Por qué algunos disfrutan, y otros no, una melodía
El tiempo vuelve a pasar, pero no hay primavera en anhedonia… cantaba Charly García en el maravilloso "Cómo conseguir chicas". Y vaya si lo disfrutábamos día y noche, escuchando los vinilos hasta que se gastaban los surcos. Pero… un momentito: ¿cómo que "lo disfrutábamos"? ¿No se disfrutan los chocolates, el sexo, un buen baño? La música es algo abstracto, un invento humano quizá inspirado en la naturaleza, una anomalía de los sentidos. Sin embargo, para la mayoría de los humanos es algo que se puede gozar; de algún lado nos debe haber llegado esa capacidad. Sí, hablamos de evolución, y qué mejor que ponerlo en boca del gran Carlitos Darwin: "El humano primitivo probablemente usó su voz para producir cadencias musicales (…) y este poder puede haber sido utilizado en el cortejo de los sexos, puede haber expresado diversas emociones y podría haber servido como un desafío a los rivales. (…) la imitación de sonidos musicales puede haber dado lugar a las palabras para expresar emociones complejas".
Aun así, la pregunta sigue siendo por qué disfrutamos de la música, y por qué para algunos "buena" puede ser Mozart, Los Palmeras o Metallica. A eso se dedica el neurocientífico catalán Ernest Mas-Herrero, actualmente en la Universidad McGill de Canadá: a entender el gusto por la música. ¿Cómo se hace? Por ejemplo, hacer escuchar a la gente obras de su agrado y registrando qué partes del cerebro se encienden o apagan. Más allá de que hay interesantes diferencias entre los individuos, a la mayoría se le encienden circuitos que tienen que ver con la búsqueda de recompensas – sí, los mismos del chocolate, el sexo y todo lo demás (que ahora de verdad incluye al rock and roll) – con nombres tan poéticos como nucleus accumbens o estriado ventral. Ernest y sus secuaces hallaron distintos grupos de respuestas a la música: además de los "normales", tenemos individuos anhedónicos, que no pueden experimentar placer frente a la música –pese a poder identificarla y seguirla correctamente–, y hasta "hiperhedónicos", que sienten un disfrute exagerado. Lo mismo ocurría al preguntar cuanto "pagarían" para bajar una canción de internet: los anhedónicos no estaban muy interesados, y los hiperhedónicos se gastaban todos sus ahorros en tener el tema de sus sueños.
Los investigadores fueron un paso más allá. Conociendo las bases cerebrales de este placer musical, ¿se podrá aumentar o disminuir en pruebas de laboratorio? Resulta que el circuito de recompensa usa una sustancia llamada dopamina para comunicarse y… sí, aumentando o disminuyendo la dopamina pudieron subir o bajar el placer por la música. Hay más –y es truculento– estimulando esas mismas zonas con un imán potente (con la técnica llamada estimulación magnética transcranial) pudieron modular lo que la gente sentía frente a las obras musicales. Buena idea para el próximo concierto: estimular los cerebros de la audiencia para cambiar tomatazos por pétalos de rosas.
¿Y qué hay de los anhedónicos musicales? Escuchan lo más bien, y reconocen ritmos y melodías. Además, no parecen tener otros problemas emocionales, sino que lo suyo es específico frente a las notas, lo cual constituye un misterio: por qué el cerebro guarda caminos tan precisos para disfrutar de una melodía.
Así que ya saben: vayan y escuchen el segundo movimiento del concierto El emperador de Beethoven, o Kind of Blue, de Miles Davis o… (llénese con lo que corresponda). Digan aaaaahhhhhhh. Si no funciona, no se preocupen. Vayan y cómprense su helado favorito. De algo hay que vivir.
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