Pilas de rollos abandonados: el arte perdido del negativo fotográfico
El último renacimiento de las cámaras analógicas trajo un drástico cambio: la gente deja sus rollos físicos para revelar en laboratorios que les envían las fotos digitalmente, y ya no vuelven a buscar las películas; el espacio de almacenamiento desborda, pero ese no es el único problema: detrás están los derechos de propiedad de la imagen
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Silvio Cohen lo ha hecho durante años. Remojar, aclarar, remojar, secar, repetir. Treinta y cinco milímetros, formato medio, cámaras antiguas, película nueva. Trabajo analógico en una era digital. “Cuando les digo a mis amigos que seguimos revelando, se ríen”, dice Cohen. “Es una sensación diferente. El acabado es diferente”.
Cohen trabaja en 42nd Street Photo, una de las pocas tiendas de Nueva York que todavía revelan películas. Llevan un siglo haciendo eso, siguiendo los altibajos del medio, desde la primera caída en picada de la película en la década de 2000, pasando por su regreso a principios de 2010, hasta su redescubrimiento por otra nueva generación de fotógrafos en la década de 2020.
Pero en este último renacimiento —durante la era de la covid— Cohen se ha dado cuenta de que se ha perdido uno de los componentes más preciados del oficio. “No recogen sus negativos”, dice de sus clientes, calculando que quizá un 10 por ciento de ellos vuelve por los rollos. Detrás de él, un colega le corrige: “El 5 por ciento”. Otro agrega riéndose: “Cero por ciento”.
En todo el mundo, los laboratorios comerciales de revelado de películas describen problemas similares: pilas de sobres olvidados, espacio de almacenamiento limitado e impulsos contrapuestos (se debaten entre ordenar el desorden o preservar las almas creativas de los fotógrafos olvidadizos). Al fin y al cabo, son las tiras de película, y no las copias, las que legalmente constituyen la obra original del artista.
“La cuestión jurídica más importante es la diferencia entre la propiedad de los negativos y la propiedad de los derechos de autor”, afirma David Deal, antiguo fotógrafo profesional que ahora ejerce como abogado especializado en derechos de autor. “Cuando esas dos cosas se separan, entonces se desata el infierno”.
En pocas palabras: quien tiene los negativos tiene el mecanismo para reproducir la obra, pero no tiene los derechos de autor para hacerlo; el artista sin negativos tiene el derecho, pero no los medios.
Es un concepto que ha sido maltratado en la era de las cámaras digitales y que fue dado por muerto con la llegada de los iPhone. Dinosaurios de la fotografía, los negativos son las imágenes originales que se graban en fotogramas cuando la película cargada en una cámara analógica se expone a la luz. Solían ser el principal producto que se entregaba al procesar un rollo de película.
En la era digital, la mayoría de las tiendas donde se revelan las películas escanean los negativos en un ordenador y envían las fotografías por correo electrónico a sus clientes. “Antes no se olvidaban los negativos, porque la gente tenía que recoger la copia digital”, explica Richard Damery, revelador que lleva 15 años trabajando en Aperture Printing, en Londres. “Ahora pueden tenerlo todo cuando se lo envían. Se olvidan de los negativos”.
Para algunos puede resultar difícil imaginar (o recordar) una época en la que una fotografía implicaba más pasos que la gratificación instantánea de mirar una pantalla.
Eso es especialmente cierto para gran parte de la Generación Z, la fuerza impulsora del resurgimiento contemporáneo del uso de película. La industria se ha disparado en los años transcurridos desde la pandemia, y no solo con marcas de lujo como Leica; las clásicas Fujifilm desechables también han vuelto. Para muchos jóvenes fotógrafos, la expectación y la demora en la recompensa de la película son un bálsamo de bienvenida a la exposición 24/7 de aplicaciones como Instagram.
No se trata tanto de un regreso sorpresivo sino, más bien, de un nuevo auge en un medio que se ha negado obstinadamente a adentrarse en la noche digital. Menos de una década después de que las cámaras digitales se adueñaran del mercado en 2004, la revista New York predijo un “renacimiento analógico” en 2011. Time anunció un “regreso” de la película en 2017. En 2022, Axios señalaba que los precios de la película se disparaban (el fenómeno se debía al aumento de la demanda y a la escasez de suministros durante la pandemia).
Desbordados: tenemos una habitación llena de negativos
Neal Kumar, el propietario de Bleeker Digital Solutions, en el vecindario neoyorquino de NoLIta, instituyó una nueva política hace unos 18 meses en las que les pide a sus clientes que digan si necesitan o no sus negativos cuando dejan la película. “Los guardaba en el sótano”, dice, “y entonces el sótano empezó a llenarse”. Ahora, le informa a los clientes que guardará las tiras durante 30 días, aunque discretamente las retiene durante 90, por si acaso.
La familia de Emmet Butler dirige Conns Cameras en Dublín desde hace 50 años. También han instituido recientemente la política de preguntarles a los clientes si van a recoger su película. Incluso aquellos que dicen que lo harán, a menudo nunca lo hacen. “Aquí estoy desbordado”, dice. “Tenemos una habitación entera llena de negativos”.
Andreas Olesen, fotógrafo profesional y copropietario de un laboratorio en Copenhague, dice que aún le cuesta tirar los negativos de la gente incluso mucho tiempo después de haberlos abandonado. Para él, son el alma del oficio. “El negativo es la partitura, y la impresión es la interpretación”, dijo parafraseando al fotógrafo Ansel Adams. Olesen ha jugado con este concepto en su propio trabajo; uno de sus proyectos, Estate, utilizó una serie de negativos que su mujer descubrió en una tienda de antigüedades para contar las vacaciones de una familia de mediados de siglo.
La confiscación de negativos es un fenómeno mucho más importante que el desorden administrativo. Está en el centro de cuestiones sin resolver sobre derechos de autor y propiedad artística.
Deal, el abogado, lo sabe de primera mano. Lleva más de una década defendiendo en los tribunales de Chicago la obra de Vivian Maier, una aclamada fotógrafa callejera que captó miles de imágenes a partir de la década de 1950. La obra de Maier no se descubrió hasta después de su muerte, cuando un agente inmobiliario se hizo con los negativos de Maier a través de una subasta a ciegas. Eso originó una prolongada lucha legal sobre a quién pertenecen los derechos —no los negativos— de la obra de Maier que aún no se ha resuelto.
Son escasas las probabilidades de que un aficionado a la imagen sea considerado póstumamente como el fotógrafo callejero de una generación. Pero quizá se trate menos de la fama potencial que de la diligencia creativa. Después de todo, señala Olesen, los negativos tienen cierta intemporalidad. Puede que dentro de 50 años sus nietos ni siquiera puedan acceder a un disco duro o a un disco con archivos digitales.
¿Pero qué sucede con los negativos centenarios? “Siguen funcionando muy bien”, dice. “Están inmediatamente disponibles”.
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