Poéticas femeninas
MIA Por Ana Arzoumanian-(Alción)-84 páginas-($ 14) LA MUJER DE AL LADO Por Liliana García Carril-(bajo la luna)-84 páginas-($14)
Mía, de Ana Arzoumanian (1962), puede leerse como un poema dramático en prosa, un relato de cámara a dos voces o bien como la narración de una devastación. En cualquier caso, los monólogos que componen el libro -dos a cargo de una madre; otros dos en la voz del hijo- interpretan la intemperancia de un diálogo que se vuelve imposible a fuerza de expresar, su propia ruina. De allí que el uso del posesivo sea un campo de disputa. Es decir, la enunciación de ese "mía" tanto vale para la madre, que reclama para sí el cuerpo que le pertenece (yo soy mía) y que aparece amenazado por el orden familiar, como para el hijo, que hace de la misma enunciación una certeza, una llamada, un ruego. Si en el imaginario colectivo el sitio de la madre es el de la ofrenda, el texto cuestiona radicalmente ese lugar hasta negarlo, y hace del vínculo primario un territorio de desposeídos.
En tanto que explora las posibilidades de la acción dramática a través de la voz, la escritura de Arzoumanian construye un pequeño teatro de la crueldad, donde se representan escenas breves, escorzos de una doble vida dañada. Pero lo hace sin atender a la lógica narrativa, antes sigue el impulso de la imagen (de la palabra) que se basta a sí misma: "Tu sed. Tan tragón que quisieras roer, chupar hasta secar las mangas vacías de mi saco de lana", anota cuando es el alimento lo que la madre niega al niño.
Mía consuma una escritura extasiada, donde lo amoroso le abre paso a una erótica perturbadora, como si las palabras naturales que debieran salir del campo materno fueran reemplazadas por una lengua que bebió en las fuentes del surrealismo en versión Artaud o en la imaginería de la obra de Bataille. En una época saturada por la idea de los cuerpos, Arzoumanian recurre más de una vez a la imagen de la Virgen, sin ironía, sin befa. En ese reconocimiento parece señalar que la historia sagrada todavía tiene algo para decirnos, como si adhiriera a aquello que Apollinaire escribió hace ya muchos años: "sólo la religión sigue siendo completamente actual".
LA MUJER DE AL
Como la sombra, que va allí donde uno vaya, la "mujer de al lado" que se anuncia en el título del libro es algo más que las diversas figuras femeninas elegidas por la autora para confrontar?y confirmar?su propia voz. Esa otra mujer conjura además la ilusión cartesiana del yo. Si en la primera parte, "Estados de la materia", esa mujer es la madre, de quien podría decirse que constituye la primera sombra, en la segunda, "Apuntes del natural", ese sitio pasan a ocuparlo, ya la nadadora "joven y ligera", ya la "vecina loca". En ambos casos se trata de hacer legible el camino que lleva a cada mujer a ser "su propia madre", según reza el epígrafe de Anne Sexton elegido por Liliana García Carril. Se trata de poner negro sobre blanco, es decir, hacer de un negativo un objeto revelado.
Los poemas breves de "Estados de la materia" nos hablan no de aprendizajes sino de pasajes. En versos despojados, construidos a partir de un registro razonado de la experiencia poética, García Carril expone un tránsito. Los cuidados de la madre enferma, la inminencia de su muerte, se mezclan con la reflexión sobre la experiencia del vínculo, las razones de estado del ser madre e hija. Lezama Lima se pregunta en un poema: "¿De dónde huimos, si no es de nuestras madres de/ quien huimos..?", y García Carril parece querer responder a esa pregunta dando cuenta de un tránsito que no cesa, de un movimiento continuo. De allí que en el final se diga: "Escapé abriéndome paso/ por el corredor extenuado/ de las piernas a un mundo/ lleno de madres ya ocupadas,/ ya adoptivas, ya adoptadas./ Lleno de huérfanas, el mundo".
En la segunda parte, su voz se apropia de las cosas de este mundo, que también es la casa. Tanto vale nombrar la pereza de las gatas, las noches de insomnio, o una caravana de hormigas. Estos "Apuntes del natural" exponen una mirada calma, no exenta de ironía, sobre lo cotidiano; concilian el anhelo de una dicha sencilla con la serena certeza de que el curso de las cosas no irá a cambiar.