Perla Suez: "Creo en el poder de las historias bien construidas"
Premio Nacional de Novela 2013, la escritora cordobesa estrenará El país del diablo, para adultos, y vuelve a publicar para chicos después de 10 años
Perla Suez define su última novela, El país del diablo (Edhasa), como un western patagónico. Después de reconstruir la vida de sus abuelos inmigrantes en libros para chicos, como Memorias de Vladimir, y para grandes, como Letargo, la escritora se propuso cambiar de registro para narrar, esta vez, la historia de una joven descendiente de uno de los últimos pueblos originarios de la Patagonia. El 4 de junio la presentará en Córdoba, ciudad donde nació y vive.
Cuando empecé con esta novela, sólo sabía que no quería repetirme. Siempre quiero contar historias fuertes. Hace rato que leo libros sobre los pueblos originarios, qué lugar tuvieron, qué pasó con ellos, por qué no nos contaron en la escuela sobre esas culturas. Empecé a leer antropología, a embriagarme con toda esa filosofía. Apareció en mí la dicotomía civilización o barbarie: buscando en la tradición literaria argentina llegué al Facundo. A medida que leía, construía una idea. Quería contar el viaje de cinco hombres, soldados, asesinos, que terminaron con una de las últimas tolderías en la Patagonia. Es la Campaña del Desierto, pero la historia es una cortina casi invisible, una bruma que rodea a la trama. Una puesta en contexto, nada más.
Para mí, la literatura se tiene que visualizar. Siempre he amado a los grandes escritores que me han dejado ver a través de las palabras lo que hay detrás, más allá de los estilos. Dos obras que me marcaron mucho como lectora desde la adolescencia son Moby Dick, de Herman Melville, y El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati. También, una gran obra de nuestra literatura, Aballay, de Antonio Di Benedetto, que es uno de los grandes escritores argentinos del siglo XX. Lo del western surge de esas influencias literarias y del cine. Mientras escribía volví a ver westerns, de los clásicos a los de Tarantino y los hermanos Cohen. Es admirable cómo construyen la narrativa.
Escribir es un ejercicio de experimentación. No tengo miedo a la hoja en blanco. Pruebo todo el tiempo las voces. Ya en Letargo empecé a jugar con el paso de la primera a la tercera persona. En El país del diablo, el desierto es el protagonista principal, como si fuera una gran hoja de papel desplegada. A partir de esa imagen, tenía que construir una historia con un conflicto. En el libro El cine según Hitchcock, de François Truffaut, el director de Psicosis habla de la construcción del suspenso. Yo aprendí muchos recursos para la literatura gracias a ese maestro del cine. En mi novela también hay escenas oníricas y mágicas que están vinculadas con otras artes: la música, el teatro, la pintura. Creo que un escritor del siglo XXI debe dejarse impregnar por imágenes que alimenten la literatura. En un documental maravilloso, Fragmentos de la vida de un hombre feliz, de Jonas Mekas, el cineasta dice: "Me voy de este mundo con imágenes, fragmentos de vida". Esa síntesis me impactó.
Figura y fondo, forma y contenido, siempre están implicados en la escritura. No los puedo separar. Me interesa la contradicción, la paradoja, para que el lector se pueda hacer preguntas. Como lectora, espero eso en un libro. Si no lo encuentro, lo dejo. Ése es el fin, entendido como meta, de la literatura. La ficción te permite meterte en zonas desconocidas para explorarlas. Me permitió buscarme como argentina. Soy descendiente de los barcos, pero tenía derecho a escarbar en el olvido para recuperar la memoria.
Estoy trabajando otra vez con literatura para chicos. Retomé después de diez años. Guardé silencio todo ese tiempo porque entré en crisis en relación con la calidad de la literatura infantil y juvenil. Este año publiqué El hombrecito de polvo, un libro álbum ilustrado para lectores a partir de los 6 años. En octubre saldrá Espero, para los más chiquitos. En noviembre, Uma, con ilustraciones en blanco y negro. Estos títulos los escribí en los últimos cinco años, en paralelo con mis libros para adultos. A la mañana trabajaba en las novelas y a la tarde en las historias infantiles. Escribir para chicos es tan difícil como para grandes o más: hay que encontrar el tono, decir con pocas palabras y en forma sencilla algo que uno quiere que pegue en el chico. Haber ganado el Premio Nacional de Novela en 2013 me estimuló mucho para seguir trabajando en El país del diablo, que tenía avanzada. Ese reconocimiento, lejos de inhibirme, me potenció para escribir.
No hay un solo camino para formar un lector. Hay tanta diversidad de lectores, tantas necesidades diferentes. Sí creo que un libro tiene que abrirle la cabeza a un chico para que pueda ver las cosas desde otro lugar. Un libro tiene que interesar de tal modo que comprometa al lector a enriquecerse con la historia y a buscar otras fuentes. El problema no es, como dicen muchos, que la tecnología atente contra la lectura; el problema es qué se les da para leer. No me preocupa si leen en e-book o en papel, lo que me preocupa es el mundo en el que estamos viviendo, donde no hay controles de los contenidos. Es un mundo muy complejo y contradictorio.
Córdoba, 1947
Nació en Córdoba en 1947 y creció en Basavilbaso, Entre Ríos. Es licenciada en Letras Modernas. Trabajó en el Centro Internacional de Estudios Pedagógicos de Sèvres en París. Dirigió el Centro de Difusión e Investigación de Literatura Infantil y Juvenil. Ganó una beca del gobierno de Canadá. Es autora de libros para chicos como Dimitri en la tormenta y Memorias de Vladimir y de las novelas para adultos Letargo, El arresto y Complot. Recibió la beca Guggenheim por su trayectoria. En 2013 publicó Humo rojo y obtuvo el Premio Nacional de Novela.Sus obras están traducidas a varios idiomas
lanacionarTemas
Más leídas de Cultura
“Enigma perpetuo”. A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”
“Me comeré la banana”. Quién es Justin Sun, el coleccionista y "primer ministro" que compró la obra de Maurizio Cattelan
De regreso al país. Sergio Vega, un coro de loros y el camino que va del paraíso al antiparaíso