Emilio Pettoruti, un testigo involuntario de la fiesta presidencial en Olivos
En el polémico cumpleaños, una obra valuada en medio millón de dólares, realizada por el artista argentino más cotizado en subastas, ocupó un lugar clave; el pintor tuvo una conflictiva relación con el peronismo
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Una vez más, a medio siglo de su muerte, Emilio Pettoruti quedó envuelto en una fuerte polémica. Esta vez no por sus pinturas vanguardistas, que en el siglo pasado llegaron a ser escupidas por el público por considerarse “una ofensa a la dignidad de la patria”. El artista argentino más cotizado en subastas, cuyas obras ocupan tres de los cuatro primeros puestos del codiciado Top Ten de las mejor vendidas, quedó ahora ubicado en un lugar mucho menos agradable para alguien que no se llevó bien con el peronismo: presidiendo la mesa de la cuestionada reunión de Olivos, realizada en plena cuarentena por la pandemia, de la que habla todo el país.
“¿Ése es un Pettoruti?”, preguntó alguien en Twitter, al distinguir sus características formas abstractas en la filmación de aquella noche del 14 de julio de 2020. El paso fugaz de la cámara por el salón comedor, donde la primera dama Fabiola Yáñez celebraba su cumpleaños junto al Presidente y un grupo de amigos y asesores, reveló la presencia del imponente cuadro que colgaba detrás de una de las cabeceras. Muy parecido a Concierto (1941), récord para un artista argentino en subastas, vendido en 2012 en Christie’s de Nueva York por 794.500 dólares.
“Libro en blanco (1946) forma parte de su serie de composiciones con sol, que realizó entre 1939 y 1951. La tasación sería de 400/500.000 dólares”, dijo a LA NACION Adrián Gualdoni Basualdo, experto en mercado de arte y codirector de Consultart/dgb, con el catálogo razonado del artista en mano. En esa segunda edición, editada por la Fundación Pettoruti en 1995, la pintura está registrada con el número 370, se informa que mide 92 por 73 centímetros y se adjudica su posesión a una “colección particular”.
La obra no pertenece al Presidente, sin embargo. Desde hace más de dos décadas es propiedad de la Cancillería Argentina, junto con otras cuatro del mismo artista que también figuran en el catálogo de su colección. Siguiendo una tradición de préstamos, que en otras gestiones permitió la presencia en Casa Rosada de obras del Fondo Nacional de las Artes, el Palais de Glace o la galería Zurbarán, el Ministerio de Relaciones Exteriores permitió que se trasladaran 33 piezas –de artistas como Antonio Berni y Lucio Fontana– a la Quinta de Olivos hasta diciembre de 2023. Reemplazaron, así, las más contemporáneas que Juliana Awada había colgado durante el gobierno de Mauricio Macri y que fueron retiradas al terminar su gestión.
Ese acervo se formó entre 1992 y 1998, cuando Guido Di Tella era canciller del gobierno de Carlos Menem. Según Teresa Anchorena, actual presidenta de la Comisión de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, la selección de las obras estuvo a cargo de un comité presidido por la diplomática y coleccionista May Lorenzo Alcalá -conformado por Samuel Paz, Samuel Oliver, Elena Oliveras y Nelly Perazzo-, con curaduría y asesoría de la fallecida crítica Irma Aristizábal.
Un “arte degenerado”
Las vueltas del destino ubicaron sobre la mesa del comedor de Olivos a Libro en blanco, pintura creada por Pettoruti en 1946. Es decir, un año antes de que quedara cesante de su cargo como director del Museo Provincial de Bellas Artes de La Plata, durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón. “Por razones políticas”, según consta en la biografía del catálogo de la muestra Pettoruti y el arte abstracto 1914-1949, realizada por Malba en 2011.
En 1948, apunta la misma cronología, Pettoruti participó del XXXVIII Salón Nacional. “Durante las deliberaciones del jurado –agrega el texto-, ingresa el ministro de Cultura Oscar Ivanissevich, quien reclama el rechazo del envío de Pettoruti, pero es aceptado de todas formas. Este será el último año que Pettoruti participe del salón oficial”.
“Se dice que quienes incidieron a su favor fueron [Raúl] Soldi y [Cesáreo Bernaldo de] Quirós, que estaban en el jurado. Algunas versiones agregan a [Enrique] Policastro –recuerda Gualdoni Basualdo para completar la anécdota-. El ministro temía la reacción popular, y el cuadro fue aceptado pero no premiado. La revancha la dio en el discurso inaugural, al hacer referencia a un ‘arte degenerado’, el de la vanguardia que salía de la figuración clásica”.
¿Qué tenía ese arte de degenerado? El historiador Marcelo Pacheco describe de esta manera la serie a la que pertenece Libro en blanco: “Las mesas, especialmente de fines de los 30 y los 40, se encuentran en espacios abiertos por ventanas o en interiores cuyas paredes fugan ambiguamente en oblicuas alteradas por fuertes haces de luz sólida”. Eso es todo: una ventana y un libro abiertos, junto a un par de recipientes colocados sobre una mesa, sin rastros de presencia humana.
A principios de 1952 Pettoruti regresa a Europa, donde ya había vivido una década y tomado contacto con referentes del futurismo y el cubismo, para “volcarse decididamente a la abstracción pictórica”. “Según declara tiempo después –asegura la citada cronología- se va por razones políticas”.
“Hubo un tiempo en que sus cuadros debían presentarse bajo vidrio, por la cantidad de escupitajos que recibía por día. En la Argentina, para muchos, era considerado un ‘artista degenerado’ y una ofensa para ‘la dignidad de la patria’”, confirma el Ministerio de Cultura de la Nación en su sitio web, en un especial dedicado a este artista que también fue crítico y autor de una autobiografía titulada Un pintor ante el espejo (1968). “Sin embargo, en Europa aplaudían la audacia y visión vanguardistas que el artista había incorporado del incipiente futurismo y cubismo del viejo continente –agrega-. Con los años, ganó la pulseada contra aquellos que, en esta parte de la región, se resistían a la renovación del lenguaje plástico”.
“Es lo que pasa con los que están muy avanzados a su época. Junto con Xul Solar, Pettoruti trajo el modernismo a la Argentina y supo traducir su lenguaje a la cultura local”, dice Eduardo Costantini sobre uno de sus artistas preferidos. La canción del pueblo, cuadro pintado por el platense en 1927, fue el primero que el empresario compró en subastas. Pagó por él 324.000 dólares en 1993 en Saráchaga y lo donó hace dos décadas -junto con más de doscientas obras- para fundar la colección permanente del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), que hoy incluye otras seis del mismo autor. Además de la colección del museo que lleva su nombre, en La Plata, el Museo Nacional de Bellas Artes aloja 17, mientras que Colección Amalita posee dos de sus célebres arlequines.
Otro importante coleccionista argentino, Carlos Pedro Blaquier, compró El quinteto en Sotheby’s en 1980, por 209.000 dólares; la vendió nada menos que el Museo de Arte Moderno de San Francisco, donde Pettoruti expuso en 1944. El gran récord llegaría en 2012, cuando Concierto alcanzó el precio más alto registrado por una pintura argentina en subastas: un comprador anónimo pagó 794.500 dólares en Christie’s de Nueva York, que cuatro años antes había vendido El Cantor por apenas 12.000 dólares menos. Nada mal para un artista “degenerado”, que seguramente hubiera declinado la invitación a la polémica fiesta.
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