Peter Rock, el sueño de una vida despojada
Padre e hija viven escondidos dentro de un bosque. Duermen en bolsas de dormir, recolectan agua de lluvia y se alimentan de lo que ellos mismos siembran en el "jardín secreto". Secreto como su existencia; no conviene dejar rastros, nadie debe verlos. Caroline y Padre, los personajes de Mi abandono (Ediciones Godot), una de las novelas más elogiadas de 2019, del estadounidense Peter Rock, viven una vida al margen del sistema, en un estado natural aunque no inocente, libres aunque disciplinados: mantienen su refugio limpio y ordenado, se bañan regularmente en duchas improvisadas y no pasa un día sin que Caroline lea sus enciclopedias, realice la tarea que le encarga Padre o escriba en su diario.
Una vez por semana atraviesan el gran bosque y bajan a la ciudad para comprar alimentos y retirar libros de la biblioteca con los que Caroline estudia. La visita a la ciudad requiere escabullirse en el camino, nunca tomar el mismo sendero, extremar los cuidados. La vulnerabilidad a la que padre e hija están expuestos define sus acciones y así lo describe Caroline: "La ropa que usamos en el bosque es oscura para que no nos vean, pero si fuéramos vestidos así a la ciudad pensarían cualquier cosa".
Pero a pesar del esfuerzo por no ser encontrados, de caminar sobre piedras y no sobre el césped para no dejar huellas; a pesar de los cuidados y los puestos de control en altura y de no hablar con extraños ni usar luces artificiales que puedan llamar la atención, un día sucede: alguien ve a Caroline a lo lejos y avisa a la policía. El mundo ideal en el que vivían hasta entonces se derrumba en el segundo en que policías armados llegan a su escondido campamento con perros adiestrados y la orden de llevarse detenido a Padre, quien intenta tranquilizar a Caroline: "No tengas miedo. Que no nos entiendan no significa que hayamos hecho algo malo".
A partir de ahí el Estado interviene: requisas, análisis médicos, diagnósticos psicológicos. A las autoridades les cuesta reconocer que ambos están en perfecto estado de salud y que la educación de Caroline, de 13 años, supera al promedio de su edad. "Esta vez queremos hacer las cosas bien", dicen los servicios asistenciales y los mudan a una granja, donde el padre podrá trabajar y Caroline asistir al colegio. Ese es el primer giro, de varios, en esta sutil y delicada novela que ya va por su segunda edición en apenas dos meses.
Mi abandono es el primer libro de Peter Rock traducido al español. Autor de The Night Swimmers y The Ambidextrist, entre otros, profesor de escritura creativa en Reed College, de Oregon, Rock responde a la entrevista con LA NACION revista en el medio de un viaje por la isla de Milos, en Grecia. No está de vacaciones, aclara, sino haciendo "trabajo de campo" para un artículo que luego publicará en The New York Times. Es su modo de trabajo, al parecer, porque lo mismo hizo para escribir Mi abandono. Rock es el tipo de escritor que se sumerge en la historia hasta encontrar el tono adecuado, las palabras justas, el argumento perfecto.
Para esta novela, por ejemplo, se inspiró en un caso real –un padre y una hija que vivían escondidos en el Forest Park, Oregon– y pasó meses recorriendo el bosque, escalando árboles, imaginando a sus personajes en ese escenario desbordado de vegetación y naturaleza.
¿Qué fue lo que le llamó la atención de esa historia real que le incitó a escribir el libro?
El desconocimiento, las ganas de saber qué había pasado. En la vida real ellos desaparecieron sin dejar rastros. Estuve meses siguiendo las noticias, esperando novedades porque sentía fascinación por su modo de vida y, por otro lado, una gran curiosidad. Entonces, empecé a imaginarme qué podría haber sucedido. Esa fue la razón por la que lo escribí, quería "averiguar" qué les había pasado a estos personajes, entender sus decisiones.
No hay cuestionamiento en Caroline, la voz narradora, solo aceptación. Y a su vez, el recurso de narrar en tiempo presente mantiene expectante al lector. ¿Por qué eligió contar la historia desde la perspectiva de la nena?
Quería escribir un libro donde hubiera aventura y misterio. Que una niña de 13 años fuera la narradora me permitió incorporar la ingenuidad y el asombro en una historia que tiene un trasfondo sombrío. En general, no me gusta la voz narradora en niños, pero me di cuenta de que si quería transmitir cierta maravilla, tenía que ser una mirada inocente la que relate la historia. El tiempo presente me permitió enfocarme en lo que estaba pasando sin especular con lo que sucedería más adelante en el libro. Con Caroline me propuse mirar al mundo y a Padre como los veía ella, y ella confiaba y creía en él, entonces yo no tenía por qué dudar.
Ella no duda, es cierto, pero él tampoco pregunta, simplemente ordena y dispone cada detalle de sus vidas sin consultar a su hija. ¿Por qué decidió que Padre no la tuviera en cuenta?
Me metí en la cabeza de los personajes a medida que iba escribiendo, nada fue premeditado. Entonces, no puedo decir que las acciones de ese padre hayan sido deliberadas sino, simplemente, que fueron sucediendo. No le cuestionaba a los personajes sus decisiones o acciones, fui descubriendo su carácter. Y el padre, en definitiva, es ingenuo porque quiere controlar todo y no se da cuenta de que hay cosas que no puede controlar, como que su hija crezca, le cambie el cuerpo, tenga inquietudes propias.
Las inquietudes de Caroline son muchas, pero Rock las dispone a cuentagotas y precisas en distintos momentos del libro, al punto de volverlas imperceptibles en una primera lectura. Ella tiene un muñeco, un caballo de juguete que la acompaña a todos lados, a quien le murmura sus secretos "en el agujero del estómago, para que no se escapen". O escribe en su diario: "Padre es estricto. Tiene que ser estricto. Eso no significa que sabe todo lo que hago o pienso".
Los recursos narrativos funcionan a la perfección en esta novela (¿diario íntimo?) que tuvo su adaptación al cine el año pasado -Leave no trace, de Debra Granik-. La voz narradora de la nena que nombra lo que va descubriendo en un preciso juego de correspondencia entre lenguaje y pensamiento, es un acierto narrativo. Plena de imágenes sensoriales, sobre todo auditivas, y sutiles descripciones, el lector se encontrará con un libro que habla de la familia, la autodeterminación, la libertad y el rol del Estado. También aborda, tangencialmente, las falencias del sistema educativo y del modelo de acumulación capitalista. "El camino de la vida es maravilloso. Se hace de abandono", dice Caroline, una premisa a contrapelo de la sociedad de consumo a la que Padre critica con insistencia: "No necesitamos esas cosas", le explica. O "Un auto es un ancla. Las máquinas causan tantos problemas como los que solucionan".
¿Cómo llegó al título del libro, Mi abandono?
Ya lo tenía en mente, incluso cuando el libro todavía era una idea débil. Me gustaba jugar con la palabra "abandono", que tiene una connotación tan negativa, y volverla positiva. Aferrarse a las cosas, a un lugar o quiénes somos, nos impide vivir maravillados.
Escrito en 2009 y publicado este año por Ediciones Godot, con destacada traducción de Micaela Ortelli y un diseño de tapa e ilustraciones que anclan al lector en ese escenario natural, Mi abandono interpela desde la primera página; resulta muy fácil empatizar con la decisión de ese padre de vivir aislados en el bosque, alejados de las obligaciones que impone la sociedad, dejándose maravillar por la naturaleza que les brinda todo lo necesario. En ese sentido, Rock retoma el ideario naturalista y libertario del filósofo Henry David Thoreau, autor de Walden, la vida en los bosques (1854), un ensayo en el que narra sus dos años viviendo en la naturaleza, alejado voluntariamente de la sociedad. Al igual que Thoreau -a quien cita, junto con Emerson y Rosseau, en el cuaderno en el que escribe- Padre decide aislarse y vivir en el bosque porque la verdadera libertad no está en la ciudad sino en la vida en solitario, en la observación y contemplación, en la búsqueda de autonomía. Pero la determinación de Padre no es inocente, no se trata de un hippie que un día deja sus obligaciones de lado y arrastra a su hija al bosque, sino una decisión consciente y premeditada, estudiada en cada paso. "Está bien tener responsabilidades y una rutina, pero tampoco hay que dejar que te condicionen la vida", le dice a Caroline.
La incertidumbre y contradicciones se van tejiendo a medida que el relato avanza. Una incomodidad creciente hace que los interrogantes se vuelvan inquietud; una preocupación que no tiene Caroline, quien confía ciegamente en Padre ("El hombre más grande y fuerte que vi en mi vida"). A su vez, Padre -un veterano de guerra que sufre stress post traumático y del que nunca conoceremos su verdadero nombre- se va volviendo irritable, paranoico y menos consciente de sus acciones.
¿Acaso alguna vez lo estuvo? Uno se empieza a preguntar.
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