modelos fijos que atraviesan el tiempo: dependen y cambian con los actores que las formulan a partir de sus experiencias en distintos momentos históricos.
Los integrantes de la Primera Junta de 1810 no buscaban amoldarse a ideas sino resolver los problemas ante los que inesperadamente se encontraron enfrentados. El primero: la legitimación de un gobierno que pretendía representar a todo el Río de la Plata pero que se había creado a través del voto de 250 vecinos convocados por el Cabildo de Buenos Aires. El segundo: la identificación de una causa y de un enemigo de la Junta que, al igual que las asambleas de España y del resto de Hispanoamérica, se había organizado en nombre y en defensa del Rey (en 1808, Fernando VII había abdicado su corona en su ex aliado Napoleón y desde entonces permanecía cautivo en Francia). El tercero: ¿cómo gobernar la revolución? Al igual que Planes, la mayoría tenía más preguntas que respuestas.
Había algunas certezas: la legitimidad se fundaba en la soberanía del pueblo y la revolución combatía por la libertad contra la tiranía. Sin embargo, el pueblo era un principio y, al mismo tiempo, un concepto abstracto y poco convincente para ciudades como Córdoba, Montevideo o los pueblos del Alto Perú, que también se consideraban soberanos y que también luchaban por la libertad contra la tiranía que creían ver representada en la Primera Junta.
Hasta 1813, los gobiernos de la revolución se organizaron en nombre del rey. No era sólo una estrategia discursiva. El rey representaba la cabeza de un cuerpo político que se había desmembrado con la invasión francesa a España y que se intentaba recomponer en nuevos términos tanto en la Península como en América.
Más que un punto de partida para fijar el comienzo de la República Argentina, el 25 de Mayo constituye una formidable experiencia política para entender cómo se percibía el orden político en la monarquía. En ella habían crecido, estudiado y trabajado los líderes de una revolución que comenzó sin decir su nombre ya que buscaba presentarse como una solución legal a la crisis provocada por la ausencia del rey: nadie mencionó en el Cabildo abierto las palabras "revolución", "independencia" ni "República Argentina".
Antes de declarar una independencia, había que determinar el "quiénes somos". Algunas respuestas vendrían con la guerra: la lucha entre españoles americanos sería una lucha entre americanos contra españoles, aunque en el bando realista se encontrasen tantos americanos como en el revolucionario. América servía como un criterio de distinción frente a España, pero no constituía una referencia efectiva para un pueblo que buscaba diferenciarse de otras comunidades en el continente.
Por primera vez, los territorios de la monarquía se gobernaban a través de representantes que no habían sido designados por la corona sino instituidos por el pueblo. La Primera Junta -que, en rigor, no era la primera del Río de la Plata porque en 1808 ya se había creado una en Montevideo- estaba integrada por nueve miembros, entre ellos, dos españoles. La Junta distinguía la monarquía de la nación española. Ante la ausencia del rey, reclamaba el derecho a formar un gobierno como lo habían hecho el resto de las ciudades españolas. Desde las páginas de la Gaceta de Buenos Aires , su fundador, Mariano Moreno -que había publicado El contrato social eliminando las críticas de Rousseau al cristianismo-, explicaba en 1810 que un pueblo es un pueblo antes de darse a un rey. "Cualquiera que sea el origen de nuestra asociación, es de toda certidumbre que hacemos un cuerpo político", señalaba al mismo tiempo el Deán Gregorio Funes, llamando "república" a ese cuerpo. En el Río de la Plata había un pueblo y una república. Esto significaba toda una revolución: en su nombre se rechazarían los representantes de una nación española en la que ese pueblo no se veía incluido, al mismo tiempo que se defendía el principio de un gobierno propio y autónomo para salvar la república o lo que se convertiría en su sinónimo, la patria.
¿Qué era el pueblo? Nadie lo precisaba pero todos lo legitimaban como fundamento de la revolución, comenzando por dos de sus principales oradores: Moreno y Funes. Para ellos, como para el resto de la elite de 1810, el pueblo que debía gobernar estaba integrado por una ínfima parte de la población: aquellos vecinos que se consideraban distinguidos, fieles a la causa revolucionaria e integrantes de "la principal y más sana parte", como los cabildos se referían a quienes podían participar del gobierno, antes y después del 25 de Mayo. Por ejemplo, los esclavos negros, que en Buenos Aires representaban casi un tercio de sus 40 mil habitantes, estaban excluidos de aquella idea de pueblo.
Tanto Moreno como Funes habían tenido esclavos en sus familias: la libertad política contra la dominación española era compatible para los hombres de 1810 con la esclavitud física de negros. Por un lado, se respetaba así el derecho de propiedad. Por otro lado, los esclavos integrarían los ejércitos de la revolución: su donación al gobierno era una forma de patriotismo. Sin embargo, la existencia de esclavos contradecía los principios de la revolución: en 1813 la Asamblea constituyente declaraba la libertad de vientres. A partir de aquel año, todos nacían libres en el Río de la Plata, pero no todos eran libres ni tendrían los mismos derechos. La esclavitud continuaría hasta la mitad del siglo XIX. El mismo Alberdi, padre de la Constitución de 1853, afirmaría que "la esclavitud de cierta raza no desmiente su libertad política".
¿Qué era la república? Los hombres de 1810 la presentaban como una evidencia. Se referían a ella no sólo como una forma de gobierno sino, a partir del sentido latino del concepto, como la misma comunidad política. Basada en un orden de leyes y no de hombres -condición de la libertad política-, la invocación de la república apelaba al ejercicio de virtudes cívicas para la defensa del interés común por sobre el particular, asociado al egoísmo y a la corrupción. Pero las leyes no podían gobernar sino a través de hombres. La misma revolución mostraba cuán difícil era la distinción entre la ley y la excepción cuando, ante la falta de una constitución, todo reglamento y cambio de gobierno podía justificarse en una ley suprema: la salud del pueblo.
Al igual que la ley, la forma de gobierno era también incierta y cambiaba ante el contexto de la guerra: "¿Qué quiere decir un gobierno popular cuando se guardan las formas de una monarquía?", preguntaba Planes. Durante la república, se propondrían proyectos republicanos y monárquicos de gobierno: con la restauración absolutista en Europa tras la caída de Napoleón en 1814, Rivadavia y Belgrano buscarían un príncipe para el Río de la Plata en distintas casas reales, incluida la de los Incas.
El conflicto en la sociedad, la incertidumbre sobre cómo debía gobernarse la "cosa del pueblo" y la virtud del ciudadano para entregar hasta su propia vida por la libertad eran características de una larga tradición republicana. Iniciada en la antigua Roma, esta tradición estaba menos relacionada con la institucionalidad que con valores y creencias compartidos, que hacían de un conjunto de hombres y mujeres una comunidad. La revolución crearía la posibilidad de este pueblo, difícil de nombrar hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando se consolidaría e institucionalizaría como la República Argentina.
La revolución era una búsqueda que desafiaba cualquier intento de definición. En 1826, los diputados del Congreso constituyente reunido en Buenos Aires debatirían un proyecto presentado por el gobierno de Rivadavia, aprovechando la instalación de las primeras cloacas en la ciudad: la construcción de una fuente de bronce conmemorativa con la leyenda "La República Argentina a los autores de la revolución en el memorable 25 de Mayo de 1810". Varios legisladores consideraban que se trataba de un proyecto inoportuno y aristocrático: demasiado lujo para tiempos de guerra en que la república pedía austeridad.
Más importante aún, la fuente sembraría "el germen de la discordia". Nadie sabía con seguridad quiénes habían sido los autores de la revolución ni tampoco cómo determinarlo. Un diputado proponía distinguir entre quienes habían concebido la idea, quienes la financiaron y quienes la ejecutaron. El cura Julián Segundo de Agüero, ministro de Rivadavia, explicaba que era necesario decidir quiénes habían sido los autores con un jurado constituido en aquel momento en que todavía vivían varios de los hombres del 25 de Mayo y no "cuando pasen 200 años". Juan José Paso, que había integrado la Primera Junta, se oponía: "Yo temblaría si saliera para formar el jury", señalaba.
Para Juan Ignacio Gorriti, "autor de la revolución" era un concepto "vago e indefinido". También absurdo. Según explicaba el diputado jujeño, los primeros autores podían ser los reyes españoles, Napoleón e inclusive Liniers, el héroe de la resistencia contra las invasiones inglesas de 1806 y 1807: por orden de Moreno, el ex virrey se había convertido en el primer ejecutado de una revolución que, paradójicamente, buscaría sus primeros antecedentes en aquellas luchas contra Inglaterra, con la que durante el siglo XIX se privilegiaría la relación comercial. "Sólo a la jurisdicción de la historia pertenece dar a conocer los autores de la revolución", concluía Gorriti.
El proyecto se aprobó pero la fuente de bronce no se construyó. Luego de varias modificaciones, en la Plaza de Mayo continúa la pirámide originalmente construida en el primer aniversario de la revolución. En el monumento figura una única inscripción: "25 de Mayo de 1810". En 1856, se esculpió sobre la pirámide una Marianne argentina, que daba un rostro a la república y a la libertad. Esa mujer ya podía amarse. En la plaza había comenzado la revolución. Desde entonces, a ella se acudiría cuando la república se encontrara amenazada. En la plaza también se buscarían respuestas a preguntas que, a pocos días del Bicentenario, aún siguen vigentes: ¿Qué somos?, ¿qué seremos?
© LA NACION
Más información: www.historiadoresyelbicentenario.com
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