Pedro Figari, en deuda con su hijo
"Mi otro yo." Así solía llamar el artista uruguayo Pedro Figari a su primer hijo varón, nacido después de cinco hermanas mujeres. Juan Carlos fue precoz en todo sentido: en su vocación musical, en recibirse de arquitecto y en desarrollar su talento como pintor, heredado de su padre. A tal punto que solían salir juntos a pintar al aire libre y realizaron a cuatro manos varias obras, muchas de ellas firmadas por ambos.
También la muerte le llegaría pronto. Falleció de meningitis a los 33 años en París, entonces la capital mundial del arte, donde se radicó en 1925 con su padre. El taller de este último, que se convertiría en uno de los más destacados pintores latinoamericanos y que protagoniza hasta septiembre una muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes, fue frecuentado por artistas e intelectuales como Pablo Picasso, Paul Valéry, James Joyce, Alejo Carpentier y Fernand Léger.
La aventura artística compartida había comenzado una década antes, cuando Pedro Figari asumió la dirección de la Escuela de Artes y Oficios y convocó a Juan Carlos para coordinar talleres y reformar el edificio. Como ese proyecto no prosperó, aquel hombre ya reconocido como abogado, político y periodista decidió realizar un drástico giro en su carrera: se separó de su mujer de toda la vida, se dedicó de lleno a la pintura y se mudó a Buenos Aires en 1921, a los sesenta años, acompañado por cinco de sus hijos.
En la primera muestra, en la galería Müller, vendió un solo cuadro. Pero comenzó a relacionarse con figuras influyentes de la escena porteña como el ex intendente de Buenos Aires Manuel Güiraldes, que además había presidido el Jockey Club y la Sociedad Rural Argentina. Su hijo Ricardo, autor de Don Segundo Sombra, moriría un mes antes que el de Figari, también en París.
Gracias a Juan Carlos, Pedro se acercó además a intelectuales de vanguardia vinculados con las revistas Proa y Martín Fierro, –entre ellos, Jorge Luis Borges y Oliverio Girondo–, y en 1925 ya contaba con el apoyo clave de la Asociación Amigos del Arte para comercializar sus obras.
Cuando Pedro comenzó a ganar protagonismo, Juan Carlos dio un paso al costado y dejó de exponer. "Cooperó a mis investigaciones y a mis tentativas para crear un arte regional –escribió el padre tras su muerte–, para reconstruir la leyenda del Río de la Plata, y me secundó eficazmente con un sentido estético, artístico y crítico, sano y muy agudo, al punto de que no puedo afirmar que yo hubiera podido, sin él, hacer la obra que resume las ansiedades y las aspiraciones de una vida larga y accidentada como la mía."
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