Porque la vida persevera
La foto que abre esta nota, cortesía de Claudio Sánchez, atento lector desde hace décadas, muestra un tronco talado, reseco y a todas luces muerto. Por algún motivo –sobre el que formularé enseguida una teoría– alguien pensó que era menester deshacerse de este arbolito. Salvo en aquellos casos en los que representan un peligro, no parece muy inteligente matar árboles en un mundo que necesita desesperadamente capturar el exceso de carbono en la atmósfera. Es, además, una crueldad. Hoy sabemos que las plantas, a su modo y en sus términos, se comunican, perciben el entorno y se alarman. ¿Qué siente un árbol cuando lo masacran así con una motosierra? No podemos ni imaginarlo, y con eso nos quedamos tranquilos, porque solo empatizamos con el dolor que conocemos. El de los vegetales nos es ajeno, pero eso no quiere decir que no sea sufrimiento. Desconozco la historia detrás de este arbolito, así que me abstendré de emitir un juicio.
Sin embargo, la imagen de Claudio muestra algo más, y ese es el motivo por el que me la envió y el que origina este texto. Del tocón inerte nació estos días un brote robusto y saludable. Por las hojas (y por el tipo de tronco), es casi sin duda un árbol de las orquídeas, también conocido como pata de vaca, por la característica pezuña que dibujan sus hojas. Es decir, alguna especie de Bauhinia, casi con entera certeza una variegata, la más difundida entre nosotros, cuyas flores son preciosas y, como habrán adivinado, semejantes a orquídeas; en Buenos Aires se ven sobre todo las de color blanco.
Originario de China e India, en septiembre se convierte aquí en un espectáculo deslumbrante. Luego, las flores dan origen a unas chauchas largas llenas de semillas, que es una de las formas de reproducirlo; también se lo puede propagar por esqueje. No es demasiado exigente en ningún sentido, aunque, como la mayoría de las plantas, prefiere suelos que drenen bien. Sus raíces no son agresivas. Tampoco es muy alto (unos 8 metros, con suerte), no es tóxico (se usan algunas de sus partes en la cocina tradicional de India y Nepal) y atrae colibríes.
Pueden vivir hasta 150 años y muestran una resiliencia notable. Esta palabrita, resiliencia, está aceptada por la Real Academia Española, aunque etimológicamente es más rica que solo “resistir” o “sobrellevar bien los contratiempos”. En latín, resilire quería decir rebotar, volver saltando (y también, en otros autores, replegarse). No solo resistir, sino regresar fortalecido. Es exactamente lo que se ve en la foto. Este arbolito fue talado cuando tenía (contados sus anillos con dificultad y desprolijamente en una foto) entre 7 y 8 años. El corte no es reciente. La herida se ve marchita y resquebrajada, e imagino que ya nadie le prestaba atención. Hasta que tomó carrera, rebotó y dijo: “voy a vivir”.
Si uno mira el resto del tronco, hay otros brotes, de donde pronto probablemente surgirán nuevas ramas. Si se le da la oportunidad, volverá frondoso del desastre, y encubrirá la fea cicatriz, sin rencores, con flores magníficas. Con el paso de las décadas, esa herida que pretendió ser mortal se convertirá nada más que en un mal recuerdo.
Reitero: ignoro las razones por las que se lo taló en algún momento entre 2019 y la actualidad. La última foto de StreetView lo muestra con dos tutores y un poco inclinado. Imagino que alguien consideró que representaba un riesgo y decidió cortarlo. Hablé con el gobierno de la Ciudad, y me aseguraron (tiene lógica) que esa no es la forma en que ellos cortan los árboles que representan un peligro. Ante mi insistencia en darle una segunda oportunidad, me dijeron: “Lo vamos a salvar, el tema es que no lo vuelvan a agredir”. Prometieron asimismo mandarme fotos de los trabajos que harán sobre el tocón redivivo.
Pero más allá de esta Bauhinia en particular, la foto es testimonio de la ciega arrogancia con la que tratamos a los seres vivos (incluso, muchas veces, horrorosamente, a otros humanos). Somos rápidos para resolver los problemas con la proverbial guadaña; una motosierra, en este caso. Lo que no vemos –ahí reside nuestra ceguera– es que, en este universo vasto, helado y hostil, la vida persevera. Todos estamos aquí por esa razón. Porque la vida persevera. Ojalá le demos a este tenaz arbolito una segunda oportunidad. Está en Bacacay al 2300, en el barrio de Flores. Flores, nada menos.
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