Pintores viajeros, un oficio de aventureros hoy como en el siglo XIX
Con casi doscientos años de distancia, Adolf Methfessel y Guido Franco Ferrari coinciden en retratar maravillas naturales de la Argentina; el joven barilochense cruzó los Alpes en bicicleta con sus cuadros, sube montañas para inmortalizar el paisaje y pinta como antaño
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Los paisajes del suizo Adolf Methfessel (1836-1909), que se pueden ver en el Museo Larreta, muestran una Argentina virgen, natural, deslumbrante y frondosa. En expedición científica, los pintores viajeros del Siglo XIX desplegaban sus atriles y pintaban au plein air las grandes maravillas de la tierra por descubrir. Este viejo oficio no ha muerto: el pintor Guido Franco Ferrari hace lo propio con las postales del sur del país que son su patio trasero, y lo muestra en el Espacio de Arte del Banco Ciudad. Es posible encontrar entre las dos muestras más similitudes que diferencias.
Methfessel, en 1864, se asoció con científicos europeos convocados por Sarmiento para la tarea de ilustrador científico. Contribuyó con el naturista Hermann Burmeister en el Atlas de la Description Physique de la République Argentine y en otros trabajos como mapas, croquis, dibujos y acuarelas, contratado por el Perito Francisco Moreno. Realiza con preciosismo, por ejemplo, un óleo en el que un par de garzas blancas se posan sobre una rama en el Alto Paraná. También acompañó al ejército argentino durante la guerra con Paraguay (1865-1870), registrando en dibujos y bocetos los lugares por donde avanzaban los aliados.
La pincelada es más rápida y hay más materia en los perfiles de picos cordilleranos que pinta hoy Ferrari con el “ciervito”, su atril de campaña que parece prestado por Methfessel. Igual que su antiguo colega, realiza ascensos de varias horas a pie y en soledad. Nacido en Bariloche en 1994, se formó en Buenos Aires y recorrió Europa en bicicleta durante un año, de exposición en exposición. Después se radicó en Villa La Angostura. A diferencia de aquel aventurero, Ferrari pinta lo que conoce y ama. Para hacer su obra más grande, de 18 metros de largo, armó una tarima techada en su jardín con vistas a la Cordillera. La hizo entre el final del verano y el comienzo del otoño, en seis tramos de tres metros. “Es chiquita para lo que es la Cordillera. La montaña vale oro para mí. La pintura es ínfima, pero traté de retratarla de corazón”, cuenta.
Ahora disfruta los colores del otoño mezclados con la nieve. Todo muy romántico, hasta que en una salida a la montaña de varios días lo sorprende una nevada... sin carpa. “Caminar mucho con el equipo de pintura puede ser tedioso, pero yo lo amo. Una vez subimos con un amigo pintor a pintar durante diez noches a Cajón Negro. Había que llevar comida, el campamento, lo necesario para pintar... dos caballos nos ayudaron con la carga”, recuerda.
Aunque siempre pintó, decidió estudiar Diseño porque empezó trabajar de eso antes de terminar el colegio. No lo apasionaba, así que se pasó a Animación. Trabajaba en videojuegos: tampoco eran su pasión. Llegaba a su casa, en Buenos Aires, y se ponía a pintar. Decidió dejar todo y volver al sur. A las dos semanas, a raíz de las obras que subía a su blog, lo llamaron para exponer en Estados Unidos. Pintó sus siete primeros óleos y los llevó a Manhattan. Las puertas se le abrieron enseguida en el país y ya no tuvo respiro: “Hubo altibajos, pero cuando es lo que te apasiona, no te lo cuestionás”.
Ferrari tiene talento, una pintura honesta, potente, y además una buena estrella. También es un aventurero. Arrancó con una muestra en Islandia en 2018 y le siguieron siete exposiciones en diferentes países. “Crucé los Alpes en bicicleta dos veces, con los cuadros y lo necesario para campamento. Pinté en todos los lugares que visité”, cuenta. Es discípulo de Georg Miciú, gran pintor patagónico, nacido en Bludenz, Austria. El chico se crio en un hotel en Bahía Manzano donde había una obra suya que siempre admiró. De grande, lo buscó para pedirle que le enseñara a pintar. “Somos casi familia. Tenía varios meses hasta mi siguiente muestra en París, así que fui a pintarle algo a mi mentor en su ciudad natal. Ya había pasado por Islandia, Noruega, Suecia, Dinamarca, Alemania, República Checa... todo en bici. Entonces crucé Austria, que es largo como Neuquén, pero me llevó un mes. Me agarró una tormenta llegando a los Alpes. Estuve días durmiendo debajo de un tinglado y me crucé con linces”.
Cuando llegó a Bludenz, un bosque alpino, iba a retratar una casita cuando su ocupante lo invitó a tomar un café. Se comunicaron por señas hasta que se les ocurrió usar el traductor de Google. Lo invitó a quedarse esa noche. Al día siguiente, le dio las llaves y le ofreció alojarlo las tres semanas que estaría de viaje. “Después de lluvias eternas, ¡tenía agua caliente! Una casa muy grande”, dice. Hoy lleva veinte muestras en el Viejo Continente, porque lo siguen requiriendo allá, y sus próximos destinos son a orillas del Danubio y en Eslovaquia. “Estoy muy agradecido”.
Su hogar está en el sur, donde tiene taller y galería. Sale a pintar sus paisajes con pinceles, espátulas, trapos y manos. La muestra del Banco Ciudad, Mahuida, incluye 46 óleos y acuarelas, esculturas en metal de Emanuel Céliz, esculturas caladas en papel de Martina Sosa y tejidos de Bordellita. “Dono un porcentaje de mi muestra a Parques Nacionales –explica el artista–. Los estoy recorriendo y pintando. Ya estuve en las Cataratas del Iguazú, en San Luis, en todos los del sur, algunos en Buenos Aires. Yo nací en el Nahuel Huapi. Tengo mucha pasión por esta tierra”.
Para agendar
Adolf Methfessel: El pintor científico, en el Museo Larreta, Av. Juramento 2291. Lunes, miércoles, jueves y viernes, de 11 a 19. Sábados, domingos y feriados, hasta las 20. Martes cerrado. Entrada, general $500. Extranjeros no residentes $3000. Miércoles gratis.
Guido Ferrari. Mahuida: Pintura de Los Andes, Espacio de Arte del Banco Ciudad, Florida 302. De lunes a viernes, de 10 a 15, con entrada libre y gratuita. La exposición cierra el 28 de junio y ese día el artista estará pintando en vivo.
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