Pesadillas pandémicas: la peste en el arte y la metáfora del mal, de Homero a Saramago
El escritor Carlos Gamerro dará un curso virtual en el Malba sobre las representaciones de las pandemias en la literatura
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¿Qué causas se han atribuido a las epidemias, desde La Ilíada de Homero hasta los films de zombis? ¿Cómo han imaginado la literatura y el cine el día después de una pandemia? ¿Qué sucede cuando se recurre a la peste como metáfora para hablar de otro tema, como hace Albert Camus en La peste? ¿Cómo pueden las epidemias alimentar a la vez las pesadillas hobbesianas de reversión a un orden salvaje y las orwellianas del establecimiento de sociedades de vigilancia totalitarias? ¿Qué clase de estructuras narrativas, estilos y narradores convienen a cada clase de epidemia y por qué algunas, como la gran pandemia de influenza de 1918, no han dejado mayor huella en la literatura?
Todas estas preguntas (y muchas más) plantea Carlos Gamerro en un libro en proceso, que tiene como título provisorio Siete ensayos sobre la peste. En esos textos, el autor de Las islas propone un recorrido por las principales cuestiones que refleja la actual pandemia, a partir de sus representaciones en la literatura y, también, en el cine y las artes plásticas. Gran parte del material que produjo durante el último año es la base del curso “Pesadillas pandémicas. Crónicas, imaginaciones y fantasías desde Homero a Defoe, Woolf, Camus y Saramago”, que dictará durante cuatro lunes (a partir del 8 de febrero) vía Zoom organizado por Malba.
Gamerro abordará el tema de la peste en un recorrido que abarca desde la epidemia que ataca el campamento griego en el Libro I de La Ilíada y la que azota Tebas en Edipo rey hasta sus consecuencias en novelas como Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, La peste, de Albert Camus, y Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago. También, qué representa la peste en obras como el Decamerón, de Giovanni Bocaccio; La peste escarlata, de Jack London; “La máscara de la muerte roja”, de Edgar Allan Poe; La enfermedad blanca, de Karol Capek; y en un clásico de la literatura nacional La vuelta de Martín Fierro, de José Hernández. El programa del curso virtual incluirá también ejemplos de la epidemia local más recordada: la de la fiebre amarilla de 1871, registrada en el cuadro de Juan Manuel Blanes, La fiebre amarilla en Buenos Aires.
En diálogo con LA NACION, el escritor elige Diario del año de la peste, de Defoe (1722), para trazar un paralelismo con la actualidad: “Es la primera obra literaria que conocemos que se dedica íntegramente al tema de la peste –en visiones anteriores, desde La Ilíada y Edipo rey hasta el Decamerón, la peste es un episodio entre otros– y sigue siendo la mejor, más inteligente y sentida; sirve de vara y modelo a todas las que se escribieron y a las que se escribirán después. Cuenta la última gran ‘visitación’ de peste bubónica que asoló Londres, en 1655, y aunque está escrita en forma de diario se trata de una novela. Es, también, la que ofrece la mejor brújula para navegar las tristes aguas del Covid-19, ya que su autor, que se formó como periodista antes de dedicarse a la ficción, escribe con un riguroso realismo y una admirable ecuanimidad”.
El recurso del diario ficticio le permite a Defoe narrar los hechos con una mirada más amplia que la individual. “El género diario por algún motivo parece connatural al proceso de una pandemia, como sugieren los múltiples que se escriben en la actualidad, estimulados por las posibilidades de publicación inmediata que otorgan blogs y redes, y que en muchos casos no hacen más que contar lo que hace la persona encerrada en casa todo el día consumiendo contenidos digitales y leyendo las noticias sobre el coronavirus, como si el resto del mundo no estuviera haciendo lo mismo (al menos el resto que tiene acceso al mismo grado de confort doméstico) y el aburrimiento compartido fuera menos aburrido”, dice Gamerro. Y agrega: “Defoe intenta algo eminentemente paradojal, un diario colectivo, como señala desde el subtítulo: ‘Observaciones y memoriales de los hechos más destacados, tanto públicos como privados, que sucedieron en Londres durante la última gran visitación, en 1665’. Este estilo narrativo conviene admirablemente a la dinámica de la epidemia. No sólo la acción sino la narración deben someterse a su arbitrio: es la peste la que gobierna el texto. Lejos de ser la figura que impone orden y estructura, el narrador se ve arrastrado por la corriente de la peste y se mantiene a flote como puede”.
Entre las sincronías que encuentra Gamerro entre la peste según Defoe y el presente se destaca la importancia que adquieren los datos de la pandemia, aun en una época que no se regía por las estadísticas: “El protagonismo inicial, más que las personas, lo tienen las cifras: H.F. dedica las primeras páginas al seguimiento de los ‘boletines de mortandad’, lo cual captura a la perfección (estamos en condiciones de apreciarlo hoy) los momentos iniciales de una epidemia, cuando poco más sucede que la diaria y angustiada consulta de los contagios y las muertes”.
Otro punto en común, varios siglos después, es el confinamiento y el distanciamiento social. “H.F. describe cómo con la peste se debilita o desaparece la solidaridad entre amigos y vecinos y, de modo más aterrador, llegan a cortarse los lazos familiares, imaginados hasta ese momento como indisolubles e imperativos”, señala Gamerro y cita, a modo de ejemplo, un fragmento de la novela:
“Pero, ¡ay!, en aquella época cada uno miraba demasiado por su propia seguridad para dar cabida a la piedad; todos veían llegar la muerte a su puerta, y muchos la veían llegar hasta su propia familia, sin saber qué hacer ni adónde ir. Todo sentimiento de compasión se desvanecía. Preservarse a sí mismo parecía, en verdad, la ley primera”.
Según el escritor, “Defoe entendió con lucidez que una de las consecuencias de la peste es engendrar no sólo narradores crueles sino lectores crueles, y esto no sólo en la literatura sino en la vida cotidiana, el periodismo y las redes sociales, y nos obliga a confrontar nuestra cruel credulidad”. Con todo, Gamerro rescata que “Defoe era bueno contando historias en las cuales los hombres eran capaces de organizarse, cooperar entre sí y sacar provecho de sus saberes en las circunstancias más adversas. Si Jack London y William Golding fueron los poetas del colapso de la civilización, Defoe fue el de la resiliencia; no por nada había escrito, tres años antes, ese manual de supervivencia para mujeres y hombres arrojados al estado de naturaleza, Las aventuras de Robinson Crusoe”.
En cuanto a la epidemia como metáfora del mal, Gamerro recurre al ejemplo de La peste, de Camus, pero desde una mirada pandémica: “Se necesita de la experiencia de una epidemia, o al menos del miedo a una epidemia para leer La peste como una novela sobre la peste. En 1947 ni la experiencia reciente ni las perspectivas futuras dotaban de sustancia al fantasma de la peste, y de ahí que a nadie – ni siquiera a Camus– le resultara muy fácil tomársela en serio”, opina. “Es probable que el deseo de Camus fuera una novela a la vez realista y simbólica; según su biógrafo Herbert R. Lottman, uno de sus modelos pudo haber sido Moby Dick, que sin dejar de ser una metáfora sobre el mal, y de la lucha fanática y monomaníaca en su contra, es un minucioso retrato verista de la vida a bordo de un barco ballenero. Así, La peste pudo leerse en su momento como metáfora de la Segunda Guerra, y puede leerse hoy como retrato de la vida de una ciudad bajo una epidemia. Camus quería una novela tan realista como la de Defoe, pero con el agregado de una dimensión simbólica que la novela de Defoe no tiene. Este agregado fue su maldición y su rémora, hasta el día de hoy, en que podemos liberarla de esa carga y leerla literalmente”.
¿Cómo será el día después de las sucesivas olas de la pandemia, según las obras citadas? Para el ensayista, el narrador de Defoe, tiene una respuesta: “Realista siempre (en ambos sentidos: el literario y el cotidiano) H.F. no se deja llevar por el entusiasmo y señala que un prematuro espíritu de jolgorio fue la causa del recrudecimiento de la epidemia: la gente dejó de tomar precauciones, reabrieron los negocios, regresaron a la ciudad los que la habían abandonado y así volvieron a subir los boletines semanales de muertes, aunque sin llegar a los niveles de los días más amargos. H.F. parece descreer de un nuevo comienzo. Pero tampoco ve en la epidemia el comienzo del fin. Una vez más, H.F. se muestra realista sin llegar al cinismo o al pesimismo: las cosas volverán a ser como antes, ni mejores ni peores, la vida retomará su curso. El deseo de normalidad se impone por encima de cualquier otro anhelo”.
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