Por los buenos tiempos
AMIGAS MIAS Por Angela Pradelli-(Emecé)-231 páginas-($ 25)
Amigas mías , la novela con la que Angela Pradelli obtuvo el Premio Emecé 2002 por decisión de un jurado integrado por Isidoro Blaisten, Pablo De Santis y Angélica Gorodischer, encierra una apuesta atractiva: echar una mirada íntima y femenina sobre las vidas anónimas de cuatro amigas, a través de un relato seco y de estructura fragmentaria. Con capítulos cortos y episódicos trabajados como unidades narrativas independientes, la novela sigue a esas mujeres desde la infancia hasta la madurez de sus cuarenta años. La apuesta también está dada por la elección de un camino no demasiado transitado en la literatura argentina: narrar sin énfasis desde el hecho cotidiano y hasta banal, desde el suceso aparentemente trivial, en la presunción de que en los días sin memoria se esconden las claves y el misterio de una vida.
Inseparables en los días de colegio, estas cuatro amigas, ya adultas, se aferran a un rito impostergable: cada treinta de diciembre se reúnen para cenar. Sin maridos ni hijos, claro, y en lo posible dejando atrás las insatisfacciones que pueden cargar mujeres de clase media de suburbio que, como ellas, llevan una vida distinta de la que habían imaginado. Ema acertó en su matrimonio, pero mantiene cuentas pendientes con su padre, un militar autoritario y machista. Patricia pasa por los brazos de distintos amantes, se separa de su marido y padece los ataques verbales de su hija adolescente, con la que no se entiende. La solitaria Olga baña gente a domicilio para ganarse la vida y, fascinada por un carterista que conoce en el tren, termina ella misma entregada a prácticas semejantes. La cuarta amiga abre y cierra la novela en primera persona, pero poco -ni siquiera su nombre- sabremos de ella.
Toda apuesta implica riesgos, y esta novela, aunque lograda en muchas de sus páginas y capítulos, no sale del todo indemne de aquellos que asume su autora. La estrategia de lo fragmentario opera con felicidad cuando la obra resulta algo más que la suma de sus partes. Cuando, en aquellos hechos que el autor selecciona, se cuenta y se calla lo necesario para que el lector llene los vacíos y recomponga el todo perdido. En la primera parte de la novela, los capítulos aparecen replegados sobre sí mismos, cerrados y autosuficientes, y esto impide que se establezcan entre ellos las correspondencias necesarias para que la imaginación expanda los límites del relato y pueda vislumbrarse la totalidad a la que los fragmentos, como partes de una historia mayor, deberían remitir.
En esa primera parte no llega a imponerse, por detrás de los sucesos narrados, la fuerza de los personajes, que permanecen indiferenciados y sin aristas propias. Es difícil trazar una continuidad entre esas cuatro chicas que roban moras o gastan bromas pesadas a un compañero de juegos y esas mujeres que luego buscarán a tientas su lugar y un poco de calor. Hasta allí, entonces, la novela se sostiene mediante la sensibilidad con la que Pradelli resuelve algunos capítulos ("Moras", "El beso") y con una escritura medida y precisa que, sin embargo, respira mejor cuando escande las palabras sin apuro, en aquellos pasajes en que la autora desatiende la acción pura para incorporar al relato destellos de una áspera poesía, así como el matiz y la ambigüedad ("Fragmentos").
Promediando la novela, el relato se detiene en cada una de esas amigas a las que la vida ha llevado por distintos caminos. Y lo que no se logra del todo en la primera parte del libro, sí se alcanza en la segunda. Allí el perfil de cada uno de los personajes adquiere nitidez. Mediante escenas domésticas y cotidianas sabiamente elegidas, el lector accede a este puñado de vidas que, más allá de sus diferencias y particularidades, guardan un mismo denominador común: la necesidad de comunicación verdadera como antídoto contra la soledad y la sorda aspiración de alguna forma de plenitud que hasta allí les ha sido esquiva.
Con sutileza y precisión, sin golpes de efecto, el relato se tiñe de una tristeza que nunca es resignación y que surge casi del mero transcurrir de los días, de los aspectos más concretos y efímeros de la cotidianidad.
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