Pedro Roth, arte esencial entre las góndolas
Este es el tercer apocalipsis que atraviesa Pedro Roth. "Soy sobreviviente del Holocausto y del brote de poliomelitis", dice. Nació en Budapest, Hungría, el 8 de julio de 1938. Su padre murió en Auschwitz. Llegó a la Argentina a los 14 años. Antes, estuvo en Transilvania, Rumania, y de ahí pasó a Israel, para recién entonces llegar al país, justo para ver el bombardeo en la Plaza de Mayo. Por eso, esta pandemia no le quita el sueño a este artista incansable, que transitó el mítico Instituto Di Tella y que como fotógrafo de piezas de arte tiene más de 80 libros publicados. Su obra tiene que ver con la fotografía, el cine, el dibujo, la pintura, pero sobre todo con las acciones colectivas. Roth nunca está solo. La cuarentena lo agarró, como siempre, con varios proyectos entre manos, y uno ya se concretó. Hace unas semanas montó Esencial, una exposición que se ve sobre las góndolas del minimercado Sol Oriente, en Lavalleja 1386. Son obras suyas y de Roberto Plate –otro artista del Di Tella– y fotografías de su hijo Damián exhibidas con una premisa: "El arte es un bien esencial".
Sobre la fiambrera hay dibujos de los 70, obra histórica. Está su serie de fotografías de las cúpulas de Buenos Aires. Pasa por ahí Roth con su changuito cargado con una escultura. "Los esperamos a que vengan a comprar mis obras, las de Roberto y la comida", dice en el video en el que anuncia la inauguración que –como todo– fue virtual, a diferencia de este encuentro con el arte que es bien tangible. "Son góndolas que conducen a la parte espiritual. Le puse ese nombre porque los únicos negocios que estaban abiertos eran los que venden productos esenciales. Yo pienso que la cultura también es esencial", dice Roth.
El minimercado es propiedad de la familia de Maia, la mujer de Juan Martín Hsu, alias El Chino, socio de Damián en la productora de cine que funciona en el piso de arriba, Zebra. Hsu es argentino, egresado de Imagen y Sonido (UBA), y con La Salada (2015), su primer largometraje, ganó el premio 2013 Cine en Construcción del Festival de San Sebastián. Su siguiente trabajo, Diamante Mandarín, también premiado, retrata los saqueos de 2001 desde adentro de un minimercado. El año pasado viajó a Taiwán para avanzar en una película sobre su mamá. Siempre está presente el tema de la inmigración. Cuando empezó la pandemia, ya estaba de regreso en Buenos Aires, recibiendo a su primera hija, Alaia, y haciéndose cargo junto con Damián de un supermercado que estaba cerrado. El 17 de junio, en plena cuarentena, Hsu y Damián decidieron reabrirlo. El 20 de septiembre inauguraron la exposición de arte, que en seguida tomó forma profesional: contrataron un montajista, pusieron iluminación, encargaron texto curatorial y cartelería de sala. "Pasan amigos y artistas, y hay dos interesados en comprar obra. Ya hay gente que quiere exponer acá. El repartidor de una gaseosa vio un día la obra y quedó conmocionado. Viene gente caminando desde San Telmo para ver la muestra, y hay clientes que después de hacer las compras vuelven con su familia para mostrarles la exposición", dice Damián. Artistas audiovisuales ya miran con cariño a la pantalla que muestra las cámaras de seguridad, que bien pasa por una obra de arte conceptual. Los carteles de precios y el clásico gatito de la fortuna suman su toque pop-barrial.
Sobre los estantes de productos de higiene, bebidas blancas y termos, dos pinturas de gran tamaño y color rojo llaman la atención: no piden comprar nada, sino que están ahí para conmover o conectarse con algo más allá de la subsistencia. "La especialización separó los temas creando distancia en las cuestiones vitales como el arte y la comida. En el tiempo de las cavernas, sin el pintor del bisonte no había éxito en la cacería; la imagen creada, invocaba, materializaba el alimento. El arte era fundamental en la cadena alimenticia. Hoy, la comida viene del dinero, es un hecho que demuestra que el habitante urbano no entiende ni tiene conciencia ecológica ni respeto por la naturaleza –analiza Roth–. Vivimos en un mundo cada vez más artificial y nos intimida un virus que nos hace cambiar nuestras costumbres. Todo esto puede ser una oportunidad para volver a conectarnos con nuestra esencia. La expresión de nuestra naturaleza, para repensar cuáles son nuestras prioridades".
Hay algo revolucionario en eso de poner la obra en un comercio de barrio. "Roth le da otra dimensión a la propia mercancía. No podrá equipararse la belleza de uno de sus elaborados cuadros con un litro de leche por la sencilla razón de que la obra de Roth puede ser consumida, allí mismo, por el cliente, sin ninguna restricción monetaria. No hace falta tener el dinero suficiente", reflexiona Capurro, que integra con Daniel Santoro, Marcelo Céspedes, Tata Cedrón, Roth y otros el colectivo Estrella del Oriente. Ya no se juntan a desayunar los miércoles, sino que por Zoom piensan un proyecto para la Bienal de Venecia sobre acumuladores compulsivos. "En el grupo yo represento a Federico Manuel Peralta Ramos. Con él, Pier Cantamessa y Juliano Borobio integrábamos el grupo artístico Cruz del Sur, del cual soy el último sobreviviente", cuenta.
La muestra está abierta todos los días, de 9 a 21, menos los domingos, que abre de 9 a 14 y de 17
Subiendo las escaleras, la tienda queda atrás y se abre un espacio donde harán crecer la actividad cultural con la Fundación Roth (está en trámite). Ya hay varias ideas en marcha. "Ser artista tiene que ser inevitable, si lo podés evitar, no lo hagas", dice el lema de Pedro. Entre manos tiene una novela gráfica sobre la vida de Sigmund Freud y la historia del psicoanálisis en la Argentina, que se desplegaría en las baldosas de la Plaza Güemes (Salguero y Charcas). Otro proyecto es editar El libro de Dios. Con su maestro de cine, Ramiro Tamayo, viajaron a Bolivia a filmar la campaña presidencial de Víctor Paz Estenssoro en 1985. Y en el hotel cinco estrellas donde se alojaban, Roth escribió de noche una compleja teoría sobre la Galaxia, en un libro de artista que fue además una muestra en la galería Arte Nuevo.
"Tenemos muchas ideas que siempre integran mucha gente", dice Roth y cuenta del proyecto de naipes realizados por artistas para un campeonato mundial de truco con esas cartas, porotos creados por escultores e indumentaria deportiva para no hacer nada. "Toda la vida creí en la colaboración. Tengo esa tendencia de trabajar en grupos", dice. El Diario del coronavirus será un libro escrito e ilustrado por él, eso sí.
Roth vive a cuatro cuadras del supermercado, en una casa con jardín y sol. Pinta en su cama, y trabaja en fotografía en su estudio, que está en el piso superior: "Vivo solo de noche, pero de día vienen mis hijos. Matías es socio en la fotografía de arte y Damián está haciendo un documental sobre mí".
Damián tiene recuerdos de cuando era chico y su padre, ya separado, lo hacía dormir en la trastienda de la galería Ruth Benzacar o le servía desayunos en el café La Paz. En estos últimos meses, lo filma casi a diario e inauguró en YouTube el Canal Roth, donde comparte videos como el de la inauguración de Esencial. También subió películas como La Ballena va llena del colectivo Estrella de Oriente –en la que proponen convertir a los migrantes ilegales en obras de arte para ingresarlos en el Primer Mundo–, el corto Ángelus: variaciones sobre un sueño, de Juan Carlos Capurro, y otro sobre un fresco de Plate, y una larga serie de videos breves que hacen una suerte de diario de cuarentena compartido justamente con Plate. "Roberto vivió en casa tres meses hasta que lo logramos repatriar", cuenta Roth. Plate tiene novia e hijos en París, donde vive desde los años 70, y quedó varado en Buenos Aires cuando vino a montar una muestra antológica que, al final, nunca se pudo visitar. "Estaba en un hotel en el centro, pero nos parecía muy cruel que quedara ahí aislado, entonces lo invité a mi casa. Fue muy duro para él", dice Roth.
En clave bohemia
Comienzan la convivencia el 20 de marzo. En el día dos, pintan juntos sobre un gran vidrio una representación visual del coronavirus, que irán "matando" a pinceladas en cuenta regresiva los siguientes 14 días. La pintura como arte de magia o conjuro, con la misma fe que tenían los hombres de las cavernas. En el día tres, comienzan una operación artística contra el virus, compartiendo obras todos los días por mail. Para el día seis, Plate hace una pintura donde el virus está rodeado por todo tipo de armas. "Lo cagamos a tiros", dice. Más tarde, con la pintura del coronavirus ya completamente tachada, entonan mantras, ensayan teorías conspirativas, rezan en diferentes credos, participan en reuniones de Zoom, juegan a las cartas –pintadas por ellos mismos–, rinden homenaje al artista Marcelo Céspedes, recuerdan a Peralta Ramos, discuten el capitalismo, escriben, crean un grito de guerra que significa besos en francés (¡bisous!, ¡bisous!), se retratan entre sí, cocinan y se dibujan el menú, pintan todos los días, juntos y por separado, miran películas y, finalmente, se despiden. Roberto parte con la promesa de tomar un café en un bar parisino, conectarse en los encuentros virtuales de Estrella de Oriente y ver a la alcaldesa porque quieren hacer un museo juntos. ¡Bisous!
"Admiro a Pedro Roth, es para mí un referente y un modelo a seguir. Es un tipo querido, respetado, creativo, descontracturado, solidario y uno de los últimos exponentes de la bohemia porteña de los años 60", dice Andrés Duprat en el texto que escribió para prologar Esencial (). Duprat es director del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) y, tal como Roth, viene del área del cine. Por eso, recuerda la película de Roth que fue tesis de graduación como realizador cinematográfico en la Escuela Superior de Bellas Artes de La Plata. Rodado en 16 mm, se llamó La bohemia en Buenos Aires y ya es leyenda, porque se perdió para siempre cuando, durante la última dictadura, los militares destruyeron el archivo. "Pedro es un hombre multifacético e inclasificable que posee el secreto de la eterna juventud, de la verdadera, la interior, que lo mantiene inquieto, curioso e interesado como un niño. Ese ha sido su modo de plantarse ante el mundo como artista, lejos de la idea de construcción de una carrera se ha mantenido en las antípodas de los dictados normalizados del sistema y de la academia, de la profesionalización y el mercado. Pinta y dibuja, sin parar, sin plan, sin estrategia, simplemente deja su impronta en el mundo en forma prolífica y variada. Habría que pensar su obra como continua e infinita, hecha de fragmentos en el espacio y en el tiempo en todos los soportes imaginables", describe Duprat.
Entre sus ideas está la organización de Servilletas de autor, la primera muestra de servilletas pintadas por artistas en el bar Florida Garden en los años 80; la exposición de arte comestible en el Plaza Hotel (1985) a beneficio del MNBA; la muestra colectiva Limpiarte (1987) en una lavandería del barrio de Almagro; la fotonovela Cómo el CAyC nos cambió la cabeza, que parodia el hecho de que el local en el que funcionaba el Centro de Arte y Comunicación terminara siendo una peluquería. Antes de la pandemia estuvo de gira teatral por Suiza (Zúrich, Basilea, Dresde), interpretándose a sí mismo en 14 funciones de la obra Hotel de Inmigrantes, de Anne Jelena Schulte. "Vino esta dramaturga a casa y se fascinó con La Ballena va llena. Ella estaba escribiendo sobre alemanes en la Argentina y me invitó a participar con un monólogo".
La inmigración es una constante en esta historia de supermercados orientales, cetáceos con refugiados y artistas parisinos repatriados. "Tuve que sacar visa de trabajo. Me acordé después que en el gueto tuve pasaporte suizo, así que no la necesitaba. Ahí todos compraban pasaportes suizos porque era un país neutral y se creía que entonces no nos iban a deportar... Lo dije en el monólogo: no éramos lo suficientemente suizos para que nos protegieran. Yo tendría tres años".
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