Por qué protegemos a nuestras fuentes
La respuesta es prístina, pero hay que desmalezar mitos y distorsiones para encontrarla
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Anoto, primero y porque es contexto, que vengo dándoles vueltas a este Manuscrito desde hace más de un año. Así de delicada es la materia de la que hablaré enseguida. A lidiar con un asunto tan sensible me ayudó mi amigo y colega Hugo Alconda Mon, que de esto sabe mucho y de verdad.
En todo caso, la idea nació en una clase de la facultad de periodismo, cuando se me ocurrió preguntarles a los alumnos por qué protegemos a nuestras fuentes. ¿Por qué aquí, en la Argentina, esa es además una garantía constitucional? Quiero decir, suena raro, ¿no? ¿Cuántos oficios cuentan con una garantía así? En nuestra Constitución, el secreto de las fuentes está asegurado expresamente en el artículo 43. Es porque tenemos coronita, ¿cierto? Privilegios, claro. Típico de la corpo.
Cuando advertí que ninguno de mis alumnos podía justificar ese artículo 43 con argumentos irrefutables, me pregunté cuántas personas fuera de la profesión conocían la razón última por la que un periodista puede negarse a entregarle a un juez los nombres de sus fuentes.
Tal es el peso de esta razón que en otros países hay colegas que han ido presos antes de revelar sus fuentes. No es exageración. La lista de periodistas arrestados por rehusarse a ceder ante esta requisitoria en Estados Unidos (país que, como bien señala Manuel J. García-Mansilla en este artículo de LA NACION, ofrece menos garantías a la actividad) es extensa.
Vanessa Leggett, de Houston, Texas, estuvo 168 días presa por proteger la identidad de sus fuentes. A Josh Wolf, de San Francisco, California, le fue peor. Pasó 226 días encarcelado por no entregar a la justicia las cintas que había grabado durante una manifestación. Casi dos tercios de un año privado de la libertad por hacer bien su trabajo.
Pero, un minuto. ¿Es hacer bien su trabajo o es un privilegio, en qué quedamos? Esa es la cuestión. Y sería muy fácil de entender, si no fuera que el periodismo independiente del Estado es molesto en todas partes. Como es molesto, se lo desacredita y se lo barniza con un sinnúmero de mitos, verdades a medias, mentiras descaradas y peripecias inverosímiles. Así, desde Hollywood (¿recuerdan la imagen siniestra del periodista en Duro de Matar?) hasta el relato de los déspotas, los que se sienten incómodos con nuestro trabajo se encargan de distorsionar la imagen del periodismo independiente tanto como les permita su presupuesto. No es el fin del mundo. Del otro lado de la muralla, esta actividad está directamente prohibida; solo se permite el discurso oficial.
Insisto, la razón por la que mantenemos en secreto los nombres de las fuentes es clara, aunque hay que desmalezar un poco para encontrarla. Funciona así: un día te suena el teléfono. Del otro lado alguien te dice que tiene algo para vos. Vas a esa reunión sin protección y a ciegas (porque ya estás resguardando a esa posible fuente). Podés encontrarte con cualquier cosa. Incluso con algo que ponga en riesgo tu libertad o tu vida. Pero vas, porque por eso elegiste ser periodista.
En ese encuentro, efectivamente te entregan documentación que prueba (o que podría probar, pongámoslo como es en la realidad) actos de corrupción en el Estado. Seguís esa pista, verificás que sea legítima, atás cabos, chequeás. Hacés la tarea, en suma. Sale la nota. Sigue una causa judicial. Se afectan intereses colosales. ¿Qué le podría pasar a esa fuente, si su nombre se revelara? Exacto: nada bueno.
¿Entonces protegemos nuestras fuentes porque somos humanitarios? Sí, bueno, en general también nos importa que una persona que se juega tanto salga indemne. Pero hay un bien mayor que está por encima de ese individuo. Si a una fuente que ayudó a un periodista a dar a conocer un acto de corrupción le pasa algo, ¿qué pensás que van a hacer las otras potenciales fuentes? Sí, se van a callar. El flujo de información se va a cortar y el periodismo independiente ya no podrá hacer su trabajo. Que es exactamente lo que buscan las dictaduras. Por eso está en la Constitución. Ninguna coronita. Todo lo contrario. Es un deber.
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