¿Por qué se suicidó Horacio Quiroga, uno de los cuentistas perfectos del siglo XX?
A 85 años de su muerte, la obra del escritor mantiene su actualidad por el carácter de búsqueda y riesgo que nunca abandonó a lo largo de su vida; en la provincia de Misiones, donde fue tan feliz como desdichado, se realizarán homenajes
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Pese a que poco tiempo atrás hubo un amago de “cancelar” o al menos desaconsejar su obra para niños y jóvenes (dónde sino en las redes sociales), las narraciones selváticas y no selváticas de Horacio Quiroga (1878-1937) se encuentran siempre disponibles. Lectores de todas las edades recuerdan la impronta de sus narraciones. “Conocí las historias de Horacio Quiroga mucho antes de leerlas -confiesa el escritor Sergio Olguín en el prólogo de Cuentos completos de Quiroga, publicado por Seix Barral-. Cuando yo tenía seis o siete años, mi hermana Alicia, que ya estaba en la secundaria, me leyó dos de sus relatos: ‘La gallina degollada’ y ‘El almohadón de plumas’. Me los leía de a partes, a la noche, antes de dormir, como lo hacía mi madre cuando era más pequeño. Claro que estos Cuentos de amor de locura y de muerte no tenían mucho que ver con mis incipientes lecturas infantiles. No sé si mi hermana me las leía para aterrorizarme y tampoco tengo memoria de pesadillas con el almohadón y los hermanitos sangrientos. En cambio, el recuerdo de la voz de mi hermana emocionada ante las historias de Quiroga marcó a fuego mis lecturas posteriores del autor nacido en Uruguay y adoptado tempranamente por la literatura argentina”. Hoy se conmemora el 85º aniversario del día en que el genial escritor, a los 58 años, decidió quitarse la vida.
Pero ¿por qué se suicidó Horacio Quiroga? “Todas las versiones que leí sobre esa decisión provienen de la misma fuente: el voluminoso tomo Vida y obra de Horacio Quiroga, escrito por sus amigos salteños José María Delgado y Alberto J. Brignole, de 1939 y publicado en Uruguay”, dice a LA NACION la investigadora Soledad Quereilhac, que trabaja en una nueva edición de los cuentos completos de Quiroga para la editorial Colihue. Ambos autores fueron destinatarios de cartas personales de Quiroga, recopiladas en el volumen V de las obras completas editadas por Losada.
Otro de los destinatarios célebres de sus cartas fue el escritor Ezequiel Martínez Estrada, que en 1957 dio a conocer El hermano Quiroga, donde intentaba descifrar el enigma que representó la vida del narrador. “Esperanza de olvidar dolores, aplacar ingratitudes, purificar desengaños -le escribió el autor de Los desterrados a Martínez Estrada acerca de la muerte-. Borrar las heces de la vida, ya demasiado vivida, infantilizarse de nuevo; más todavía: retornar al no ser primitivo, antes de la gestación y de toda existencia: todo esto es lo que nos ofrece la muerte con su descanso sin pesadillas. ¿Y si reaparecemos en un fosfato, en un brote, en el haz de un prisma? Tanto mejor, entonces”.
Entre 1936 y 1937, Quiroga estuvo internado cinco meses en el Hospital de Clínicas, en la ciudad de Buenos Aires, por dolores en su bajo vientre y en la espalda. Allí, los médicos le dijeron que podían operarlo para extirparle la próstata aunque le dieron pocas garantías de sanar y sobrevivir. “Todo indica que el diagnóstico era cáncer, si bien sus biógrafos no mencionan esa palabra -señala Quereilhac-. El 18 de febrero de 1937, consciente de su diagnóstico poco alentador, Quiroga visitó a su hija Eglé. Al separarse de ella, la besó y le sostuvo la mirada largamente, a diferencia de los saludos parcos que solía emitir. También vio a su amigo Julio Payró, joven pintor hijo del escritor y periodista Roberto J. Payró, y le prometió visitarlo al día siguiente. Sus biógrafos atribuyen a esa promesa la ausencia, hasta ese momento, de la firme determinación de matarse. Al regresar al hospital, Quiroga mantiene una charla con sus médicos y al parecer esa es la instancia en que lo desahucian. Se queda paseando callado en el jardín de la clínica, fuma un cigarrillo tras otro y, al caer la noche, sale a caminar por la ciudad”. A Vicente Batistessa, su compañero de cuarto (un hombre que sufría elefantiasis y a quien todos rehuían, menos Quiroga), le dijo que necesitaba despejarse pero en verdad iba a comprar el cianuro con el que se quitó la vida.
Para Quereilhac, la decisión de Quiroga tuvo mucho que ver con su enfermedad terminal. “Si bien en su correspondencia se confesaba triste por los desencuentros con su segunda esposa, por sus penurias económicas y por su débil salud, en ningún momento manifiesta el deseo de morir -dice-. Quiroga es uno de los grandes narradores de la muerte o, más precisamente, de ese instante en que irrumpe la muerte, con violencia, pero amalgamada a la vida cotidiana. Leer su obra como una decodificación de su vida nunca puede llevar a buen puerto. En todo caso, la forma en que se suicida, el uso del veneno y las causas comparten sensibilidad histórica con otros artistas congéneres, como Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni, también hijos del modernismo latinoamericano. Además del gesto desesperado, hay una estética y una ética del suicidio en estas figuras que atravesaron el tumultuoso puente entre dos siglos, una estética y una ética impregnada de condicionantes de época en torno a la subjetividad, a ser escritor o escritora, a enfrentar el sufrimiento y el dolor sin las ‘vacunas’ de la religión, la moral social o la obediencia”.
El cuentista perfecto
El interés por la obra de Quiroga -autor de dos novelas, casi doscientos cuentos, piezas teatrales, dos guiones que no llegaron a filmarse, artículos periodísticos y cartas- jamás se agota. En 2021 se reeditaron las seis nouvelles que escribió con el seudónimo de S. Fragoso Lima. “Desde el ámbito editorial, se repite que la gente no compra cuentos -dice el escritor Santiago Craig a LA NACION-. Debe ser cierto, pero es cierto también que los lectores estamos hechos de cuentos. En nuestras emociones básicas, las formas del asombro, de la conciencia del mundo, pero sobre todo del miedo, hay cuentos. Están Cortázar, Ocampo, Borges, London, Bradbury, Kipling. Y está Quiroga. Sus cuentos nos forman porque muestran la ambigüedad, la convivencia del horror y la vida cotidiana, hablan del misterio: Quiroga nos da herramientas para vivir en la selva. Aunque fracasemos, aunque el paisaje nos trague y no podamos sobreponernos a la presencia fría y cruel de lo salvaje y oscuro que siempre gana, hay en la vida una tragedia, pero también, una fuerza. Una voluntad. A los que lo leímos, estos días de insomnio del presente, de mundo raro, insoportable, nos parecen algo ya transitado y nuestro, algo que, gracias a leer sus cuentos, podemos sobrellevar. Estábamos advertidos y sabemos cómo lidiar con el horror”.
“Quiroga es el cuentista perfecto -sostiene el escritor, profesor y editor Diego Di Vincenzo-. ¿Cuáles son los cuentos perfectos? Como el mismo Quiroga postuló en su decálogo, los de Poe, Maupassant, Kipling, Chejov. Y los suyos. Cuentos de amor de locura y de muerte, editado por Manuel Gálvez y publicado en 1917, es un libro de altísima calidad que alcanza gran difusión. Calidad y éxito porque tiene una comprensión muy lúcida de su presente”.
Quiroga, como Roberto Arlt, fue un escritor profesional, que se ganó la vida escribiendo para revistas y diarios como Caras y Caretas, Fray Mocho, El Hogar y LA NACION. Di Vincenzo destaca que Quiroga es un “clásico escolar” del que se ha ocupado un número significativo de escritores y críticos que lo admiraron por su maestría narrativa: Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Leopoldo Marechal, David Viñas, Ángel Rama, Noé Jitrik, Ricardo Piglia y Jorge Lafforgue, entre muchos otros. “En ‘Caza del tigre’, que se publicó en la revista Billiken en 1924, reproduce el castellano que se hablaba en esa zona de cruces entre la Argentina, Paraguay y Brasil -agrega-. En esa revista tan escolar, este autor tan escolar también incluye en sus textos expresiones como ‘Che, vos’, ‘macanudo’, ‘guinche’, una especie de afrenta escrita contra aquellas expectativas escolares sobre el idioma. Eso lo confirma como un escritor definitivamente latinoamericano y que se abrió a una literatura continental, que se aleja de los tics telúricos o gauchescos”.
Homenajes en Misiones
Este sábado se harán varios homenajes en la provincia donde Quiroga pasó muchos años de su vida, se casó con la joven Ana María Cires (que se suicidó cinco años después), fue padre, juez de paz, emprendedor y aventurero. En la Casa Museo de Horacio Quiroga, en San Ignacio, habrá actos conmemorativos por el 85º aniversario de su muerte. Además de una ofrenda floral, se plantará un árbol nativo en el parque de la institución y se entregarán premios a los ganadores del concurso literario “La selva y el cambio climático”. Y en el Museo Histórico y Arqueológico Andrés Guacurarí, en Posadas, se inauguró este viernes una exposición con documentos que pertenecieron a Quiroga o relacionados con él (como una fe de bautismo, cartas y la solicitud de ciudadanía argentina que el escritor hizo en 1911), que integran la colección del Archivo Histórico Provincial “Escribano Aníbal Cambas”. La muestra permanecerá abierta al público hasta el 4 de marzo y se la puede visitar de lunes a viernes de 7.30 a 12.30.
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