Poemas estremecedores
CARTAS DE CUMPLEAÑOS Por Ted Hughes (Barcelona, Lumen) 458 páginas($ 19,90)
ES imposible soslayar, en estos estremecedores poemas de Cartas de cumpleaños de Ted Hughes, la huella de Sylvia Plath, su primera mujer y poeta decisiva para la lengua inglesa del siglo veinte, quien decidió suicidarse en 1963, tiempo después de haber sido abandonada por Hughes. Antes que nada, porque todos los poemas de este libro -salvo dos de ellos, dirigidos a uno de sus hijos y a Otto Plath, padre de Sylvia- están escritos en segunda persona, en forma de "cartas" cuya destinataria es inequívocamente Plath. También porque no obedecen a un arrebato tardío y fugaz sino a una necesidad sostenida: fueron escritos a través de un cuarto de siglo, desde 1973. Además, porque muchos de ellos aluden, citan o comentan la obra poética y los diarios de Plath, textos que, en su mayor parte, fueron publicados póstumamente por el propio Hughes. Finalmente, porque la interpelación a esa mujer que pasó por su vida como un rayo iluminador pero también fulmíneo es tan inmediata y actual como la de quien se dirige a alguien que está vivo; más aún: la interpelación de Hughes parece dirigirse a Plath como si estuviera viva pero sin olvidar que no lo está.
Que la presencia de Sylvia Plath sea insoslayable no supone que la lectura de este libro deba apelar a los protocolos de la autobiografía ni que se lo deba juzgar por una inaprehensible relación con la verdad de ciertos hechos. Y, así como resultaría frívola e impracticable la ablación de aquella presencia, sería también un error reducir estos bellos y casi siempre desgarrados poemas a una confesión de parte destinada a ciertos tribunales académicos en los cuales, desde el suicidio de Plath, el ciudadano Hughes no deja de ser juzgado. Atravesados por una presencia -que es, más bien, la presencia de una ausencia-, ensombrecidos por el dolor, la perplejidad y, a veces, el remordimiento, los poemas mismos no dejan dudas al respecto. Pero esa certeza no debe hacer olvidar otra de perogrullo: Hughes no escribió sus memorias sino ochenta y ocho poemas. Y nunca nada se desmadra en ellos en beneficio de la anécdota porque, tan importante como la evocación de los hechos, es aquí la medida exacta del verso, la precisión en el uso de las palabras, la curiosa y personal enciclopedia de Hughes donde conviven en original tensión la cita en latín y el argot callejero, la metáfora lujosa y la comparación pedestre.
Hughes no escatima información para eventual uso del chismógrafo pero tampoco intenta nada parecido a una autojustificación. Lo que despliegan estos poemas es más bien un álbum de fotografías que son, al mismo tiempo, la cartografía de un viaje: en ellas, no caben la moral ni la causalidad lineal sino la verificación de un conjunto de presencias, lugares, detalles e incidentes. El movimiento trágico de los amantes no está allí congelado, pero la visión fatalista de Hughes -las criaturas humanas sometidas, como los animales, a leyes cósmicas y pulsiones que las exceden- le permite evocar su historia de amor y de muerte desde una perspectiva de eternidad desprovista de moralejas. Por eso, más que una avidez de revistas del corazón, cabe admirar su áspera y seca belleza, su dolor en sordina convertido en ritmos cortados y su tono antilírico, que elude tanto la autocompasión como la exaltación elegíaca de la mujer amada.
La traducción de Luis Antonio de Villena no siempre ayuda a percibir estos matices: muchas de sus elecciones léxicas disuenan ostensiblemente ("zangolotineaba" por jigged es sólo un ejemplo) y a veces tergiversa el sentido del original en busca de una sonoridad del verso en español que no obstante no logra evocar ni trasmutar la del verso de Hughes. La cortesía de los editores españoles resarcirá, no obstante, a quienes sepan inglés, ya que la edición es bilingüe.
Ted Hughes nació en Yorkshire en 1930 y falleció en Londres en 1998. Se dio a conocer con el libro de poemas The Hawk in the Rain (1957), al que siguieron muchos otros de poesía y de prosa, casi todos inéditos en español. En 1984 fue nombrado poeta laureado, la máxima distinción para un autor británico. Cartas de cumpleaños justifica por sí solo tal reconocimiento.