Poliamor en el arte: cómo convivir con la cámara y el pincel
Cuatro artistas que iniciaron sus carreras con la fotografía cuentan por qué se sienten cada vez más atraídos por la pintura
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Se sentaba en la esquina de la mesa, y observaba esa imagen durante horas. Romina Ressia tenía unos seis años y no sabía que la reproducción de Las Meninas colgada en la casa de su tía abuela distaba mucho de la obra original pintada por Diego Velázquez, uno de los principales tesoros del Museo del Prado. Pero eso no importaba. La misteriosa escena de la infanta Margarita rodeada de servidores resultaba más cautivante que cualquier dibujo animado.
Pasaron los años y los estudios en ciencias económicas. Hasta que la verdadera vocación pudo más, y la joven comenzó a formarse en fotografía, dirección artística y escenografía. Realizó muestras en otros países, y cosechó elogios el año pasado con los retratos exhibidos en BAphoto por la galería Del Infinito. La misma donde ahora sorprende con un regreso al origen: pinturas inspiradas en otras de grandes maestros del Barroco y el Renacimiento.
No es la única que cambió la cámara por el pincel. Otros dos fotógrafos consagrados, Santiago Porter y Marcos López, demuestran en sus exposiciones actuales estar cada vez más abiertos a un “poliamor” que creció en pandemia. Y desde un taller de La Boca, Lobo Velar envía a Milán obras que serán exhibidas en la galería Ipercubo, en las cuales el acrílico predomina sobre las imágenes que rescata de su extenso archivo.
“Trato de no guiarme por lo que se espera que haga, de no ponerme límites -dice Ressia a LA NACION, al aclarar que seguirá trabajando con ambas disciplinas-. La fotografía aporta la posibilidad de la inmediatez y de lograr resultados que no dependen solo de mí. Pero estoy más controlada, atenta a la pulcritud. La pintura me da más libertad, es un acto más performático, no me importa el resultado sino el proceso. Trato de que sea una mancha que sugiera la pintura original, de intervenir la memoria para poder volver a transportarme a ese momento, como cuando reconocés un perfume”.
Esa sensación de libertad sedujo también a Porter en 2011, cuando la artista Josefina Carón le ofreció sus óleos tras preguntarle: “¿Querés pintar?” Compartían entonces el Programa de Artistas en la Universidad Torcuato Di Tella, al que él había ingresado decidido a abandonar la cámara durante un año. Llegó allí a los 40 años, ya consagrado en la fotografía artística, después de una intensa carrera como reportero gráfico.
“Lo que hice fue horrible, una catástrofe, tenía que aprender. No sé si voy a dejar la fotografía de lado, pero me di cuenta de que había algo que estaba bueno y que necesitaba ser explorado”, dice ahora, semanas antes de recibir un Diploma al Mérito por la Fundación Konex por su trabajo como fotógrafo, y sentado ante las pinturas que acaba de presentar por primera vez al público en la galería Rolf Art. Lo animó a hacerlo Joaquín Boz, otro de sus compañeros en el programa de la Di Tella y curador de la muestra.
“Me siento como si estuviera frente a algo ajeno, pero que me encanta –señala-. Me formé en el taller de Lula Mari, y parecía Karate Kid lustrando muebles. Durante una década, no tuve la certeza de que en la pintura había una obra posible. Cuando nos quedamos encerrados durante la pandemia, empecé a pintar en forma cotidiana y metódica. Mientras que con la fotografía nunca pude eludir lo que representa, con la pintura eso es incierto: apenas sé dónde comenzar, y mucho menos dónde va a terminar. Para mí, pintar es una deriva. Ahora estoy haciendo un taller de escritura con Mercedes Halfon y, quién te dice, quizás dentro de diez años me libero de la imagen”.
A López, durante la cuarentena, la pintura lo salvó de la depresión. “Logró sacarme de ese estado. Me iba a dormir deseando despertarme para ver cómo se veía lo que había pintado a la noche con la luz del sol de la mañana, y seguir pintando. Del entusiasmo, me olvidaba de desayunar”, asegura el célebre referente del pop latino, semanas después de haber inaugurado en el Centro Cultural Borges Clásico y Moderno con la declaración contundente de que su gran deseo es “ser pintor”. La muestra, que pronto se convertirá en libro, se compone de fotografías antiguas intervenidas con colores y formas que reflejan su característico humor.
“Siento que ya fotografié demasiado, y que los temas que me interesan ya los transité, los volví a revisionar y a fotografiar varias veces; se me fue un poco el entusiasmo”, confiesa, satisfecho tras haber terminado la primera obra con la que asegura sentirse “conforme”: un óleo que representa un baño con vista a la Bahía de Guanabara, en Río de Janeiro.
“Con la pintura logro algo muy importante, que es ponerme feliz cuando estoy en acción -agrega-. El cuerpo es el que manda. Uno no piensa, o piensa algo y la mano hace otra cosa... Es un estado casi de trance, de meditación dinámica permanente. La ciudad me resulta intransitable, me agobia, y encuentro un refugio en la pintura. Tengo la suerte de haberme ganado el gran premio de Fotografía del Salón Nacional, que me da un dinero mensual para vivir, y entonces me puedo dedicar a pintar sin culpa”.
Tampoco se percibe culpa en las palabras de Velar cuando se refiere a sus pasiones paralelas. “No cierro la puerta a la fotografía, es un amor que siempre está ahí. Pero con el traspaso de lo analógico a lo digital el tema perdió mucho romanticismo, e imprimir es cada vez más caro -aclara con el pragmatismo de quien trabajó creando imágenes para moda y publicidad, y en la última década se abocó a crear collages-. Pintar es más lúdico, disfruto el proceso mucho más, me siento más libre. No estoy anclado en una imagen prefijada, es una aventura”.
Para agendar:
- Cultivar flores de Romina Ressia en Del Infinito (Av. Presidente Quintana 325, PB), hasta el 26 de agosto
- Donde nunca haya estado de Santiago Porter en Rolf Art (Esmeralda 1353), hasta el 24 de septiembre
- Marcos López: Clásico y Moderno en el Centro Cultural Borges Viamonte 525), hasta el 2 de octubre
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