Poemas para respirar en tiempos de crisis
Parece que el río tuvo bastante que ver. Instalados por unos días en una casa del Tigre, los escritores Eduardo Mileo y Gabriela Franco avanzaban en la edición de la poesía completa de Irene Gruss. Lecturas en voz alta, voces que resuenan, rumor, movimiento y presencia del agua allá nomás, envolviendo y acompañando todo: mientras trabajaba en las palabras de Gruss, a Gabriela algo le fue pasando con el propio lenguaje. Otras palabras –las propias, que siempre son un poco de uno y otro poco de otros– fueron asomando, pujando, siguiendo un flujo muy parecido al del agua. Y ella decidió darles cauce. Escuchar “eso que suena cuando hablamos; dejarlo cantar”.
Lo que empezó en Tigre siguió un tiempito más y terminó plasmado en un libro, Por las ramas (Ediciones En Danza), ganador del Primer Premio Nacional de Poesía Alfonsina Storni el año pasado. “Cantar para sí/porque sí/, la voz baja,/el pudor de no decir/nada”, dice allí Franco. Y dice también: “Aunque no se crea,/se trata de creer, no/ de sufrir, que cansa/ como chupar clavos”.
"Ella defiende los territorios de la escritura creativa, la apuesta por una palabra que sea de todos, que se abra a lo múltiple y ponga su cuota de sabor, color y texturas a un mundo que amenaza volverse aterradoramente plano"
Cuando leí Por las ramas, sentí que había allí algo bueno, luminoso y amable; algo –el pulso secreto de la voz– que invita a dejarse llevar, el eco de ese momento glorioso: flotar y dejarse acunar por el vaivén universal del agua.
“Es un libro sobre el lenguaje”, me cuenta ahora Gabriela, cafecito porteño mediante. “Es un libro gozoso, también. Me divertí mientras lo escribía”. Y allí está el título, que alude al gusto por el desvío, los meandros–el caudal lúdico de todo lenguaje–, pero que también deja resonar la fórmula del brindis. Irse por las ramas. Celebrarlas.
Gabriela Franco empezó a escribir de chica, a los 17 ó 18 años. La poesía siempre fue su territorio y Diana Bellesi, en cuyos talleres participó, uno de sus grandes faros.
Puaner de los pies a la cabeza, estudió Letras, da clases en la facultad y coordina el proyecto Por el camino de Puan, revista en formato libro (en http://letras.filo.uba.ar/el-camino-de-puan puede accederse a la versión digital), realizada mayoritariamente por estudiantes, cuyo núcleo es la publicación de obras escritas por quienes cursan la carrera de Letras.
Para Gabriela, que adora el universo “rico, estimulante, variado” de esa casa de estudios (universo que por estos días brilla en las imágenes de la película Puan), el proyecto que coordina es algo así como una “causa personal”. Ella defiende los territorios de la escritura creativa, la apuesta por una palabra que sea de todos, que se abra a lo múltiple y ponga su cuota de sabor, color y texturas a un mundo que amenaza volverse aterradoramente plano.
“La cultura es un refugio para momentos de crisis”, dice con la suavidad que da la certeza. “Te salva”, agrega, y sostiene la necesidad de que se multipliquen los espacios donde “la palabra tenga otro peso, otro despliegue; donde no haya un pensamiento único”. En Por las ramas hay mucho de esa búsqueda.
Primero porque surgió así y luego a conciencia, la autora esquivó la primera persona. Los poemas se van desplegando dentro de la forma de un diálogo entre voces impersonales; es un caudal de sentido que dice, expresa, contrapone, responde, fluye –nunca hay un punto–; emula el flujo inevitablemente misterioso del lenguaje, siempre impredecible, interminable, de origen y destino difíciles de precisar.
“¿Es mucho/ pedir? ¿Extraer/ del agua la niebla,/ de la palabra la noche?”: en Por las ramas hay múltiples citas, porque en el proceso de creación, cuando los poemas aparecían, lo hacían entreverados con infinidad de voces, y la autora no quiso dejarlas afuera. “Estoy en las antípodas de esa idea del hacerse solos”, explica. Por eso, la forma de lo dialógico es casi un manifiesto.
“La poesía es una casa amplia”, describe, y sus poemas la habitan con gusto, nacidos de una respiración atenta, nutridos del vaivén que nos enlaza unos con otros.
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