Pedro Páramo, el dictador de los muertos
Convertido en cacique de Comala, tuvo al pueblo en sus manos ensangrentadas. Pero su poder se desmoronó por la locura de la mujer que lo obsesionaba y que día tras día se le escapaba
¿Cómo contar la historia de un muerto que no cesa de repasar su vida? Más aún: ¿de qué manera distinguir su relato del murmullo de todos los que él sobornó, sometió y amó, y que también están muertos y recuerdan lo vivido?
Lo mejor es comenzar por ubicarlos. Pedro Páramo y los que lo rodean vivieron en Comala, un pueblo de la región de Jalisco, en México. Allí fueron felices, o al menos creen haberlo sido, en una tierra que se ofrecía como paraíso para todos los mortales. Después vinieron las guerrillas, resabios de la Revolución Mexicana (1910-1917). Sobre todo, la rebelión de los cristeros, un conflicto armado que se prolongó de 1926 a 1929, entre el gobierno de Plutarco Elías Calles y milicias de laicos, presbíteros y religiosos católicos resentidos por la aplicación de legislación y políticas públicas que restringían la autonomía de la Iglesia Católica. Los pobladores de Comala no fueron indiferentes a estas revueltas iniciadas por campesinos con las proclamas de "¡Viva Cristo Rey y Viva Santa María Guadalupe!", en las zonas de Jalisco, Zacatecas, Guanajuato y Michoacán. Pedro Páramo se aprovechó de las protestas para sacar partido de ellas y apoderarse de las tierras.
Los muertos cundieron. Según algunas estimaciones, llegaron a 250 mil, entre civiles de las fuerzas cristeras y el ejército mexicano. En Comala -"pueblo que sabía a desdicha"- todos habían muerto por distintos motivos: guerrilla, suicidios, crímenes pasionales, degüellos. Esos muertos cuentan la vida (¡son los únicos que la conocen cabalmente!) de manera fragmentaria, como si fueran fantasmas, almas que flotan y parlotean. En Comala, "todo parece estar como en espera de algo, casas vacías, puertas desportilladas, invadidas de yerba". En vez de la descomposición orgánica, podríamos pensar que estamos en presencia de una descomposición narrativa. Según Juan Rulfo, trabajar con muertos le facilitó no tener que ubicarlos siempre en un mismo tiempo y lugar: le dio la posibilidad de verlos trasladarse en sus desapariciones.
La historia está compuesta por 70 fragmentos, muchos de los cuales pertenecen al relato en primera persona de Pedro Páramo. Otros provienen de su hijo Juan Preciado, que llega a Comala, supuestamente, para conocer a su padre, Pedro Páramo, porque le había prometido a su madre, doña Dolores, que lo haría en cuanto ella muriese. "No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio? El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro", le había dicho Dolores en el lecho de muerte.
De niño, Pedro era débil, ensimismado y soñador, y estaba siempre escondido tras las faldas de su madre. Solía encerrarse en el baño para pensar en Susana, su gran amor de infancia, que se prolongaría toda su vida. "¿Qué tanto haces en el excusado, muchacho?", lo hostigaba, llena de sospechas, su madre. Para ponerlo a trabajar, lo mandaba a desgranar maíz a lo de su abuela o le pedía que le comprara unas aspirinas. Pedro aprovechaba para quedarse con algo de la plata que le daban. Sus primeros robos fueron anticipo de abusos mayores. De adolescente, la maldad se dibujó en su semblante. Sobre todo, por el recuerdo de la cara despedazada de su padre, Lucas Páramo. Lucas había sido herido durante una boda. Él era el padrino, y alguien disparó contra el novio, pero la bala rebotó en su rostro, "quedándole roto un ojo y mirando, vengativo, el otro".
Huérfano a los veinte años, Pedro Páramo heredó la hacienda de la Media Luna. Desde allí, cometería muchos actos de vandalaje. Según Abundio, uno de sus tantos hijos ilegítimos, era "un rencor vivo". Sin amor, Pedro se casó con Dolores Preciado, su acreedora más poderosa, para evitar el pago de sus deudas y se convirtió así en el cacique de Comala. Tuvo al pueblo en sus manos ensangrentadas.
Lo ayudaban Fulgor Sedano, administrador de Lucas Páramo, y otro hijo de Pedro, Miguel, que había heredado su maldad. Miguel violó a la sobrina del padre Rentería, cura del pueblo, y luego mató al padre de la chica. Sólo con la muerte de Miguel, que siempre montaba el Colorado, su potrillo alazán, su padre cambiaría de actitud. Nos cuenta de esa muerte otra muerta, doña Eduviges Dyada ("cuya cara se transparentaba como si no tuviera sangre, y cuyas manos estaban marchitas y apretadas de arrugas"), quien había oído regresar el caballo desensillado a la Media Luna. Con la muerte de su hijo, Pedro Páramo comenzó a sentir que debería pagar sus culpas. Esto coincidió con su obsesión por recuperar a Susana.
Del amor a la muerte
El minero Bartolomé San Juan -uno de los pocos que habían rechazado los ofrecimientos de Pedro Páramo- había decidido irse de Comala cuando su hija Susana era aún pequeña. Al crecer, ella se casó, pero la viudez le llegó temprano, junto con la locura. Pedro, que la deseaba desde su más tierna infancia, la encontró en las minas abandonadas de La Andrómeda, viviendo nuevamente junto a su padre, en una covacha hecha de troncos. En aquel entonces comenzaban a correr rumores de guerras, de gente levantada en armas: los cristeros. Bartolomé San Juan, pensando en la seguridad de su hija, aceptó la invitación de Pedro Páramo. Los dos fueron a vivir al rancho de la Media Luna. Pero Pedro planeó el asesinato del viejo, que llevó a cabo su mano derecha, Fulgor Sedano.
Cuando Susana se enteró de la muerte de su padre, una mueca selló su destino: sonrió primero y luego soltó una carcajada, certificando el triunfo de la locura. Pedro Páramo supo que con Susana había perdido la batalla. Se distrajo realizando falsas promesas a los revolucionarios, al mismo tiempo que ofrecía dinero a 300 hombres para que organizaran una contrarrevolución. Pero todo su poder se derrumbó por la locura de la mujer que lo obsesionaba y que día tras día se le escapaba.
La agonía de Susana agudizó su impotencia. La vio debatirse "como un gusano en espasmos cada vez más violentos". Cuando ella murió, las campanas repicaron en Comala durante varios días, hasta tal punto que todos ensordecieron. Pedro quiso vengarse de la muerte que le había arrebatado a Susana: "Me cruzaré de brazos y Comala morirá de hambre". Así ocurrió: Comala se fue quedando sin gente. O, más bien, empezó a poblarse de muertos.
Un día, otro hijo, Abundio, acudió a la Media Luna a pedirle dinero para enterrar a su esposa y terminó hiriéndolo de muerte. Pedro Páramo cayó con estrépito. Según cuenta Rulfo, "dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras".
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