La presencia en una criptoferia de una escultura del artista fallecido en 2014, que se inspiró en el pintor flamenco para una de sus obras, confirma una vez más su espíritu contemporáneo
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Hacía frío en la plaza esa noche. Aunque los tres temblaban, el calor del debate los mantuvo encendidos hasta las dos de la mañana. Rogelio Polesello había trabajado durante un mes como cadete en una agencia de publicidad para comprar aquel libro de Paul Klee, sobre el que debatía ahora con Luis Wells y Roberto Duarte. La obra del pintor alemán no solo inspiraría sus primeros trabajos artísticos, sino que marcaría un prolífico camino hacia una polifacética y meteórica carrera internacional.
No hacía tanto que “Pole” había conocido a Wells en la puerta de la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, cuando fueron a inscribirse acompañados por sus madres. Egresaron de la Pueyrredón en 1958, año en que se inauguró la famosa muestra de Victor Vasarely que dejaría su marca en muchos artistas argentinos. Entre ellos, Julio Le Parc.
Se iniciaba entonces un ascenso vertiginoso para Polesello, “niño mimado” por la crítica desde sus comienzos, que se convertiría en uno de los principales referentes latinoamericanos del arte óptico. Su curiosidad por las múltiples posibilidades de la mirada, sin embargo, se había despertado mucho antes, mientras miraba a través de los anillos de su madre o de los bloques de hielo que vendía de chico en Villa Urquiza.
Esos primeros juegos con la percepción lo llevarían décadas más tarde a crear su marca registrada: los acrílicos tallados y pulidos que conquistaron las principales ferias y bienales, además de protagonizar importantes exposiciones como la de 1969 en el Instituto Di Tella.
“Quisiera que en esta muestra se abrieran nuevos ojos para todo el mundo –decía en una entrevista sobre aquella antológica, cuando tenía apenas treinta años y ya posaba para las revistas de moda como una estrella de Hollywood-. Esos nuevos ojos que yo realizo con mis lentes y mis objetos y que permiten que el espectador penetre en el objeto expuesto. La obra de arte ya no es algo para colgar o para mirar: es algo para vivir”.
La idea del arte como experiencia iría ganando terreno hasta su muerte, 45 años después. Y se confirmaría una vez más en Polesello joven, exposición del Malba que incluyó en 2015 su cita al espejo que había usado casi seis siglos antes Jan Van Eyck para autorretratarse en El matrimonio Arnolfini. En ambos casos, recursos similares proponían otras formas de concebir la realidad. Y lo siguen haciendo hoy, cuando una pieza de Polesello se acaba de ofrecer en una feria virtual por el equivalente a 29.000 dólares en criptomonedas.
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