Una trama de entusiasmo entre padres e hijos, que enlaza la historia del coleccionismo con la renovación literaria y artística de los años ‘20, se teje en el rumbo de Pedro Figari (Montevideo, 1861-1938), uno de los principales artistas de la historia de Uruguay, cuya obra se verá en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) desde este sábado. "Figari: mito y creación" trae al país unos 30 óleos, acuarelas y dibujos, pero Figari siempre estuvo cerca: otras tantas obras suyas ya integran el acervo de nuestro museo mayor, y colecciones públicas y privadas de todo el país lo cuentan entre sus artistas.
Celebrado antes en Buenos Aires que en su propia ciudad, aquí desarrolló su carrera de pintor con éxito comercial y grandes lazos de amistad. Muchas de las piezas que llegan probablemente hayan sido pintadas de este lado del río. En apenas quince años de trabajo, Figari dejó más de 3500 cartones: pintaba sobre ese soporte lo que él llamó la leyenda del Río de la Plata. "Una pintura memoriosa y fantástica a la vez, que recrea en épocas coloniales los patios y saraos de las clases patricias, las danzas criollas de los gauchos y las chinas, los candombes, ‘pura uva’ de los negros esclavos y libertos", describe el curador, Thiago Rocca, director del Museo Figari, de donde proceden la mitad de las obras. La otra parte corresponde al Museo Nacional Artes Visuales, donde hasta hace poco se exhibió "Nostalgias africanas", en coproducción con el museo paulista.
En suma, el MNBA tiene más de treinta figaris: seis de ellos en exposición permanente, donados por la cineasta María Luisa Bemberg, y sumados a la muestra (otra pieza fue cedida por el expresidente Arturo Frondizi). Sucede que partir de 1925, sus obras fueron comercializadas en la ciudad por la Asociación Amigos del Arte, con mucho éxito. "Precisamente, fueron esas ventas las que le permitieron sostenerse económicamente durante su larga permanencia en París. De esas exposiciones las obras pasaron a formar parte de las colecciones –además de las de Güiraldes y de los hermanos González Garaño– de Francisco Llobet, Enrique Larreta, Alejandro Shaw, Gustavo Pueyrredón, el Jockey Club, Minga Arteaga de Maupas. Algunas, como Pampa, fueron adquiridas por Amigos del Arte con destino al MNBA", dice la investigadora Patricia Artundo en la ficha museográfica de Pericón, donación al MNBA de Juan Girondo, padre del poeta Oliverio.
En un rápido rastrillaje encontramos que Malba tiene tres piezas del artista en exhibición, y el Castagnino de Rosario posee La Retirada, de 1925. La Colección Fortabat ostenta una escena de pericón. Y un conjunto de nueve piezas se conserva en el Museo Gauchesco Ricardo Güiraldes de San Antonio de Areco. Y esto tiene que ver con su amistad con Manuel, padre del autor de Don Segundo Sombra.
Cuando Figari decidió dedicarse a tiempo completo a la pintura tenía ya 59 años. Se acababa de divorciar de María de Castro, su esposa de toda la vida, madre de sus nueve hijos, porque –se dice– no compartía este salto a la aventura bohemia que se proponía dar el pintor. Tras el fracaso de su vanguardista proyecto educativo como director de la Escuela de Artes y Oficios por presiones políticas políticas y económicas, Figari cruzó el charco. Dejaba atrás una larga vida como abogado y funcionario público (diputado, Defensor de los Pobres, abogado del Banco de la República), escritor y activo periodista (sus artículos que fueron definitorios para la abolición de la pena de muerte en Uruguay en 1907).
Cuando parecía llegar a la edad de la jubilación, Figari rehizo su vida de este lado del Río de la Plata, con cinco de sus hijos. El impulso del mayor de los varones, Juan Carlos, fue clave. Arquitecto y artista desde antes que su padre, le abrió puertas y se retiró del arte para no hacer sombra a su carrera. En la primera exposición porteña, en la Galería Müller, presentaron juntos varios cuadros firmados por los dos. El joven era contemporáneo y amigo de Girondo y Güiraldes, y lo acercó a los jóvenes de las revistas Martín Fierro y Proa. De ahí que los padres de los escritores, Juan y Manuel, compraran la obra que hoy se puedan ver en el museo de Areco y en el MNBA, respectivamente. Con Manuel, además, la amistad estaría marcada por una tragedia: en el lapso de unos meses ocurrió la muerte prematura de sus hijos.
"Hay muchos Figari falsos. Pero la intervención del hijo hace más difícil lograr la autenticación de sus cuadros a través de la grafía. Hay cuadros firmados por los dos, y otros en los que luego de su muerte Figari pone al hijo como colaborador, para reconocer su labor. Y hay otros casos en los que se ve la intervención del hijo sin que aparezca su firma, por lo que se sospecha que fueron un binomio: pintaban muy juntos y se influenciaban mutuamente. Por ejemplo, en la obra En el pueblo, se ve su influjo en la espacialidad, propia de un arquitecto", sigue el curador. Poco antes de morir, viajaron juntos a París en 1925, donde Figari padre cosechó éxitos y la admiración de James Joyce, Pablo Picasso, José Ortega y Gasset y Paul Valéry.
Jorge Luis Borges, en 1930, escribió sobre su obra: "Su labor –salvamento de delicados instantes, recuperación de fiestas antiguas, tan felices que hasta su pintada felicidad basta para rescatar el pesar de que ya no sean, y de que no seamos en ellas– prefiere los colores dichosos". Borges estaba convencido de que pintaba así porque no sabía dibujar. "Las acuarelas lo desmienten", dice Rocca.
Las obras que desde mañana se verán en el Bellas Artes son de todos sus períodos. Hay una serie de un período similar al azul de Picasso por los tonos fríos de su paleta, muy poco conocida. Vista de la ciudadela, Mercado Viejo, una acuarela temprana, de 1890, llega con su modelo, una antigua fotografía que volverá a usar mucho después.
Ese es el foco de la exposición: las series de pinturas menos conocidas, para rescatar su gran capacidad de fabulación o mitógrafo. En París, atraviesa los ismos sin contagiarse. Pero Fantasía es una obra peculiar, porque Figari tenía gran apego a la realidad, con vocación de cronista. "Es respetuoso de las verdades históricas, se documenta para pintar. En Fantasía, con sus caballitos rosados, reivindica su derecho a soñar", señala el curador. En otras piezas se ve que su fe en la autonomía del arte: pinta procesiones (no es creyente) y corridas de toros (suscribió su prohibición). La selección llega hasta los dibujos para la última novela publicada por Figari en 1930, Historia Kiria, donde condensa su mirada utópica. Cuando en 1933 regresó a Montevideo aún no era profeta en su tierra. Murió a los 77 años en su ciudad. Casi cien años después, su retrato de perfil, un poco desdeñoso, interpela desde el billete de 200 pesos uruguayos.
Para agendar
"Figari: mito y creación" podrá visitarse desde el 29 de junio hasta el 15 de septiembre en las salas 32 y 33 del primer piso del Museo Nacional de Bellas Artes. Entrada gratuita.
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