Poemas inéditos
Canción del vigilámbulo
I
el "soñé que..."
el "soñé que..."
y no se trata de un simple eco,
ni de repetir las últimas palabras
que de una frase suenan
sino del eco sin palabras, sin cosas del lenguaje;
el eco
que golpea sin ondas: ínfimo,
cotidiano, prodigioso.
II
en este círculo me encierra,
en este otro me libera,
en este círculo me encierra,
no quiere que la muerte cercana se apodere
de estas bandas de tiza,
y aquí en el sueño están sus palabras
aunque no las reconozca;
aquí aunque no sepa qué dicen,
aquí aunque se posen sobre la función
de un sinsentido equivocado;
pero eso tampoco existe
aquí aunque ya no sea la infancia sino
su límite impreciso
en la lluvia, ahora, en esa borradura lejana,
el arco iris, en esa banda gris plomo
contra el amarillo vibrante del campo.
Y ella sentadita sigue dibujando rayas, rayas, círculos,
como si marcara el tiempo de su alegría en mí,
de su abandono en mí, de su presencia en
cada movimiento de su mano
pequeñísima en mí,
para alzar con su grafía la letra que alza hoy
esta ínfima edad para su vocecita milenaria,
los anillos de un destino del "ya no sé quién soy",
"en breve ya no sabré
sino apenas lo que miro",
III
más de lo que les hablo sin saber lo que digo
y otra vez amanece,
otra vez quiero escribir dentro de la fuerza de un círculo
que un lápiz trémulo dibuja en su retirada,
y otra vez la luz imperturbable del alba,
que ya no tiene ruiseñores ni alondras sino el resto
del deseo en un olvido de palabras,
de nombres incluso,
los más cercanos al horizonte de esperanza
para que la acción no sea el arte ni la vida,
ni la vida del arte,
ni una ni otro como membranas del mundo,
Duramadre, Píamadre y Aracnoides entre las Parcas
protectoras, que vuelven con este día, con
este dolor infuso en la claridad
como custodias de mi muerte y
son el vigilámbulo que cabecea,
el vigilámbulo que cabecea.
¿Otra vez dioses impares?
I
Había escrito aquella vez para mi hijo y para mí:
"Fermín (14) y yo (41)
varones de la casa este verano".
y hoy vuelvo a preguntar: ¿quiénes somos?
¿De dónde vinimos?
¿...creímos que todas las cosas del universo eran,
inevitablemente, padres o hijos?
(...)
y esos hijos ahora
imagino que sueñan y no sueño;
que hablo
y no hablás.
Son hilillos de luz,
inciertas discusiones.
Y una pasión cuya dimensión sobresalta
la humilde extrañeza de pertenecer
a otro universo de costumbre:
cada uno atiende de su gen
el fuego altanero, la luz de un faro que enciende
el demorado atardecer. El gesto imperceptible
como el recuerdo antes de recordar
cada giro, cada racha de luz
tan frío bajo los pies en las dunas
y tan visible ahora para entretener
la culpa cierta de un don
que nos empuja como la noche, roza
los utensilios, el fuego
y los gestos que ahora del lenguaje
fueron levemente borrados.
El ritmo de nuestra vida
no se parece al olvido;
sin embargo, cuánta terquedad
de la memoria intangible,
de cuántos modos, en cuántas
cantidades de silencio.
Cada interrogación es ahora
la luz fugitiva de toda respuesta.
Los dos, padre e hijo, padre y fauno
nos regocijamos aún
con las apariencias ordinarias.
II
Padres ahora dos,
y atraídos los números por leyes no conocidas
de un parentesco o irreductible ilusión
de lenta identidad: -dos que caben felices
en la canasta o fisco de un ignoto abuelo.
Hombres que apenas saben
cuánto al fin el dolor los delata,
la culpa y la belleza despiertan
en formas nuevas llamadas destino. ¿Y si no fuera
destino sino piedad. Tan sólo esa
piedad antiquísima llamada presencia?
...mientras niños que no conocen ni advierten
los nombres y las voces inauditas
de otra memoria guardan sigilo.
...creyeron que un paraíso saciaría
toda la voluptuosidad infinita
cercana al amor.
III
¿Pero qué hubo entonces
sino el miedo laborioso a la rutina, la mirada
en la tenuidad de los detalles,
"vestigios" desconocidos,
imprevistos,
en cada exclamación involuntaria?
¿acaso bastaron ese oh, ah, ja ja ja... en la pantallita
de un mensaje de texto?
y alguien que respondía aún desde la sombra
siendo nosotros mismos que no
debíamos responder.
Alguien que no deseó interrumpir
nuestro llamado confuso: ¿la especie?,
¿la humanidad?,
¿la lejanía de cada mundo?
Invierno indiferente
I
Habrá cuatro estaciones
para el oído insepultable del fauno:
tiempos visitantes que no conocemos
pero sirven para rumiar
la soledad de cada cosa. Y para
preguntar: ¿quiénes serán?, ¿cómo se llamarán?,
¿hijos?
¿por qué confiamos en sus murmullos
tenues?
¿Por qué en esta nieve que no limita sus cristales
se liquidan de nuevo uno a uno los códigos,
las huellas ínfimas,
los vestigios fractales
y el deseo se envuelve en el ovillo de los rastros
de un cuerpo que ahora reclama
el potlatch de su juventud,
el vacío de su inocencia?
II
la pantallita no dice beso dice bso -y yo creo
mirando, leyendo esa chispa de beso, la ausencia,
la furia de instantánea adecuación: soy yo el que recibe
el beso -pero falta la e, pero tiene
ese brío de amable incertidumbre,
tiene lo que buscamos... y
unos pocos trazos frenéticos brillan como téselas,
como signinos, como signos.
Ascuas de la pequeña alegría de lo obvio
que nos reconoce y se concentra.
Todo lo demás parece realidad.
Comprar los muebles y juguetes de una recienvenida al
mundo: un cochecito nuevo, un "huevito" confortable donde
ella duerma,
¿realidad?
acunar, cambiar, adormecer
la realidad
Hasta que la demora real, otras veces,
en una maravilla del silencio,
no se pueda precisar sino cantando,
y a medida que aparece como un pez soluble
quiere involuntariamente
dejarse mostrar
y con la figura hecha
de nubes que se adelantan
dejarse oír
dejarse avasallar
dejarse transformar
involuntariamente
como dejarse besar y en la mitad
compartir su impaciencia, su energía arrogante
con sombras pequeñas desconocidas
que pactan en un cercano remolino de arena.
III
Son niños que desde lejos nos encandilan y embaucan
en el aullante mediodía.
Son íncubos de la secreta memoria que somos
exhumando un tedio caligráfico.
...en la mesura de mirar la mañana feliz
donde la tinta se termina y
vamos hacia la elocuente fontana
de una dicha antigua que se cuida
de la Verdad,
que alimenta con su asedio
el hastío de la verdad.
Allí el deseo acude
a compartir con sus derroches
los trémolos nocturnos, los llantos secretos,
los felices contagios,
las líneas de un dibujo salpicado de luz:
los pies pequeños,
las manitas rosadas;
el vestigio en los ojos
del paso de unos duendes contra los timbales
de unas locas cigarras.
y es el erial de lo real: con
los repollos, las rosas, las cigüeñas
de París. Las niñas.
Y lo que es peor: confirmar que "crecen"
aún cuando nos avecinábamos
a la pasión del no discernimiento.