Anna Maria Maiolino: “La memoria cultural tiene una importancia enorme para cualquier artista contemporáneo”
Una muestra de la artista italiana radicada en Brasil refleja en Malba su preocupación por la naturaleza y por lo humano, que la vinculó con el argentino Víctor Grippo
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La mesa compartida está entre sus recuerdos más preciados. Entre sus hermanos, padres y abuelos ya sumaban trece, en plena posguerra, pero su madre solía invitar más gente porque “nunca negó un plato de comida”. “Era una cosa muy italiana, un ritual. Se hablaba, hoy no se habla. Hemos perdido eso con la tecnología”, dice desde San Pablo a LA NACION Anna María Maiolino, artista nacida hace ochenta años en la Calabria, que protagoniza en Malba su primera exposición panorámica en la Argentina.
Hay una obra que llama especialmente la atención entre las más de doscientas seleccionadas por Paulo Miyada, curador en jefe del Instituto Tomie Ohtake y curador de arte latinoamericano del Pompidou. Se trata de Monumento al hambre (1978), instalación compuesta por dos bolsas unidas por una cinta negra, llenas con 30 kilos de arroz y porotos. Este último alimento fue muy utilizado también por Víctor Grippo, artista argentino protagonista de una muestra actual en Muntref, y homenajeado con otras en su Junín natal a veinte años de su muerte, que fue pareja de Maiolino durante varios años en la década de 1980.
“Lo conocí en el ‘77, cuando el CAyC vino a mostrar en la Bienal de San Pablo su trabajo en el que sacaba energía de las papas –recuerda la artista-. Él era un hombre muy interesante, muy culto. Fue una persona muy importante en mi vida en varios sentidos. Nos enamoramos por una semana y quedamos en que nos reencontraríamos. Nos reencontramos en el ‘84, creo, cuando vino a hacer una exposición en San Pablo. Estábamos enamorados, y el amor te da la ilusión de que todo lo puede”.
Así comenzó una relación que los llevaba en forma alternada a Buenos Aires y a Río de Janeiro, donde vivían los dos hijos de Maiolino. Finalmente ella optó por separarse en 1989 y regresar a Brasil, porque “sentía mucha falta del sol”. “Río fue la ciudad que más me abrazó porque yo nací cerca del mar, en el sur de Italia –explica-. Lo veía desde la ventana de la casa de mi abuelo. El clima del mar me fascina”.
El vínculo permaneció en la obra de ambos, sin embargo. Ella se ocupa de aclarar que comenzó a trabajar con porotos antes de que Grippo iniciara en 1980 la serie Vida, muerte y resurrección, exhibida actualmente en el MoMA de Nueva York e incluida en la muestra que le dedica el Muntref en el Hotel de Inmigrantes. Se trata de figuras geométricas de plomo, rellenas de porotos que las hacen estallar cuando al humedecerse y comenzar a germinar.
La germinación -y las mesas, otro tema recurrente en las obras de Grippo- ya estaban presentes en los platos que ella y otros artistas ofrecieron al público en 1979 en Arroz & Feijoada, en la Alianza Francesa de Botafogo, durante la presentación de una instalación que invitaba a reflexionar sobre el problema del hambre en el mundo.
“El banquete servido es una provocación y una invitación a la reflexión: un tercio de la humanidad come de más y dos tercios mueren de hambre –decía el texto que acompañaba la obra-. En el ritual que presentan las mesas puestas, también se afirma la vida por sobre la muerte. Ya que, a pesar de todo, la semilla vuelve a germinar. El plato, recipiente de los frutos de la tierra, es un territorio de renovación”.
Esa imagen, explica Maiolino, proviene de un recuerdo de su infancia: los platos germinados que ofrecían los paisanos calabreses a modo de ritual, en el altar, para conmemorar la resurrección de Cristo en Semana Santa. “Soy de una familia medio campesina y medio intelectual, y eso está presente en mi trabajo –dice la artista-. La semilla tiene todo un significado. No es una invención ni de Víctor ni de Anna; está en la naturaleza. El huevo, la semilla, son simbologías arquetípicas de toda la humanidad. Son símbolo de la renovación”.
Los huevos, también presentes en los platos de Grippo, fueron empleados por Maiolino en 1981 para la “fotopoemacción” Entrevidas, en la que avanzaba con los pies desnudos sobre un empedrado cubierto de huevos. “El huevo simboliza la resurrección, la promesa de vida, de continuidad. Las mujeres lo llevamos adentro -observa la artista sobre esta pieza, cuyo registro integra la colección del Museo Reina Sofía de Madrid-. Caminar entre huevos en la calle, en plena apertura democrática en Brasil, era sinónimo de peligro. Era una esperanza y al mismo tiempo una amenaza, una bomba; había que elegir cómo caminar en esa situación precaria”.
En el origen de esta poética compartida, las papas jugaron un rol clave. Aquellas que conmovieron a Maiolino en Naturalizar al hombre, humanizar a la naturaleza o Energía vegetal, instalación de Grippo que integró en 1977 el envío ganador del Gran Premio Itamaraty en la Bienal de San Pablo, le recordaron a las que solía comer a diario en la mesa familiar de su abuelo, en Italia. En una casa rodeada de campos de trigo, almendros en flor y campesinos que dialogaban cantando mientras cosechaban.
“El arte surge de la memoria cultural, que tiene una importancia enorme para cualquier artista contemporáneo”, opina ahora la mujer que recreó en la prestigiosa Documenta de Kassel el movimiento de aquellas manos que recogían la fruta. Y observa que tanto en su obra como en la de Grippo siempre hubo “una preocupación por la naturaleza, por lo humano. Nos retroalimentábamos”.
Para agendar:
Schhhiii…Anna Maria Maiolino, muestra curada por Paula Miyada en Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), hasta el 20 de febrero de 2023. Visitas guiadas: miércoles y sábados a las 17.
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